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Lanza libro en plena pandemia

Mónica Ojeda presenta su segunda novela Nefando

Lanza libro en plena pandemia

Ciudad de México.

Con su segunda novela, Nefando, Mónica Ojeda decidió imponerse una tarea cuya sola enunciación revela la complejidad de la empresa: poner en letra aquello que tan terrible que carece de palabras para ser descrito.

Fragmentario, en ocasiones oclusivo, pero también incómodamente revelador, el libro de la escritora ecuatoriana, considerada una de las voces jóvenes más interesantes del continente, indaga profundamente sobre algunas de las formas más extremas en las que los humanos se hacen daño.

En su núcleo, detrás de todas las capas que Ojeda (Guayaquil, 1988) utiliza para narrarla, la novela trata sobre la aparición en la deep web -la región oscura, no regulada, de Internet- de un videogame llamado “Nefando” que desafía las concepciones morales.

“La novela va sobre el daño de identidades quebradas por la violencia y el deseo”, explica en entrevista vía email. “Cuando un cuerpo, una psicología, vive una experiencia extrema, entramos en lo que (Enrique) Lihn llamó ‘la zona muda’, la zona donde no hay palabras que consigan expresar la intensidad del dolor.

EN PLATAFORMAS DIGITALES

“Ante lo terrible, lo abisal, lo incognoscible, no tenemos lenguaje, sólo el grito. Nefando significa eso: lo que es tan terrible que no puede decirse. Por eso el videojuego que mis personajes crean en la novela se llama de ese modo, por su contenido ominoso”, abunda.

Publicada en 2016 y ahora reeditada en México por Almadía, y disponible también en ebook, Nefando conjunta las historias de seis inquilinos de un apartamento en Barcelona, todas conectadas a la creación del videojuego que sacudió a la deep web.

La trama se va abriendo paso, con meticulosidad, a través de los retratos rotos de Kiki Ortega, becaria del Fonca que escribe una novela pornográfica; Iván Herrera, estudiante de una maestría en creación literaria; El Cuco Martínez, hacker y diseñador de videojuegos, y los extraños hermanos Terán.

“Quise escribir una novela que saltara entre formatos y que fuera la impresión de ser una narración fragmentada, como pedazos de un rompecabezas que no acaban de mostrar la imagen completa, pero sí permiten adivinar el paisaje.

“Como ‘Nefando’ va, también, sobre la cultura internauta, sobre la deep web, sobre una especie de investigación en torno a un videojuego prohibido, ilegal, que pocos han jugado, la idea era trabajar con una narración que no apelara a la artificialidad de una narrativa lineal ni redonda. Me propuse, incluso, que apenas conociéramos a los personajes”, apunta.

PERSONAJES

Los personajes son vistos, o espiados, en las habitaciones del departamento que comparten, mientras que la historia corre también en otros formatos, como en capítulos de la pornovela que escribe Kiki Ortega, un foro de gamers que relatan la experiencia de jugar ‘Nefando’ y los dibujos de María Cecilia Terán.

“Las habitaciones nos hacen entrar en la mente de los protagonistas y ver sus lados más perversos, más íntimos, y sin embargo eso no es suficiente para conocerlos, porque uno conoce a un personaje o a una persona no sólo por lo que piensa o desea, sino por lo que hace.

“Y en mi novela los personajes hacen una sola cosa: participar en la creación de un videojuego. Cada parte de ‘Nefando’ son partes rotas de las identidades de los personajes, por eso giran en torno a sus deseos más primitivos y sus dolores más antiguos”, detalla.

La novela, que entraña una historia de abuso sexual en la infancia, aborda el tema de la pornografía infantil con todas sus complejidades, con una mirada que se aleja de lo binario y lo simplista.

ALGO MUY REAL

Este tema, relata Ojeda, tiene su origen en una historia que llegó a su vida.

“Tengo una amiga que fue abusada de niña por un familiar y que intentó contármelo cuando yo tenía 13 o 14 años, pero en ese entonces yo no entendí lo que me estaba diciendo. Muchos años después recordé esa conversación y pude entenderla, así que la llamé y le pregunté si había sido así: si ella había intentado contarme que la estaban abusando en su casa. Y ella me dijo que sí, pero que no me sintiera mal, que no era mi culpa no haber comprendido.



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