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La cámara de Pedro Costa

Este cineasta que saltó a la primera línea cuando fue declarado el Extranjero del Año en el Festival de Cannes de 2002, ha puesto en el mapa del mundo al inmigrante africano que apenas sobrevive en Portugal

Heredero del novo cinema portugués y realizador destacado del más radical cine de autor independiente, Pedro Costa filma la vida personal de abandono y soledad en Lisboa de una inmigrante de Cabo Verde, siendo ella misma, sin ninguna experiencia actoral, la protagonista del largometraje que lleva su nombre, Vitalina Varela (2019).

La cámara de Pedro Costa

Costa (Lisboa, 1958), vía Zoom, señala desde su nación que la cinta “es el duelo de una mujer afrodescendiente de 55 años de edad” que conoció en el barrio de Fontaínhas, lugar que aparece en la mayoría de sus reconocidos filmes.

Relajado, narra que su cine “tiene que ver cada vez más con la realidad y estoy muy contento por eso”. Concreta:

“La película Vitalina Varela es la memoria de un momento complicado, tortuoso y muy oscuro.”

En la historia, Varela llega a Lisboa tres días después del funeral de su marido, a quien no vio por 25 años. Él salió de Cabo Verde para Lisboa a trabajar en la construcción porque iba a ahorrar. Pero nunca le envió el boleto de avión a su mujer para alcanzarlo, tampoco le mandó dinero y ni le escribió. La abandonó por completo. El colmo es que ella llega a Portugal tres días después del entierro.

Varela decide quedarse en Lisboa, en la casa, ubicada en un barrio donde radicaba su cónyuge e iniciar una ­búsqueda tras los pasos que su viejo amor dejó, deambulando por pasajes subterráneos. Se da cuenta de la pobreza en la que vivía su pareja. Así, el cineasta pone bajo la lupa la precariedad económica y espiritual en la que viven los inmigrantes caboverdianos en Portugal.

También actúan el no actor Ventura, María Alves Domingues, Francisco Brito y Manuel Talavares Almeida.

Costa, quien interrumpió sus estudios de historia en la Universidad de Lisboa para ingresar a la Escola Superior de Teatro e Cinema, rememora que en los años noventa inició su relación con Fontaínhas, un suburbio de precarias viviendas autoconstruidas donde por décadas llegaron los inmigrantes de Cabo Verde, hasta que fue demolido:

“Todo empezó en 1994. Fui a Ilha do Fogo en Cabo Verde para filmar la ­película Casa de Lava (1994) y cuando regresé a Lisboa traía conmigo muchos regalos, tabaco, café y cartas de los caboverdianos para sus familiares que habían salido a Portugal y radicaban en Fontaínhas. Así conocí el barrio y a sus habitantes. Me impresionó la reacción de los hombres y las mujeres al leer esas cartas de sus seres queridos en silencio”, y no dudó en incluirlos en sus relatos cinematográficos.

Cuenta que intentó realizar un filme con algunos habitantes de Fontaínhas (Huesos, 1997), pero con el rodaje En el cuarto de Vanda (2000) lo hizo mejor y logró obtener con ésta la presea de Cineasta Extranjero del Año en el Festival de Cannes de 2002 y se convirtió en uno de los autores más destacados del cine contemporáneo.

Su primer largometraje de ficción fue O sangue (1989), y ha realizado documentales y series de televisión.

Un encuentro fuerte

A Vitalina Varela la conoció en Fontaínhas cuando buscaba una casa para rodar una escena de Caballo dinero (2014), protagonizada por Ventura, igual un inmigrante de Cabo Verde:

“Mi encuentro con ella fue muy potente, muy intenso, muy fuerte… Necesitaba de unos interiores para filmar una secuencia. Estaba en el barrio con un amigo y me contó de una casa cerrada de un hombre que habían asesinado e íbamos a visitarla. Cuando nos estábamos acercando, se abrió una puerta y Vitalina se asomó. Era una señora vestida de negro con un rostro muy cargado de sufrimiento y mostraba miedo. Su reacción fue natural, pensó que era la policía o inmigración. Hablamos un poco y se calmó. Le expliqué que buscaba escenarios decorados para una película.

“Y en los días siguientes hablamos, y creo que entendió esta pequeña fantasía del cine. Ella no poseía ninguna relación con el cine o el teatro o el arte. No le gustaba la televisión. Era una campesina de Cabo Verde, y toda la vida había trabajado la tierra.”

Alojada en la casa de su marido, que se encontraba en muy malas condiciones, prácticamente cayéndose, Varela salió adelante al trabajar como empleada doméstica en zonas de clase alta. Incluso fue limpiadora de una tienda Zara.

Costa la incluyó en un pequeño papel de Caballo dinero, que va desde la Revolución de los Claveles hasta el siglo XXI de Lisboa:

“Nos volvimos muy próximos a raíz de esta experiencia y empecé a conocer muchos episodios de su vida.”

Al conocer que cargaba con una vida de dolor, Costa supo de inmediato que debía realizar una película:

“Al principio sólo me quería centrar en la muerte de su marido, pero después de varios filmes donde abordo la inmigración desde un punto de vista masculino, con el retrato de hombres quebrados, malditos y enfermos de la diáspora caboverdiana, pensé que me podía acercar al mundo femenino.

“Le comenté a Vitalina mi deseo de que ella misma contara su vida como teatro y que era como un juego de niños. Por la situación de sufrimiento en la que se encontraba en ese momento, me dijo que sí. Le expresé que lo íbamos a intentar. Y empezamos poco a poco. Le gustó mucho, y su participación fue totalmente desinteresada, no por dinero, fue por nada.”

Al preguntarle si improvisaba o le dejaba decir todo, menciona:

“Eso no es bueno para el cine, hay que guiar y trabajar las emociones. No se puede hacer todo de una manera desorganizada. Para ella fue muy difícil al principio comprender que tal vez pudiese ser más fuerte e interesante no llorar en las situaciones más tristes, y que sí debía llorar en situaciones más alegres. Que cuando hablara de su marido debería mostrar más furia. Y finalmente me manifestó que sentía mucho enojo cuando hablaba de su esposo pues él no quiso estar con ella. Sentía que su muerte fue el último engaño, la última mentira.”

Costa, también creador de En el cuarto de Vanda (2000) y Juventud en marcha (2006), expone que fue una labor de muchos meses:

“Mi forma de trabajar es un poco abstracta y sin ninguna relación con los mecanismos del cine más convencional. Vitalina me contaba todo y yo la escuchaba para entender cuáles eran las líneas fundamentales, lo más importante. Mi compromiso era sintetizar. Y no hay que distraerse. En el teatro nunca me gustó esta idea de la espontaneidad. Aquí sabes que tienes una cámara y agarras la vida, por eso hay que desairar, repetir y repetir, como la música… si no ensayas, si no tocas tu instrumento varias veces, la música será mala, no sonante, y en el cine es lo mismo. Vitalina se portó como una actriz muy grande, muy trabajadora y muy accesible. Me gustó mucho su labor.”

El duelo y la despedida

Costa está convencido de que para Varela el largometraje fue “su duelo, el luto, el ritual de despedida”, ya que no logró llegar ni al sepelio porque tuvo problemas para tramitar su visa, aunque el realizador eso no lo consigna en la cinta, que ha recorrido un sinnúmero de festivales por todo el mundo.

–¿Fue como un exorcismo para ella?

–Sí. Le costó mucho dolor también salir de eso…

Se le menciona que si las locaciones filmadas en el barrio Fontaínhas son un complemento del dolor y la soledad que sentía Varela, y añade:

“Sí. Las casas de esos suburbios son como en México, allí visité muchos y son lo mismo, son muy importantes porque todo es hecho con las manos de las personas, no es nada industrial. Son casas muy íntimas para cada uno, por lo tanto esos lugares no se decoran. Y para mí cada piedra, cada ventana, cada puerta es primordial, y me puse en la cabeza que cada pequeño milímetro de este local es sagrado para ciertas gentes.

“Lo que busco no es tanto una estética como una dignidad de las personas y sus espacios, que tal vez sí mute en una estética, o una moral o una política. Cuanto más trabajada esté una intimidad, más política será. Finalmente, un retrato justo no consiste en rodar la vida de las personas de un barrio de manera superficial, hay que valorar que esa gente posee los mismos sentimientos, el mismo dolor, la misma alegría o exaltación que todos.”

Continúa:

“Esos barrios fueron construidos también para guardar secretos, porque todos esos inmigrantes necesitaban esconderse. Ya están condenados antes de llegar a Europa.”

Además, sus películas las filma con poco dinero:

“Hay que pensar muy bien las escenas y las locaciones. Cuando no posees la plata, se buscan muchas ideas. Por ejemplo, en el aeropuerto no nos dieron autorización de rodar. Filmamos en estudio con fotos atrás.”

La luz es muy importante para sus tramas:

“Al inicio del proyecto llamé a mi amigo y director de fotografía Simes para ver cómo  podíamos grabar en la casa de Vitalina, un lugar muy pequeño y oscuro. Escogimos dos angulares de 15 y 28 milímetros e hicimos varias pruebas, y los resultados fueron estupendos.”

La realidad y la ficción

–¿Por qué escoge la docuficción, el cinéma vérité para expresarse?

–Docu, porque Vitalina existe, es su historia personal. En mis anteriores películas pasa lo mismo. Para mí, Vitalina es la verdad y la realidad. Durante el rodaje ella me dijo que le gustaría que yo viera su casa en Cabo Verde, y le dije que íbamos a imaginarla para el largometraje y ahí se halla un poco la fantasía, la ficción. Los sueños de esas personas son apenas un poco de felicidad. Vitalina sólo deseaba una pequeña casa, una vida tranquila y sencilla.

Vitalina se casó en Cabo Verde con Joaquín Varela en la década de los ochenta, y éste falleció en 2013. Tuvieron dos hijos.

–¿Por qué es tan constante en sus proyectos abordar la inmigración de los caboverdianos en Lisboa?

–Este confinamiento que nos ha impuesto la pandemia del covid-19, mucha gente en los barrios que padece la pobreza ya lo vivía. El 90% de las personas están confinadas de una manera u otra, por la explotación, la maldad humana, en fin. El encierro no es nada nuevo. A Vitalina la encontré en clausura, en sufrimiento. Vitalina me expresa que el coronavirus es una enfermedad nueva, pero siempre ha estado en el encierro. Hay muchos obstáculos para vencer. Los inmigrantes pierden su libertad, sus tradiciones, su identidad, incluso sus sueños…”

–Lisboa le ha dado poco a esas personas.

–Sí. La historia de la emigración, sobre todo africana, es muy triste. Hay una enorme melancolía por todo lo que se hizo mal en Angola, Brasil, Mozambique y Cabo Verde. Fue un asunto de Iglesia y armas de fuego.

Varios medios informativos refuerzan lo que dice Costa. Destacan que los afrodescendientes en Portugal afrontan complejos desafíos de integración en un país donde los poderes políticos siguen sin tenerlos en cuenta, cuatro décadas después de haberse iniciado el proceso de independencia de las antiguas colonias portuguesas en África (Angola, Mozambique, Guinea Bissau, Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe).

El presidente de la Asociación Caboverdiana, Mário de Carvalho, declara en entrevistas que hay varias “limitaciones” que les impiden tener una voz propia en la vida política portuguesa, lo que contrasta con el peso que tienen en el deporte o en la cultura, sobre todo en la música, a través de artistas como la fadista Mariza o el grupo Buraka Som Sistema.

Actualmente, se lee en distintos reportajes, la mayor parte de la población inmigrante africana residente en Portugal se concentra en la corona metropolitana de Lisboa, en suburbios como los de la región de Amadora.

Generalmente, tiene empleos poco calificados y mal remunerados, y por ende son más vulnerables al desempleo.

Costa subraya:

“La comunidad caboverdiana está mal integrada. Nunca ha logrado el respeto y la vida decente que merece.”

Externa mucha curiosidad por saber si al mexicano le gustará el filme, y enfatiza:

“Bueno, la pobreza allá es tremenda también.”

 Y lamenta que no pudo presentar Vitalina Varela físicamente en nuestro país:

“Creo que esta película tiene algo de mexicana. Vitalina Varela es mi sueño mexicano. Me encanta todo de México, su música, su cultura y su mezcla de colores. En el largometraje hay un poco de Juan Rulfo también, en las sombras de los antepasados, los muertos.”

Vitalina Varela se estrenará en este mes en Francia.  



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