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Juan Villoro, del infierno a la redención

Diego González, el documentalista que protagoniza La tierra de la gran promesa, la más reciente novela de Juan Villoro, disfruta su estancia en la isla de edición, donde puede suprimir, atrasar o adelantar una toma. Pero las acciones de su vida no admiten edición, y él las confiesa en sueños

Cd. de México

Juan Villoro, del infierno a la redención

Me interesaba mucho la confesión dormida de una persona, lo que podía decir más allá de su voluntad en el sueño", dice en entrevista sobre este libro, publicado por Random House, que entrevera la corrupción, la política y el narcotráfico. "Por razones muy comprensibles", explica, "el tema de la violencia rondaba esta trama, porque es algo que nos ha afectado en los niveles más directos a todos los mexicanos, no solamente en lo que vivimos, sino incluso en lo que soñamos". Dedicado al registro de ésta en zonas de riesgo y circunstancias de peligro en un País que arde, Diego González es un documentalista inocente, pero las circunstancias en las que se desempeña no lo son. "Capta la realidad, pero está transmitiendo cosas que van más allá de lo que él intentaba decir. Éstas lo comprometen y cambian su vida", relata el también cronista, periodista y autor, entre otras obras, de El testigo, galardonada en 2004 con el Premio Herralde otorgado por la Editorial Anagrama y Dios es redondo, merecedora del Premio Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán, en 2006.

La tierra de la gran promesa comienza con una Cineteca en llamas y el incendio también es metafórico, no se sofoca a lo largo de las décadas. ¿Es México un País en eterna combustión? Hay incendios que no se apagan del todo y esta historia es, digamos, lo que se mantuvo a fuego lento por un acontecimiento -el incendio de la Cineteca-, pero también por las muchas circunstancias posteriores que avivaron ese fuego. Creo que México ha sido un país en llamas desde hace mucho tiempo, que no ha dejado de arder en muchos niveles y cada cierto tiempo tenemos una noticia que nos recuerda estos agravios. Aprendemos geografía por las tragedias: los nombres de Acteal, Aguas Blancas, Ayotzinapa regresan a nosotros como agravios no resueltos. La novela habla de un incendio, pero en realidad el País está consumido por muchas otras llamas. Pero la novela no se regodea en la tragedia. Háblame de esas rendijas que son el compromiso, la solidaridad, la posibilidad de imaginar mundos distintos.

Me parece muy importante que en un momento degradado, como el que vivimos desde hace más tiempo del que quisiéramos soportar, reflejar también lo que se opone a este infierno -la solidaridad, el afecto, el humor, la ternura, la sensualidad, el erotismo- y que sigue existiendo. Quien conoce el horror tiene más elementos para imaginar algo diferente; solo se conciben paraísos en lugares imperfectos, y en esa medida nosotros somos un bastión para imaginar el paraíso, porque tenemos muchas imperfecciones. Quise reflejar en la trama también eso: la importancia que pueden tener los lazos solidarios, el afecto a las personas y también cómo las emociones y los sentimientos operan a través del tiempo, cómo una vieja relación de pronto puede regresar cargada de mucho mayor sentido, de más significado e incluso cómo una persona que consideras un adversario, tu oponente fundamental, en el fondo es quien más te puede ayudar, y cómo esta dinámica contrastada que estamos viviendo hace que incluso en el oponente puedas encontrar un punto de confluencia.

En esa medida la novela no solo es de destrucción, sino de redención, de encontrar eso que puede valer la pena. Tornaviajes La tierra de la gran promesa, obra que maduró durante nueve años y compendia los intereses de Villoro -su "vocación cancelada" como cineasta, el periodismo y la Ciudad de México, entre otros- es también un relato de ida y vuelta en el tiempo, en la geografía y entre la realidad y la fantasía. "Hay un viaje de ida y vuelta entre el presente y el pasado: en qué medida las cosas que hacemos hoy ocurren por semillas que sembramos hace mucho tiempo, por cosas que quizá de manera inadvertida dejamos pasar, pero que tenían un significado que viene tiempo después a cobrarnos una factura. "Otro viaje de ida y vuelta por supuesto es el geográfico.

El personaje se siente acosado en México, amenazado por la violencia, desea huir, lo hace a Barcelona, como muchos mexicanos lo han hecho en estos tiempos, buscando su propia tierra, la gran promesa en otro sitio, y luego se da cuenta que solo puede resolver sus circunstancia regresando al sitio del origen, volviendo a México, en donde vuelve a encontrar una circunstancia de peligro. Estos viaje de ida y vuelta entre la realidad y la fantasía, el presente y el pasado, dos países distintos, estructuran la novela creando distintas tensiones, porque lo interesante de todos estos movimientos es que los opuestos se complementan". ¿Es imposible escapar? Hay muchas cosas de las que uno puede huir, definitivamente. Y en ese sentido hay crímenes perfectos, pero de lo que uno no puede huir nunca es de sí mismo.

Y el drama mismo del personaje es aquello que lo persigue desde el pasado, que tiene que ver con sus propias acciones, ya sea la forma en que trató a un compañero en la universidad hace muchos años, la manera en que no entendió a la mujer que lo amaba, el reportaje que hizo y que sin darse cuenta le llevó a comunicar algo en forma incontrolada e inconsciente, todos estos elementos son cosas que están en él, que son omisiones, descuidos, malas interpretaciones de su propia vida. Él está huyendo de las consecuencias de eso y le parece que puede escapar, modificar su circunstancia.

Pero poco a poco empieza a explorar lo más difícil y doloroso, lo que ha ocurrido en su propio destino, y que lo está asediando; de eso no podemos escapar, de lo que hemos hecho. Somos esclavos de nosotros mismos. Y este reconocimiento, que es muy dramático, también es el primer punto de partida para cambiar esa circunstancias. Es decir, una vida no solamente se arruina, también se redime, pero para redimirla necesitas pasar por ese examen de conciencia sumamente complejo, porque algunas de las cosas más importantes que hemos hecho han pasado inadvertidas para nosotros mismos. Me parece apasionante cómo la narrativa puede ser un proceso de autoconocimiento para los personajes, cómo ellos al iniciar la novela son unos y al terminarla han sido modificados por lo que aprendieron de sí mismos. Paradojas El título de la novela de Villoro, La tierra de la gran promesa, remite también a la película proyectada en la Cineteca Nacional cuando se incendió, en 1982.

"Fue dramáticamente irónico, porque esa película tiene que ver con la ascensión del capitalismo en Polonia -es una película de Andrzej Wajda-, y es la historia de un optimismo desaforado: un hombre rico, guapo, seductor, construye una fábrica exitosa, pero no la asegura contra incendios, entonces su rival decide quemarle la fábrica y esa película termina con un incendio; en esas llamas se consumen todas las ilusiones del protagonista. Mientras se estaba exhibiendo esta trama ardió la Cineteca", evoca Villoro. Aunque la traducción obvia del filme de Wajda era La tierra prometida, en México se tradujo con el grandilocuente título de La tierra de la gran promesa. El ampuloso nombre sumó otra ironía al destino de la película que devino cenizas.

"Ahora, también en la trama de mi novela cada personaje está buscando una especie de tierra prometida, que puede ser el sueño, que puede ser el pasado, que puede ser otro país, que puede ser el arte como salvación, que puede ser ese lugar casi inconcebible donde hay seguridad, donde no hay violencia, donde se está en paz, y la gran paradoja es que este paraíso posible está en el sitio más inesperado, está en medio del infierno, allí es donde hay que buscar algo que no sea infierno, algo que nos saque de todo esto y donde incluso la persona que juzgabas que era tu verdugo, tu enemigo, es la única que puede ayudarte. "La tierra prometida no está lejos, está alrededor de nosotros. Es el desastre que tenemos, pero que podemos convertir en otra cosa".

Filiación con el género negro Si tuviera que inscribir su novela en algún género cinematográfico, Villoro la situaría en una corriente de cine negro más centrada en la vida interior de los personajes, que en los crímenes cometidos. "El personaje es un documentalista, pero evidentemente la novela tiene una predominancia en la ficción, entonces creo que pertenecería a la corriente de un cine negro que me gusta mucho, porque es un cine en donde la vida interior de los personajes es más importante que las cosas que hacen o que cometen, es decir: lo más delictivo no es un suceso concreto, sino la conciencia que lleva a realizarlo. "Pienso en películas de cine negro melancólico, como El Samurai, protagonizada por Alain Delon, que es una de mis favoritas; me gustaría pensar que ese es el tono que tiene la novela y que tiene mi personaje, con ciertos toques irónicos que no están en ese tipo de cine".



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