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Imparable poder negro

Los reclamos de activistas y deportistas afroamericanos triunfan en la NBA y ahora el juego se ha extendido a la arena política

CIUDAD DE MÉXICO.-

Imparable poder negro

Era un partido decisivo para pasar a la siguiente ronda y siendo Milwaukee uno de los equipos favoritos para ganar el título parecía una osadía que dejaran de jugar exponiéndose a una suspensión o perder el partido por default.

Todos los jugadores habían visto el video del ataque con 7 tiros en contra de Jacob Blake, un vecino de Kenosha, ciudad de Wisconsin ubicada a 61 kilómetros al sur de Milwaukee. El ataque policial ocurrido el domingo 23 en la calle frente a los tres hijos de Blake de 8, 5 y 3 años de edad, viralizado en un video, cimbró a la comunidad negra estadounidense y dejó en shock a los jugadores.

“No deberíamos jugar frente a todo esto que está sucediendo. Estamos aquí solo por motivos de dinero. Estos partidos solo están eclipsando lo que realmente sucede” en Estados Unidos, dijo al sitio The Undefeated, George Hill, el orquestador de los Bucks, de 34 años de edad, 11 de ellos en la NBA.

George Hill gana 10 millones de dólares anuales. Percibe la tercera parte de lo que recibe el jugador mejor pagado de los 17 que constituyen el equipo.

Aquella tarde permaneció en el vestidor con todos sus compañeros mientras los rivales de Orlando ya esperaban en la duela. Sonó la chicharra que llamaba al inicio del juego y Milwaukee no apareció.

La chispa que prendieron los Bucks hizo arder a la liga profesional de baloncesto, la más importante del mundo, donde 80 por ciento de los jugadores son negros. Los playoffs se suspendieron por tres días.

El fermento existía. Los jugadores de la NBA, millonarios, privilegiados, pero exprimidos por las demandas comerciales y televisivas habían condicionado en junio su regreso a las canchas en medio de la pandemia de Covid-19 al respeto de sus exigencias de justicia social e igualdad racial. Estaba entonces fresco el asesinato de George Floyd en Minneapolis ocurrido el 23 de mayo.

Muchos jugadores participaron en marchas callejeras en protesta por la muerte de Floyd, un ex convicto que recién había llegado a Minneapolis y había perdido su empleo en medio de la pandemia de Covid. Floyd murió asfixiado por un oficial blanco que lo detuvo por presuntamente querer pagar con un billete falso en un comercio y lo sofocó con su rodilla durante 8 minutos y 46 segundos. Varios videos circularon con la escena de agonía.

Nativo de Houston, Floyd era amigo de Stephen Jackson, un ex jugador de la NBA, que lo consideraba su alma gemela. Cuando los dueños y la Liga propusieron en junio reanudar la temporada con estadios cerrados y en situación de aislamiento, en una “Burbuja” instalada en Orlando, Florida, los jugadores condicionaron su regreso alegando que no solo era peligroso por la pandemia sino que había cosas más importantes que jugar basquetbol, como defender los derechos humanos y a su raza.

De manera inusual les fue permitido portar en los dorsales de sus camisetas de juego leyendas reivindicativas de justicia, democracia e igualdad, algo que, por ejemplo, en el futbol profesional es penado con multas y suspensiones. Era una condición para regresar, hacer de la duela un centro de reclamo.

Pero lo de Blake, conocido de inmediato con la viralización del dramático video, los colocó decididamente en la fila delantera de la indignación.

Fred VanVleet, el orquestador en cancha de los Raptors de Toronto, originario de Illinois, de 26 años de edad y pieza clave en el sistema de juego de los actuales campeones de la NBA, lanzó la primera proclama luego de conocer el incidente de Blake.

“Sería bueno si, en un mundo perfecto, todos dijéramos que no jugamos, y el dueño de los Bucks de Milwaukee diera un paso al frente y ejerciera presión sobre la oficina del fiscal de distrito, el fiscal del estado, los gobernadores y los políticos para que hagan un cambio real y haya algo de justicia”.

Milwaukee paró y luego todos los demás.

Desde que Jackie Robinson en 1947 logró jugar en Ligas Mayores de beisbol siendo el primer negro en lograrlo hasta la huelga de agosto pasado en la NBA, ha habido muchas batallas de deportistas afroamericanos por ser aceptados, respetados y reconocidos.

Robinson sufrió prácticamente solo las hostilidades de compañeros de juego y de público.

Su estoicismo lo sacó a flote y fue clave en la apertura de una puerta para los afroamericanos en distintos deportes.

Tras el ejemplo de Robinson vino uno más contundente: el de Cassius Clay convertido en Mohammed Alí. Campeón de boxeo en peso completo en la Olimpiada de Roma, Alí se convirtió en un símbolo de la cultura de afroamericanos.

En la cima de su carrera como campeón mundial profesional rehusó alistarse en el Ejército estadounidense para ir a pelear a Vietnam en 1967 por lo que le despojaron de sus títulos. El boxeador había sido influido por el líder antirracista Malcom X, asesinado en Manhattan en1965, y por el líder civil Martin Luther King.

Si Alí era el ejemplo, Harry Edwards, entonces un deportista metido a la academia y al activismo, fungió como el organizador del primer movimiento significativo de atletas afroamericanos y cuyo legado parece vigente con las protestas del siglo 21.

Fundó el Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos (OPHR). El 15 de diciembre de 1967 en un encuentro encabezado por Martin Luther King, Edwards leyó el manifiesto de su movimiento de afroamericanos encabezado por la exigencia de devolverle a Muhammad Alí su título mundial arrebatado por su negativa a ir a la Guerra de Vietnam y su derecho a boxear en Estados Unidos.

La segunda demanda era la remoción del presidente del Comité Olímpico Internacional, el “antisemita y antinegro”, Avery Brundage.

El tercer punto era que no participaran ni en lo individual ni como equipo los atletas blancos de Sudáfrica y Rodhesia, entonces desafiliados del COI.

El cuarto punto era la suma de al menos dos entrenadores afroamericanos en el staff del equipo estadounidense de pista y campo. Quinto punto: Designar al menos dos personas negras en posiciones ejecutivas del Comité Olímpico de Estados Unidos.

El Proyecto evolucionó hacia el llamado a sabotear los XIX Juegos Olímpicos programados en octubre de 1968 en la Ciudad de México para que no acudieran atletas negros a la competición.

Harry Edwards era un deportista completo, con sus casi dos metros de estatura, pudo haber sido contratado ya sea por los Vikingos de Minnesota de futbol americano o Los Lakers de Los Ángeles del basquetbol profesional. Optó por la academia y el activismo. Cuando Luther King lo conoció y Edwards se levantó para saludarlo le dijo: “Vaya, no me extraña que estos blancos te tengan miedo. ¡Hombre, eres enorme!”

El movimiento de Edwards tuvo incluso contacto con la dirigencia del Consejo Nacional de Huelga (CNH) que lideraba a los estudiantes mexicanos. El 15 de agosto el OCHR envió una carta al CNH.

La carta dejaba ver claramente el talante radical del movimiento estadounidense. Uno de sus militantes, Ferdinand Lewis Alcindor, un muchacho de 20 años con 2 metros y 18 centímetros de estatura, y quien fuera entre 1967 y 1969 el mejor jugador universitario de basquetbol del momento, decidió no participar en la selección olímpica de basquetbol.

Nativo de Harlem jugó para UCLA como pivote siendo un fenómeno como anotador y reboteador de balones. Luego del asesinato de Luther King ocurrido en abril de 1968, Alcindor –quien después cambiara su nombre para ser Kareem Abdul Jabar y convertirse en uno de los mejores jugadores profesionales de basquetbol en el mundo– dio la espalda a la selección olímpica y prefirió concluir la licenciatura en Historia.

La delegación estadounidense llegó a México con un puñado de activistas de la OPHR en sus listas.

El 16 de octubre de 1968 con el triunfo de Tommie Smith, un militante de la organización, en la carrera de 200 metros planos realizada en el estadio de Ciudad Universitaria de la Ciudad de México, emergió la protesta más significativa. Smith destrozó el récord mundial acreditando 19.8 segundos de recorrido en una carrera donde no había atleta en el orbe capaz de bajar de los 20 segundos. En segundo lugar quedó el australiano Peter Norman y en tercero John Wesley Carlos, nacido en Harlem, hijo de cubanos, y también activista de OPHR.

Para la premiación los velocistas montaron una protesta ampliamente meditada. Caminaron al podio con sus tenis en las manos y calcetas negras en sus pies. Smith portaba una bufanda negra alrededor del cuello y Carlos la chamarra deportiva desabotonada. Cuando sonó el himno estadounidense ambos pegaron su barbilla al pecho y levantaron sus puños envueltos en guantes negros; Smith el derecho, Carlos el izquierdo.

“Mi mano derecha levantada representaba el poder de la América negra. La mano izquierda de Carlos simbolizaba la unidad de la América negra. Juntos formaban el arco de la unidad y el poder. La bufanda negra era por el orgullo negro. Las calcetas negras sin zapatos era para mostrar la pobreza de los negros en la América racista. El conjunto de nuestros esfuerzo era por la recuperación de la dignidad de los negros”, declaró Smith.

Harry Edwards cuenta en su icónico libro “La rebelión de los atletas negros” que Smith le confió que el gesto de la cabeza inclinada al momento de sonar el himno “era en memoria de los guerreros caídos en la lucha de la liberación negra en Estados Unidos: Malcom X, Martin Luther King Jr. y otros”.

El desplante irritó al Comité Olímpico Internacional y al estadounidense. Los atletas fueron sancionados y se pidió su expulsión de la Villa y del país. Al llegar a Estados Unidos Smith y Carlos fueron defenestrados. La batalla iniciada por Edwards, el mentor y líder de los atletas, tenía un sabor amargo. El logro de la difusión mundial de la protesta estaba cumplido con creces. Marcó un hito. Pero la reacción fue despiadada. Se agudizó la persecución y el acoso.

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Kareem Abdul Jabar (Lou Alcindor desde 1947, cuando nació, y hasta 1971 que se convirtió al islamismo y cambió su identidad) era hasta antes de Michael Jordan el más grande basquetbolista en Estados Unidos. Jugó 20 temporadas en la NBA y obtuvo todos los récords posibles: máximo anotador, máximo reboteador, líder en tapar balones; mayor cantidad de minutos jugados, seis títulos.

Kareem se rinde ahora ante los huelguistas de la NBA.

“Cuando participé en el boicot a las Olimpiadas de 1968 por la desigualdad racial fui condenado al ostracismo. Ahora los atletas blancos se unen con sus compañeros afroamericanos en las protestas”, festejó en un artículo que escribió el pasado 28 de agosto.

Nadie con sus galardones y autoridad para hablar de calidad deportiva y entereza moral. Desde niño conoció la discriminación de afroamericanos en medio de una rígida educación doméstica. Su padre, un oficial del Ejército y de la policía, siempre le dijo que debería defenderse de los abusos. Y pregonó como estudiante y profesional del deporte la igualdad racial.

Tras la huelga de los Bucks seguida por el resto de equipos que juegan los playoffs sobrevino el paro en las Ligas Mayores al suspenderse el juego de los Cerveceros, de la MLS del futbol soccer, e incluso de un torneo de tenis profesional. Las mujeres del circuito profesional de basquetbol también hicieron lo suyo: pararon juegos pero se presentaron todas con camisetas blancas con 7 orificios simbolizando los balazos recibidos por Jacob Blake en Kenosha.

“En el pasado, estos deportes en su mayoría blancos habrían tardado días, incluso semanas, en responder, y mucho menos en unirse a cualquier forma de protesta, particularmente boicotear los partidos”, recordó Kareem.

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Nacido en 1961 en Chicago, Glenn Rivers quedó impactado cuando en 1968 vio a sus padres llorar frente al televisor enterándose de la noticia del asesinato de Luther King. Y lidió con el racismo hacia los afroamericanos en su infancia y juventud. Tras su paso como jugador en la NBA con los Hawks de Atlanta y los Knicks de Nueva York, se hizo uno de los mejores entrenadores de la Liga.

En su autobiografía, Rivers critica los estereotipos existentes sobre los basquetbolistas afroamericanos.

“Odio, realmente odio, cuando la gente se burla de lo que ve como ignorancia. Cuando se burlan de un atleta por lo que consideran ‘tonto’. Eso es una cuestión racial, aunque parte de ello representa un prejuicio general contra los atletas. Sin embargo, sobre todo se habla de jugadores afroamericanos. Son toscos y físicos, más que inteligentes. Hablan mal, con una gramática horrible. No pueden pensar; solo pueden dominar habilidades físicas superficiales que no significan nada, habilidades que no reflejan inteligencia”, critica.

La noche del pasado 25 de agosto, un martes, Rivers, conocido como Doc, llegó a la conferencia de prensa tras la victoria de Clippers de Los Ángeles, equipo que dirige, sobre Mavericks de Dallas por 154 puntos contra 111.

Una auténtica paliza que rompía récord de puntos anotados en un juego de playoff.

Rivers se sentó para sus declaraciones portando un tapabocas negro con el lema de “Vote”, que ha exhibido como una forma de convocar a que los estadounidenses se registren para sufragar en contra de la reelección de Donald Trump del que ha sido un extremo opositor.

Dijo que no había el mejor ambiente para hablar de basquetbol. “Hemos escuchado (en la convención republicana realizada un día antes) a Trump hablar de miedo; escuchamos a todos que están hablando que tienen miedo. Es a nosotros (los afroamericanos) a los que están asesinando; es a nosotros a los que disparan. Nos han colgado. Nos han disparado. Y todo lo que sigues escuchando es acerca del miedo”, dijo.

Y entre sollozos añadió: “Es asombroso ver que nosotros seguimos amando a este país pero el país no nos ama. Realmente es muy triste”. Rivers olvidó el partido. Siguió sin parar.

“La unidad debe acabar con la fuerza policial. Mi padre era policía y yo creo en los buenos policías. No estamos tratando de quitarle el salario y los fondos a nadie. Se trata de que nos protejan, al igual que protegen al resto de ciudadanos”, clamó.

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Sterling Damarco Brown es un jugador típico de la NBA. Lleva dos temporadas con Milwaukee en la plantilla suplente. Apenas ha jugado 4 minutos en los playoffs de la “Burbuja”.

Sostiene la Fundación Brown Brothers S.A.L.U.T.E que reúne fondos para “apoyar a las comunidades de afroamericanos y morenas para cambiar su narrativa y avancen mediante la educación y el deporte”, según su dicho.

No es de los que más gana. A sus 25 años percibe un millón de dólares anuales. Cuando apenas había firmado con Milwaukee en 2018, Sterling pasó por un pequeño supermercado Wallgreen´s cerca de la medianoche. Era el viernes 26 de enero. Iba de prisa y estacionó su auto ocupando dos lugares reservados para personas con capacidades diferentes. No tardó mucho en la tienda y al salir encontró a oficiales de la policía junto a su auto que le exigieron su licencia de conducir.

Sterling intentó entrar a su auto, pero un oficial lo sometió y a la voz de “soy el dueño de esta situación” lo paralizó con una descarga de su pistola eléctrica, lo puso contra el piso con la rodilla sobre su cuello y además le pisó el tobillo.

El jugador fue arrestado y pasó una noche en una comandancia. Salió al día siguiente y promovió un reclamo.

Su historia fue contada hace un mes en el sitio The Player’s Tribune con un artículo titulado “Su dinero no me calla” donde Sterling responde al ofrecimiento del gobierno de Milwaukee de 400 mil dólares de indemnización por el arresto injustificado.

“Mi papá era policía. No tuvimos una relación fluida por esa condición. Pero lo respetaba a él y a otros personajes del barrio que eran policías; cuando se quitaban los uniformes ayudaban en las comunidades promoviendo el baloncesto, fútbol y programas de tutoría para los jóvenes. No respeto la insignia y el uniforme que usan debido a su origen y a lo que representa en su abuso de poder”, reflexiona.

Kareem, Rivers, Sterling, tres basquetbolistas afroamericanos de diferentes épocas, hijos de policías, luchadores contra el racismo, hartos de la violencia policial racista, emblemas de su Liga.

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LeBron James es el hombre poderoso de la NBA. Versátil, intimidante, todo terreno, juega ahora para los Lakers y quiere llevarlos al campeonato.

Una parte de su biografía es como la de muchísimos jugadores afroamericanos que llegan a la NBA desde la pobreza, familia desintegrada, dificultades para cumplir con los estudios pero encumbrado por las grandes capacidades físicas.

En 17 temporadas en la NBA, James se potenció como uno de los sucesores del espectacular Michael Jordan; aunque ha ganado solo tres campeonatos, dos con Miami y uno con Cleveland, a sus 35 años es el mejor pagado de la Liga con 35 millones de dólares en salario y casi 60 millones de dólares por conceptos publicitarios.

Hoy James es el jefe del movimiento denominado “Más que un voto” dedicado a promover el registro electoral de ciudadanos afromericanos para votar en noviembre. James no oculta su antipatía por Trump y cada que puede rebate públicamente sus dichos y políticas.

“Me inspiran personas como Muhammad Ali, me inspiran los Bill Russell y los Kareem Abdul-Jabbar, los Oscar Robertson, esos tipos que se mantuvieron firmes cuando los tiempos eran incluso peores de lo que son hoy”, le declaró a The New York Times cuando dio a conocer su plataforma.

La diferencia esencial con aquellos tiempos, es que entonces lindaban en la marginalidad y estaba más cerca el castigo que del elogio.

Según el Times los seguidores de James en redes sociales no tienen parangón entre los atletas estadounidenses: cuenta con más de 136 millones de seguidores entre sus cuentas de Twitter, Facebook e Instagram. Con un teclazo le escuchan.

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La NBA se ha convertido en un espectáculo mundial con reglas sui generis.

Las franquicias de los equipos equivalen en promedio a unos 2 mil millones de dólares; hay ingresos multimillonarios por publicidad y es una liga de presencia global derivada, entre otras cosas, de la capacidad de atracción de los mejores basquetbolistas de todo el mundo. Los derechos de televisión son jugosos dada el alto rating internacional de los partidos.

Ahora los jugadores afroamericanos mandan. Incluso en los playoffs de la reinvidicación negra se han vivido incidentes y conflictos con tintes raciales donde ellos dominan. Durante el tercer partido entre Clippers y Dallas, ganado por los angelinos, Montrezl Harrell, un duro defensa de Clippers, jaloneó el balón debajo del tablero con Luka Doncic, la sensación blacánica de 21 años de edad, y tras el zipizape le increpó: “niño blanquito puto”. No lo castigaron, por el contrario, Harrell fue declarado el mejor jugador suplente de la temporada.

El paro de fines de agosto que puso a temblar a los dueños de los equipos provocó negociaciones de jugadores de 13 equipos con los dirigentes. Y pactaron un auténtico manifiesto cívico más político que deportivo.

El acuerdo, firmado por la Directora Ejecutiva de la Asociación Nacional de Jugadores, la abogada Michele Roberts, y el comisionado de la NBA Adam Silver, dice que conjuntamente y de manera inmediata “se creará una coalición de justicia social con la representación de jugadores, coaches y gobernadores” que promoverá el aumento del acceso a la votación, el compromiso cívico y la defensa de una reforma profunda de la policía y la justicia penal.

También que en todas las ciudades donde existan franquicias de la NBA y éstas controlen los estadios “los gobernadores de los equipos trabajen con funcionarios electorales locales para convertir las instalaciones en un lugar de votación para las elecciones generales de 2020 a fin de permitir una opción segura de votación para la votación en persona para comunidades vulnerables a COVID”.

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Hace cinco décadas el pionero de las protestas de atletas afroamericanos, Harry Edwards, fue fichado por el FBI, perseguido político y muchos de sus seguidores vieron truncadas sus carreras deportivas por la segregación y el odio.

Hoy, con más de 70 años de edad, Edwards es consultor privilegiado de los 49 de San Francisco, el equipo de futbol americano, y de los Warrios de Golden State, reciente multicampeón de la NBA. El entrenador Steve Kerr acudió a él para que diera charlas motivacionales a los jugadores. Los Warriors bajo la asesoría de Edwards hilaron tres campeonatos de la NBA con estrellas negras como Steve Curry, Klay Thompson o Kevin Durant.

La NBA está en las manos del poder negro. Convertir a uno de los negocios deportivos más prósperos en un aparato cívico electoral y en una poderosa caja de resonancia de demandas políticas, sociales y culturales de igualdad a contrapelo de muchos dueños de franquicias reacios a esos reclamos, solo pudo ser posible por la inflexible acción de los jugadores y una larga historia de reclamos dentro y fuera de los campos.

Nada parece detenerlos. Su meta inmediata está en noviembre. Confrontarán al poder supremacista blanco que apoya la reelección de Donald Trump. Un juego físico, difícil, que puede incluso irse a tiempos extras o ser impugnado en la mesa.



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