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Historia de las maletas de Cristóbal Toral

Hombre de campo y viajero, en su estudio de Toledo explica cómo estos objetos representan “la presencia de la ausencia”.

HAY UN DESORDEN meticuloso, dividido por sectores perfectamente distinguibles, en el estudio que tiene Cristóbal Toral (Torre Alháquime, Cádiz, 1940) a media hora de Toledo.

Historia de las maletas de Cristóbal Toral

Para llegar allí hay que surcar vastos dominios devastados por la dejadez que ha hecho de la zona un símbolo de la España vacía pateada por el escritor Sergio del Molino. Y cuando se llega a la finca que ocupa este andaluz que vivió en cuevas con su padre y que luego ha hecho del arte su viaje vital, ya se sabe que aquí, en El Torcal, vive un artista.

Su mano ha marcado hasta el crecimiento de árboles poderosos, de riachuelos humildes pero insistentes, de plantas o pájaros cuyos nombres él conoce como cada una de sus maletas.

Ellas son la materia prima de su imaginación: ¿qué habrá habido dentro? El pintor las compra en subastas de grandes compañías de transporte. Y de esa curiosidad por su contenido se hacen las obsesiones que Toral lleva a los cuadros. Las maletas, dice, tienen tres vidas: “Les sirvieron a los viajeros, me sirven a mí para convertirlas en obras de arte y les sirven a los que compren mis cuadros o mis esculturas”.

Es sobrecogedor este espacio, y quita el aliento, de asombro, el lugar en el que coexisten indiferentes pero aún útiles sus compras sucesivas de infinitos y diversos artilugios de viaje. En el estudio ahora hay otra acumulación, el contenedor en el que introdujo todo tipo de detritus de la construcción coexistiendo con un ilustre habitante del pasado, el rey emérito. ¿El rey en el basurero, los restos de la civilización de lo cotidiano en el basurero? ¿En qué se convierte el mundo en sus manos?: “El pintor tiene que ser un testigo de su época, un notario. Por eso soy, más que un artista realista, un artista figurativo. Describo figuras, metáforas. El realismo tiene un horizonte más cerrado. Y el artista figurativo está más abierto a lo que pasa. Lo que ocurrió es que había que quitar los retratos de un rey para poner a otro. Eso es así, que nadie se ofenda”.

“Nunca se ha viajado tanto como ahora, y la maleta simboliza ese movimiento, ese ir nómada de un sitio a otro”

Aquí se acumulan los equipajes, los objetos de pintor (“pinturas caras, las baratas no sirven a la larga”), lienzos de todos los tamaños, pero sobre todo los grandes; aún tiene por allí el cuadro que hizo del papa Benedicto en medio de terroristas del ISIS, y hay al fondo un inquietante ataúd que es también como una maleta final, un mensaje, otra vez, figura real de lo que le espera al mundo…

Además, para concluir las metáforas del viaje en que consiste la esencia de su arte, en su casa de Madrid tiene a la vista todo tipo de calzado. Ahora está muy orgulloso de unas zapatillas para caminar cuyo par último se trajo de Estados Unidos.

La maleta es la reina omnipresente de los utensilios que le sirven para explicar su conciencia del arte. “Quiero convertirla en un icono de nuestro tiempo. Nunca se ha viajado tanto como ahora y ese objeto simboliza ese movimiento, ese ir nómada de un sitio a otro”.

Y no solo eso: las maletas no son, en este momento, tanto síntomas del placer de conocer otros sitios como exponentes de una necesidad dramática. “Las de los sin tierra, que viajan en patera con la intención de quedarse en el lado poderoso del Mediterráneo. Las humildes de los que quieren superar los muros, esa valla de Melilla que se pueden encontrar entre la miseria y la esperanza”.

Son “los contrastes muy crueles” que él también sufrió en su juventud, cuando su padre se quedó solo y los dos, padre e hijo, tuvieron que buscarse la vida en los aledaños de los pueblos, en las sierras, cuidando cabras. Y, ­simbólicamente, ¿qué hay dentro de las maletas que usted ­pinta o acumula en esculturas, en envoltorios gigantes? “Hay”, dice Toral, “un contenido enorme, una presencia de la ausencia. En la nave de al lado de este estudio tengo cientos de ellas y cada vez que entro me emociono. Pienso en las personas que han podido tener ese equipaje, qué han llevado dentro, dónde han estado”. El viaje está dentro de la maleta. “El viaje, al fin y al cabo, es una trayectoria. Todos venimos de algún sitio y a otro sitio nos estamos yendo”.

—Ese ataúd también se refiere al viaje, claro…

—El final del viaje, sí. Está forrado de postales que indican por dónde ha viajado ese personaje, sus recuerdos, los zapatos que le han ayudado a caminar.

Podía haber sido, dice, un retratista de la realidad, de un membrillo, de un comedor perfecto, pero ha preferido detenerse en esos símbolos, “la realidad de esos pobres personajes que tienen que cruzar el Mediterráneo y se ahogan… Esa es la realidad: los éxodos, las guerras, el aspecto físico de una realidad social”.

“Viví en una pobreza muy acentuada, pero de gran riqueza a la vez. Tuve contacto con la naturaleza y la realidad”

Sobre su mesa de trabajo tiene una entrevista que Iker Seisdedos le hizo al profesor Benjamin Buchloh (EL PAÍS, 3 de marzo de 2016), en la que el gran historiador del arte ­critica, entre otras cosas, la banalidad de Jeff Koons. Toral está feliz de coincidir con él: “Al contrario de lo que afirma Koons”, resume Cristóbal Toral, “en el arte no todo es banal. Pues Koons había dicho que pintaba lo banal porque en el mundo todo es banal. No, el mundo es algo muy serio en el que ahora ­mismo están ocurriendo cosas muy serias. Y el artista ha de recogerlas. Leer eso me emocionó”. Y se levanta como si fuera a darle un abrazo a Buchloh.

Él guarda las maletas que usa para contemplarlas, para darles nuevas vidas. Para seguir viviendo en ese mundo que es a la vez irreal y verdadero. De la obra de Toral decía el poeta y crítico José Hierro que tanta realidad terminaba pareciendo una fantasía, una borrachera de realidad. “Así es, esa es la magia del arte… En ese sentido me interesa mucho Edward Hopper porque aparentemente el mundo que representa es muy real, pero si te fijas bien tiene un surrealismo impresionante”.

La realidad, para él, vive en esos equipajes que almacena, y es sorprendente. “Es la imagen de la infinita espera que es la vida. Mira lo que decía Francis Bacon: ‘Todos partimos de la realidad, todo es realidad, incluso la imaginación”.

Para llegar allí hay que surcar vastos dominios devastados por la dejadez que ha hecho de la zona un símbolo de la España vacía pateada por el escritor Sergio del Molino. Y cuando se llega a la finca que ocupa este andaluz que vivió en cuevas con su padre y que luego ha hecho del arte su viaje vital, ya se sabe que aquí, en El Torcal, vive un artista.

Su mano ha marcado hasta el crecimiento de árboles poderosos, de riachuelos humildes pero insistentes, de plantas o pájaros cuyos nombres él conoce como cada una de sus maletas.

Ellas son la materia prima de su imaginación: ¿qué habrá habido dentro? El pintor las compra en subastas de grandes compañías de transporte. Y de esa curiosidad por su contenido se hacen las obsesiones que Toral lleva a los cuadros. Las maletas, dice, tienen tres vidas: “Les sirvieron a los viajeros, me sirven a mí para convertirlas en obras de arte y les sirven a los que compren mis cuadros o mis esculturas”.

Es sobrecogedor este espacio, y quita el aliento, de asombro, el lugar en el que coexisten indiferentes pero aún útiles sus compras sucesivas de infinitos y diversos artilugios de viaje. En el estudio ahora hay otra acumulación, el contenedor en el que introdujo todo tipo de detritus de la construcción coexistiendo con un ilustre habitante del pasado, el rey emérito. ¿El rey en el basurero, los restos de la civilización de lo cotidiano en el basurero? ¿En qué se convierte el mundo en sus manos?: “El pintor tiene que ser un testigo de su época, un notario. Por eso soy, más que un artista realista, un artista figurativo. Describo figuras, metáforas. El realismo tiene un horizonte más cerrado. Y el artista figurativo está más abierto a lo que pasa. Lo que ocurrió es que había que quitar los retratos de un rey para poner a otro. Eso es así, que nadie se ofenda”.

“Nunca se ha viajado tanto como ahora, y la maleta simboliza ese movimiento, ese ir nómada de un sitio a otro”

Aquí se acumulan los equipajes, los objetos de pintor (“pinturas caras, las baratas no sirven a la larga”), lienzos de todos los tamaños, pero sobre todo los grandes; aún tiene por allí el cuadro que hizo del papa Benedicto en medio de terroristas del ISIS, y hay al fondo un inquietante ataúd que es también como una maleta final, un mensaje, otra vez, figura real de lo que le espera al mundo…

Además, para concluir las metáforas del viaje en que consiste la esencia de su arte, en su casa de Madrid tiene a la vista todo tipo de calzado. Ahora está muy orgulloso de unas zapatillas para caminar cuyo par último se trajo de Estados Unidos.

La maleta es la reina omnipresente de los utensilios que le sirven para explicar su conciencia del arte. “Quiero convertirla en un icono de nuestro tiempo. Nunca se ha viajado tanto como ahora y ese objeto simboliza ese movimiento, ese ir nómada de un sitio a otro”.

Y no solo eso: las maletas no son, en este momento, tanto síntomas del placer de conocer otros sitios como exponentes de una necesidad dramática. “Las de los sin tierra, que viajan en patera con la intención de quedarse en el lado poderoso del Mediterráneo. Las humildes de los que quieren superar los muros, esa valla de Melilla que se pueden encontrar entre la miseria y la esperanza”.

Son “los contrastes muy crueles” que él también sufrió en su juventud, cuando su padre se quedó solo y los dos, padre e hijo, tuvieron que buscarse la vida en los aledaños de los pueblos, en las sierras, cuidando cabras. Y, ­simbólicamente, ¿qué hay dentro de las maletas que usted ­pinta o acumula en esculturas, en envoltorios gigantes? “Hay”, dice Toral, “un contenido enorme, una presencia de la ausencia. En la nave de al lado de este estudio tengo cientos de ellas y cada vez que entro me emociono. Pienso en las personas que han podido tener ese equipaje, qué han llevado dentro, dónde han estado”. El viaje está dentro de la maleta. “El viaje, al fin y al cabo, es una trayectoria. Todos venimos de algún sitio y a otro sitio nos estamos yendo”.

—Ese ataúd también se refiere al viaje, claro…

—El final del viaje, sí. Está forrado de postales que indican por dónde ha viajado ese personaje, sus recuerdos, los zapatos que le han ayudado a caminar.

Podía haber sido, dice, un retratista de la realidad, de un membrillo, de un comedor perfecto, pero ha preferido detenerse en esos símbolos, “la realidad de esos pobres personajes que tienen que cruzar el Mediterráneo y se ahogan… Esa es la realidad: los éxodos, las guerras, el aspecto físico de una realidad social”.

“Viví en una pobreza muy acentuada, pero de gran riqueza a la vez. Tuve contacto con la naturaleza y la realidad”

Sobre su mesa de trabajo tiene una entrevista que Iker Seisdedos le hizo al profesor Benjamin Buchloh (EL PAÍS, 3 de marzo de 2016), en la que el gran historiador del arte ­critica, entre otras cosas, la banalidad de Jeff Koons. Toral está feliz de coincidir con él: “Al contrario de lo que afirma Koons”, resume Cristóbal Toral, “en el arte no todo es banal. Pues Koons había dicho que pintaba lo banal porque en el mundo todo es banal. No, el mundo es algo muy serio en el que ahora ­mismo están ocurriendo cosas muy serias. Y el artista ha de recogerlas. Leer eso me emocionó”. Y se levanta como si fuera a darle un abrazo a Buchloh.

Él guarda las maletas que usa para contemplarlas, para darles nuevas vidas. Para seguir viviendo en ese mundo que es a la vez irreal y verdadero. De la obra de Toral decía el poeta y crítico José Hierro que tanta realidad terminaba pareciendo una fantasía, una borrachera de realidad. “Así es, esa es la magia del arte… En ese sentido me interesa mucho Edward Hopper porque aparentemente el mundo que representa es muy real, pero si te fijas bien tiene un surrealismo impresionante”.

La realidad, para él, vive en esos equipajes que almacena, y es sorprendente. “Es la imagen de la infinita espera que es la vida. Mira lo que decía Francis Bacon: ‘Todos partimos de la realidad, todo es realidad, incluso la imaginación”.

Se emociona ante los contenedores, ante los basureros donde se acumula innumerable tristeza, y se emociona también ante las vueltas que da la vida: de cabrero pobre a artista con varios estudios, viajero infatigable por un mundo que lo ha coronado. “No, no era tan pobre. Viví, es verdad, en una pobreza muy acentuada, pero de una gran riqueza a la vez porque me permitió tener contacto con la realidad y con la naturaleza. Suelo decir que tuve un bachiller virgiliano alrededor de la naturaleza”.

—Su padre, atormentado por su experiencia en las afueras, le decía: “Haz lo que quieras, pero no vuelvas al campo”. Y aquí está usted, rodeado de encinares de Toledo.

—Aquí estoy. A él le hubiera gustado esta finca. ¡La cabra tira al monte, ja, ja, ja! Estos días estoy supercontento porque ha llovido. Soy artista porque soy hombre de campo, qué carajo.






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