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Flamencos en crisis ambiental

Los cambios en el cultivo del arroz, en un contexto de sequía, afectan gravemente a las garzas de la Albufera de Valencia

Esta primavera han vuelto a verse grandes concentraciones de aves, las más llamativas de flamencos, en zonas muy acotadas del Parque Natural de la Albufera de Valencia, uno de los principales humedales del Mediterráneo. Las espectaculares escenas congregan a centenares de curiosos en los caminos de tierra del parque, pero tienen un motivo sombrío y preludian lo que los biólogos Mario Giménez y Pablo Vera describen como una “grave crisis ambiental”.

Flamencos en crisis ambiental

La escasez de agua dificulta a las aves utilizar como escala el humedal, integrado en la Red Natura 2000 y situado en el cruce de las dos principales rutas migratorias europeas: la que abarca la parte oriental del océano Atlántico, y la llamada del Mediterráneo y el mar Negro, que tiene como extremos Rusia y el África ecuatorial. Y afecta también al éxito reproductivo de las colonias, que en el caso de algunas especies de garzas, como la real, se ha reducido en dos tercios desde 1990, según los datos de SEO/Bird Life. Ello contribuye a explicar que el número de parejas reproductoras de todas las clases de garzas en el parque natural haya caído de casi 5.000 a 3.500 en siete años.

En su origen, la Albufera fue una pequeña porción del Golfo de Valencia que quedó aislada del mar por los sedimentos arrastrados por los ríos Júcar y Turia hace 1,8 millones de años y fue perdiendo salinidad muy poco a poco. En el siglo XIX la gran laguna empezó a ser cubierta con tierra para convertirla en cultivos de arroz, que hoy representan 14.000 de las 21.120 hectáreas del parque natural.

Los arrozales, regados por la Acequia Real del Júcar, son desde entonces la principal fuente de alimento de las aves acuáticas. Estas, salvo excepciones, no comen grandes peces, como los que hay en laguna, sino pequeños ejemplares que viven en las aguas poco profundas de los campos que la rodean, así como crustáceos, moluscos, larvas de insectos, anfibios e incluso culebras de agua.

El calendario tradicional del arroz garantizaba campos inundados la mayor parte del año. Lo estaban durante el periodo de cultivo, entre finales de abril y septiembre. Y también después de la cosecha, cuando volvían a anegarse para evitar la salinización de unos terrenos muy cercanos al mar. El vaciado se hacía lentamente, y en marzo y abril, ya secos, los terrenos se acondicionaban para el siguiente ciclo de cultivo.

Cambio de variedades

En los últimos años, la inundación invernal se ha reducido, el desagüe se efectúa más rápido y ha aumentado el cultivo de variedades de arroz que, como J. Sendra y Argila, los agricultores pueden sembrarse más tarde obteniendo mejor rendimiento, afirma José Pascual Fortea, presidente de la Comunidad de Regantes de Sueca.

A todo ello se ha unido la sequía, que ha eliminado los oasis que en los meses más secos representaban las acequias y pequeños canales de los campos. La consecuencia es que, por ejemplo, ahora de media en cada nido de garceta común solo un pollo logra volar, cuando hace tres décadas lo conseguían 3,4, indica Vera.

Los responsables de SEO/Bird Life reclaman que las ayudas agroalimentarias se vinculen al mantenimiento de la inundación del arrozal durante todo el año, salvo en el breve periodo necesario para acondicionar la tierra para el siguiente cultivo. Y que los gestores hídricos garanticen al parque natural el agua necesaria en los términos en que lo establecen las directivas europeas, como una “restricción al sistema”.




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