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“Ese cuadro no siente; ¡las mamás que buscan a sus hijas sí!”

Mujeres con hasta siete familiares desaparecidos se niegan a dejar la sede de la CNDH hasta que se garantice el fondo de ayudas para las víctimas

En una carpeta de cartulina amarilla, la señora Martha Castillo guardaba este lunes siete carteles de papel duro. En cada cartel aparecía una cara distinta, unos rasgos, unos recuerdos. Son Manuel, Yaneth, Javier, Arturo, Rogelio, Adriana y Sergio. Son sus hijos y nietos. Todos desaparecieron entre 2013 y 2014 en Tamaulipas y la señora Castillo trata de saber qué fue de ellos.

“Ese cuadro no siente; ¡las mamás que buscan a sus hijas sí!”

Para el colectivo feminista Ni Una Más -o colectiva, como se hacen llamar- la protesta de las víctimas de la violencia ha servido de plataforma para sus reivindicaciones, más genéricas que las de la señora Castillo y sus compañeras. Ni Una Más maneja un centro de acopio en la puerta de la CNDH y plantea convertir el edificio, un viejo caserón del centro histórico, en un refugio para mujeres víctimas de la violencia. Este lunes, sus integrantes han sacado a la calle los cuadros de cuatro próceres llenos de pintadas -José María Morelos, Benito Juárez, Francisco I. Madero y Miguel Hidalgo- y los han colocado boca abajo, sobre la banqueta. “¡No estén llorando por ese cuadro, ese cuadro no siente!”, gritaba una de ellas, “¡las mamás que buscan a sus hijas sí sienten!”.

El dolor de estas mujeres atraviesa varios Gobiernos, sus promesas y aspavientos. No es cosa solo de la CNDH, o de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, CEAV, o de la Secretaría de Gobernación. O del mismo presidente. Es una cuestión de fondo que, vistos los actuales niveles de violencia, parece difícil que cambie en poco tiempo. Son decenas de miles de víctimas de asesinato, desaparición o secuestro. Son ellos y sus familias, que dependen de la precaria economía de la atención a víctimas del Estado para sobrevivir y para fiscalizar la actuación de las autoridades, encargadas de hacer justicia.

Y es precisamente esa economía la que está en peligro. Al menos ese es el motivo que ha llevado a las mujeres a manifestarse en la CNDH y, finalmente, a tomarla. Una de las compañeras de la señora Castillo, Maria Icela Váldez, explica que el dinero que han recibido estos años para apoyar las búsquedas de sus hijos sobre el terreno -en fosas clandestinas- ya no les va a llegar. También peligran los apoyos que el Estado les ha dado en cuestiones de comida y alquiler. “Le están quitando el dinero a las víctimas, nos están quitando la posibilidad de encontrar a nuestros hijos. Le hago un llamado al fiscal, ¿por qué no investigan nuestros casos, por qué no quieren encontrar a nuestros hijos?”.

La toma de la CNDH es pues simbólica, no una queja dirigida a la institución, sino una llamada de atención, una muestra de hartazgo. De hecho, el grupo de Martha Castillo y Maria Icela Valdez mantienen a la vez un plantón en el hall de la CEAV. “Yo solo quiero que me ayuden a saber qué pasó con mi familia”, decía este lunes la señora Castillo. Su hijo Manuel desapareció en febrero en 2013 en Reynosa, en la frontera entre Tamaulipas y Texas. “Se lo llevaron policías estatales de un antro”, explicaba la mujer. Manuel tenía 19 años cuando sucedió. En noviembre del año siguiente desaparecieron los otros seis. Yaneth, su hija, Arturo, Javier y Rogelio, sus hijos, y Sergio Adriana, hijos de Yaneth y nietos suyos.

Hipertensa, este lunes la señora se sofocó a media tarde y tuvo que subir a una ambulancia estacionada junto a la CNDH. Maribel Medina, una de sus compañeras, terminó de explicar su historia. “A los seis se los llevaron de la casa de la hija -Yaneth-. Los trabajadores de un taller que había enfrente dicen que llegaron camionetas con gente armada y se llevaron, primero a Yaneth, un hermano suyo y sus hijos. Los otros dos hermanos de Yaneth habían salido por unas medicinas y cuando volvieron se encontraron todo el revoltijo. Ese mismo día más tarde, las camionetas volvieron y… se los llevaron también”.

Martha Castillo se arruinó. Los que se llevaron a los seis pidieron rescate y ella vendió lo que tenía y les pagó dos millones de pesos. Pero no aparecieron. Acudió a la fiscalía local, pero le metieron miedo. Le dijeron que “ya no los iba a encontrar, que ya estaban muertos”. Y no insistió. Luego conoció a Maribel y las demás compañeras y se agarró de ellas para tratar de encontrar justicia.



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