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'Escribo la historia de nuestro pueblo'

Mario Agustín Gaspar, galardonado con el Premio Nacional de Artes 2020, cambió el aula por un taller junto al célebre lago de su municipio natal, donde enseña historia en cada obra que produce en maque, caña de maíz y laca perfilada en oro

Su madre buscó para él un destino de maestro. Y lo es, incluso con reconocimiento internacional. Pero Mario Agustín Gaspar, nacido en Pátzcuaro, Michoacán, en 1950, no sería un docente de escuela que enseña lecciones a los niños, como ella anhelaba.

Escribo la historia de nuestro pueblo

Las dos primeras, técnicas prehispánicas, y la tercera, de origen colonial.

“Siempre he dicho que los artesanos somos como historiadores: no escribimos libros, pero escribimos la historia de nuestros pueblos en nuestras artesanías.

La historia prehispánica bien antigua, ahí está plasmada; a través de tantos años y tantos eventos sociales que ha pasado México, la artesanía sigue viva”, cuenta en entrevista telefónica desde Pátzcuaro, mientras trabaja y escucha las tradicionales pirekuas, aunque también música de Mongolia, que lo traslada a geografías remotas. 

Su madre lo reprendía, recuerda, porque no atendía las lecciones en la escuela, interesado más en dibujar. “Ella quería que fuera maestro, porque mi abuelito, mis tíos, mis hermanas, todos han sido maestros. De hecho, varias veces consiguió, cuando algún maestro pedía permiso, que yo cubriera el interinato para suplirlo, a veces por tres meses. “¡Tres meses que yo terminaba como si fueran tres años! Y los chiquillos, igual. O sea que ya no me aguantaban.

Cuando se terminaba el período yo salía corriendo, y los chiquillos también”. Y eso que no fue el estudiante ejemplar: “En la primaria, durante la clase, no ponía atención a lo que decía el maestro porque estaba con mi libreta dibuje, dibuje y dibuje. El maestro me acusaba con mi mamá, y ella me regañaba y decía: ‘¿Voy a creer? ¡Pon atención, porque tú tienes que ser maestro’. ¿De dibujar vas a vivir?’.

Y pues de eso vivo”. En cambio, en los talleres vespertinos de la escuela, Gaspar destacaba como el niño más esmerado.

El maestro Francisco Reyes le enseñó el maque, que consiste en decorar piezas, por ejemplo de madera o guajes, con aceites y tierras que se untan con la palma de la mano. “Con el maque anda uno todo mugroso. Si anda uno pintando de negro, parece uno carbonero; si anda pintando con rojo, va uno endiablado, todo manchado de rojo. Entonces yo veía a los compañeros que decoraban con laminilla de oro, muy orgullosos, muy limpiecitos, y dije: ¡Yo quiero andar así!”.

Aprendió en los talleres de Carlos Álvarez, Raúl García y Alfonso Guido Santillán, y se dedicó al trabajo de laca perlada en oro durante 30 años.

Regreso al maque

Un día, la antropóloga Marta Turok lo invitó a un encuentro de artesanos del maque en Temalacatzingo, Guerrero. “En aquellos lugares alejados volví a maquear, como lo hice en mi niñez. Volví a sentir en mis manos la tierra y el aceite de la pieza maqueándose. Dije: ‘Tengo que volver a maquear’. Y, de hecho, siempre guardé mis tierras, guardé todo lo que ocupaba.

Hasta mi señora, cuando nos casamos, decía: ‘Ya tira ese montón de tierra, para qué lo quieres. Nada más anda estorbando’. Nunca lo tiré, y me sirvió”. Gaspar combinó entonces la laca perlada en oro y el maque, como se hacía durante la época colonial.

Luego, con Santillán, rescató la técnica para caña de maíz que se había extinguido durante la Guerra Cristera. “En esa época, todo lo que tenía que ver con la Iglesia, con Cristo y con vírgenes lo quemaban, y a quienes hacían imágenes los fusilaban o los colgaban”.

El Gobierno de Michoacán y el Laboratorio de Biología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo apoyaron las investigaciones de Gaspar para conocer cómo se elaboraron antiguamente las piezas en pasta de caña de maíz.

“Teníamos idea de lo que se usaba, pero no exactamente. En el laboratorio nos ayudaron a identificar varios materiales que se utilizaban y detectaron siete tóxicos”. Gaspar exploró los cerros y recolectó, asesorado por campesinos, plantas venenosas que trasladó a la universidad para que las analizaran, una y otra vez, hasta que se identificó cada tóxico, en un proceso que se prolongó unos 20 años.

“Ya teníamos la técnica de la caña de maíz como se hacía en los viejos tiempos y teníamos la fortuna de conocer las técnicas del maque y la laca perlada en oro. Entonces pudimos hacer una imagen de caña de maíz maqueada y decorada con laminilla de oro”.

Estas tres técnicas, por ejemplo, se conjugaron en un Nacimiento que el Gobierno de Michoacán obsequió al Vaticano, obra de Gaspar y otros artesanos que vistieron las piezas y cuya exhibición en el museo de la Santa Sede enorgullece a su autor. “Pienso que es como el clímax de la artesanía de Michoacán”. Usted trabaja muy cerca del lago de Pátzcuaro.

¿Cómo influye el paisaje en el trabajo que usted realiza? Para nosotros es un privilegio. Ver un amanecer con un Pátzcuaro lleno de neblina y ver cómo poco a poquito va saliendo el sol, y metiéndose sus rayos entre la neblina, es un espectáculo muy bonito que uno aprovecha como inspiración para nuestras piezas y para trabajar diseños.

Una vez había una esta del aniversario de Pátzcuaro e hicieron un castillo muy grande, con muchas luces de diferentes colores; yo lo veía y decía: ‘Ahí está un diseño’; veía y salían más luces, y decía: ‘Ahí está otro diseño’. Me los grabé y, llegando a mi taller, hice el diseño en un papel -este movimiento de cómo salían las luces y reventaban- y luego en un alhajero. Aquí también vemos las ores cómo están en botón, cómo abren y revientan, y nosotros las adecuamos a nuestro trabajo. El paisaje es una inspiración y nos ayuda a saber dónde estar viendo para plasmarlo en nuestras piezas. 



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