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El racismo crece por amenazas imaginarias

La xenofobia ha crecido en la mayor parte de los países europeos desde el final del siglo pasado. En una carta publicada hoy en la revista Nature Human Behaviour, Catarina Kinnvall, de la Universidad de Lund (Suecia), recordaba algunos datos que muestran esa tendencia. Entre 1999 y 2008, en 14 de 23 países encuestados, los niveles de xenofobia se habían incrementado. Hace diez años, antes de las últimas oleadas racistas que han sacudido Europa, en 19 de esos 23 países más de un 20% de los encuestados podían considerarse xenófobos. En estos estudios se tenía por xenófoba a una persona si preguntada por quién preferirían no tener como vecinos, respondían mencionando al menos una de estas tres categorías: musulmanes, inmigrantes o gente de una raza diferente. En otras encuestas similares, Kinnvall explica que hasta un 13% de los participantes afirmaron que no se sentirían cómodos trabajando con una persona musulmana. España es uno de los pocos países en los que se ha observado un descenso en los niveles de xenofobia. En países como Rusia, Lituania o Estonia, sin embargo, esos niveles se han incrementado hasta acercarse o incluso superar el 50%.

El racismo crece por amenazas imaginarias

En 19 de 23 países europeos, más de un 20% de los encuestados podían considerarse xenófobos

Kinnvall considera que una serie de factores relacionados con la modernidad, la globalización o los cambios tecnológicos pueden desempeñar un papel importante exagerando estos miedos. “En el contexto europeo, estos factores pueden estar vinculados a cambios políticos y económicos más generales, como el debilitamiento del Estado del bienestar, una crisis de legitimidad de los partidos políticos ordinarios, la marginalización política y social, la migración, el desempleo o una percepción sobre el aumento de los niveles de delincuencia”, señala.

Sin embargo, para la autora del artículo, debates como los que se produjeron durante el Brexit muestran el peso de sentimientos aún más intangibles en el aumento del racismo en Europa. Muchos partidarios de la salida del Reino Unido de la Unión Europea hacían referencia a un pasado glorioso que había que recuperar, en una línea parecida a la del presidente de EE UU, Donald Trump, cuando prometía que volvería a hacer grandes a los EE UU. En este sentido, Kinnvall recuerda que diversos estudios muestran que las amenazas culturales a la identidad son más potentes a la hora de generar reacciones contra los inmigrantes o el multiculturalismo que las amenazas al bienestar económico. “No hay una conexión directa entre las condiciones económicas, políticas y sociales 'reales' y cómo vive e interpreta la gente estas condiciones”, continúa.

En la búsqueda del origen de los miedos o la ansiedad que favorece el racismo y la xenofobia, la autora hace referencia a narrativas racistas sobre una “protección imaginaria del otro inmigrante” y un fetichismo por identidades puras. Esta aspiración convierte a los extranjeros y a las personas de otras razas en el origen de lo que Jason Glynos, de la Universidad de Essex (Reino Unido), describió como “el verdadero horror”: la imposibilidad de una identidad social completa o estable.

En opinión de Kinnvall, esta nostalgia por una identidad pura no se puede separar del pasado imperial europeo y la forma de entender lo que significa ser blanco. La llegada incontrolada de inmigrantes hace más visible la pérdida del poder colonial con el consiguiente daño para el orgullo nacional o el prestigio internacional. Recordando algunos de los argumentos esgrimidos durante la campaña por la salida británica de la UE, la investigadora considera que el enfado por la inmigración, además de una mezcla de intolerancia racial y religiosa, es también un proceso de duelo por la pérdida del poder imperial y un sentimiento colectivo de culpa. “El racismo —comenta Kinnvall— no se puede separar del discurso político del nacionalismo. Comparte con él la necesidad de exclusividad y separación y se justifica a menudo a través de diferencias religiosas y culturales cuando en realidad tiene dimensiones racistas y eurocéntricas”.

En conclusión, Kinnvall señala la necesidad de tener en cuenta el origen de los miedos de muchos europeos ante la sensación de que su identidad homogénea idealizada está siendo atacada. Esto permitirá entender el peso de los cambios políticos, sociales o económicos reales y el de aquellas amenazas imaginarias en el auge del racismo en Europa.




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