El caso del marrano pinto de negro en el Rancho San Joaquín, 1931
Nazaria Olivares, una viuda de 43 años de edad, criaba con orgullo unos marranos inmediatos a su vivienda en el Rancho San Joaquín, que se encontraba hacia el poniente de la villa de Reynosa, no muy lejos de los Ranchos de Santa Ana y los Alacranes, que se encuentran hoy en día en lo que son los límites de los municipios de Reynosa y Río Bravo
Cronista Municipal de Reynosa
Por ese entonces todavía la mayoría de los reynosenses vivían en ranchos y comunidades rurales en la extensa jurisdicción que abarcaba el municipio. Todavía no se emancipaban de sus territorios los últimos tres municipios del estado de Tamaulipas: Valle Hermoso, Río Bravo y Díaz Ordaz.
No muy lejos de su hogar, dentro de un chiquero se encontraba un enorme marrano gordo y a un lado de esa estructura, en una orilla por fuera, tenía amarrado un cerdo de color pinto de negro. Nazaria decía que ese animal tenía unos seis meses de edad, pero demostraba tener un año por lo grande que estaba. La viuda le servía diariamente machigua, residuos de la cocina o lo mismo le daba maíz.
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Casi al obscurecer del domingo 13 de septiembre de 1931, Nazaria le echó de cenar tanto al marrano gordo como al pinto. Esa misma noche fue a visitarla su compadre Luis Galván, quién viendo el marrano gordo en el chiquero, le comentó que lo vendiera así en pie. Ella le contestó que no quería venderlo porque creía que no se lo pagarían bien. El mismo compadre vio al marrano pinto de negro en donde estaba amarrado por fuera del chiquero.
Al siguiente día por la mañana, la mujer fue a echarle maíz a los dos marranos, pero lo primero que notó fue la ausencia del que estaba amarrado por fuera del chiquero, el pinto de negro. Supuso que hubiese reventado el mecate con el que estaba amarrado, pero al investigar notó que la cuerda la habían trozado con algún cuchillo.
Nazaria anduvo preguntando por el marrano, pues supuso que andaba en las cocinas y solares de los vecinos, pero nada pudo conseguir. Por lo que consideró que alguien se había robado el marrano. Finalmente, desató el pedazo de mecate que habían dejado y se fue a ver al subdelegado municipal, Cirilo García, dándole cuenta de lo sucedido.
El servidor público le preguntó si tenía sospechas de alguien, por lo que ella recordó que había observado que andaba una parranda esa noche. Pero no pudo precisar si andarían tomando. Le constaba que andaban cantando y reconoció las voces de Pedro Reyna y de Fulgencio Guerra.
La investigación
Durante la investigación del robo, el subdelegado Cirilo García se hizo acompañar por los vecinos Luis Martínez, Cipriano González y del rural Marcos Pérez, Jr. Encontraron huellas desde el chiquero, desde dónde habían salido con el marrano, hasta el punto donde lo habían matado con un palo chico de huizache. Observaron que había huellas de dos personas: uno calzaba un zapato sin tacón y un huarache, mientras que el otro utilizaba zapatos pequeños. Continuaban las huellas hasta la casa de Fulgencio Guerra. En el lugar se encontraron a dicha persona, quién traía calzando un zapato y un guarache.
Esa fue la razón por la que el subdelegado llevó a Fulgencio hacia la casa de Genovevo Olivares, hermano carnal de Nazaria. Ahí se comprometió Guerra a pagar el cochino, bien fuera con maíz o con dinero. El hermano le dijo que solo le podía aceptar que le entregara otro marrano igual al robado, pues no sabía cuánto cobrar por el animal.
Fue por eso que el día 17 de septiembre, Nazaria Olivares viajó a la villa de Reynosa a pedir consejo a la autoridad municipal, consultando al Sr. Manuel J. de Luna, quién era el presidente en turno. Éste le indicó que hiciera valer sus derechos ante la autoridad, por lo que Nazaria presentó la queja ante el presidente municipal, don Lauro Herrera.
Las declaraciones
Entre el 17 y 18 de septiembre de 1931, el Agente del Ministerio Público, Manuel A. de la Viña, le tomó las declaraciones de los hechos a las personas que habían investigado el robo del marrano. Fueron interrogados en Reynosa el subdelegado Cirilo García, el rural Marcos Pérez, Jr. y el vecino Luis Martínez, los cuales tenían entre 56 y 24 años de edad y eran todos vecinos de la comunidad rural de Santa Ana. También se interrogó a Mercedes González, hermano de Cipriano el otro investigador, además al compadre de Nazaria, el Sr. Luis Galván, vecino del Rancho La Reforma.
De sus declaraciones se observa que los ladrones se llevaron el marrano rumbo a un banco del río donde estaba la casa de Fulgencio Guerra. A más de cien pasos de donde estaba el marrano amarrado, lo sacrificaron con un palo de huizache a “medio quemar”. Esta técnica de quemar la madera era tal vez para darle mejor consistencia al instrumento.
Desde ese punto, los investigadores notaron por las huellas que encontraron que, al cerdo lo habían cargado dos personas, una que traía un zapato sin tacón en un pie y un huarache en el otro, mientras que la otra persona calzaba zapatos normales. Cuando se encontraron con Fulgencio, éste vestía un zapato y un huarache, los que traía “muy enzoquetados”. Al negar los hechos, el sospechoso fue llevado primero a la casa de Cipriano y Mercedes González, donde se presentó Genovevo Olivares, hermano de la afectada.
La coartadas de Fulgencio
El mismo día 19 de septiembre, el Juez de Paz Mixto, Salvador Guevara, ratificó las declaraciones a los anteriores ya mencionados, incluyendo a la Sra. Nazaria Olivares. El inculpado, Fulgencio Guerra se encontraba detenido en la prisión de Reynosa y fue sacado de su celda con el fin de recibirle su declaración preparatoria. El prisionero era un agricultor de 47 años de edad originario del Rancho Santa Cruz, domiciliado en el Banco Americano del municipio de Reynosa. Esta era la primera vez que se encontraba en prisión.
Cuando se le hizo saber el motivo de su detención, declaró que era inocente de haber tomado el cerdo de la Sra. Nazaria. Para demostrar su inocencia presentó una extraordinaria historia sobre los sucesos del día 13 de septiembre de 1931.
Narró que ese día como a las 4 o 5 de la tarde pasó por el Rancho de San Joaquín, donde vivía Nazaria, en busca de una vaca. Fue después que se encontró al Sr. Concepción Herrera, quién le dio varios tragos de mezcal. Desde el lugar donde tomaban, ambos se regresaron para San Joaquín a la casa del Sr. José Bravo, de donde sacaron un automóvil de esa propiedad.
En las declaraciones que dio al Juez ese mismo día 19 de septiembre, Concepción Herrera, de 31 años de edad y del Rancho San Joaquín, explicó que ambos se montaron al automóvil para ir a Santa Ana a buscar un trago. Ahí se encontraron a los Sres. Gil Casas y Vicente Reyna, de 40 y 30 años de edad, de los Ranchos Alacranes y San Joaquín respectivamente.
En la tarde Gil había ido a visitar a la familia Reyna en Santa Ana y estando platicando con Vicente Reyna llegaron Fulgencio y Concepción Herrera en el automóvil, preguntando sobre algún lugar que les vendieran mezcal. Gil Casas les dijo que solamente lo podían conseguir en Reynosa. Herrera y Guerra los invitaron a ir a la Feria de Reynosa y desde luego que aceptaron, los cuatro montados en el automóvil tomaron por el “camino real”. La Feria de Reynosa fue una tradición que se celebró anualmente en la plaza principal por 100 años, desde la década de los años 1830.
Habiendo viajado un gran trecho del camino, se regresaron para el Rancho de San Joaquín. Concepción Herrera era quién guiaba el automóvil y venía bastante tomado. Observaron los pasajeros que continuamente echaba el automóvil para dentro del monte. Gil y Vicente le dijeron al chofer que se parara y que si no se regresaba se quedarían allí, que no querían irse a matar.
Los cuatro accedieron porque ya era de noche y no traían luz. Volvieron a la casa del Sr. José Bravo, en donde dejaron el automóvil, quedándose el chofer ebrio en ese lugar. Vicente Reyna y Gil Casas regresaron al Rancho Santa Ana, mientras que Fulgencio se dirigió para su casa. Gil declaró ante el Juez en Reynosa que habían llegado al Rancho de Santa Ana como a las ocho de la noche, de donde tomó su caballo para regresarse a los Alacranes.
Noche de parranda
Al llegar a su casa, el inculpado Fulgencio Guerra explicó que debido a su estado de embriaguez no reconoció a su esposa Luisa Ramos y a su niño Juan Guerra, preguntándoles quienes eran ellos. El inculpado dijo que se metió en una casita que hizo de rastrojo, pidiéndole agua a su señora. Ella tomó el “jomate” para meterlo y llenarlo de agua de la barrica. Después se encaminó Fulgencio para la casa, pero no llegó, cayó antes de entrar en un portal grande, quedándose dormido allí hasta el otro día cuando despertó. No recordaba la hora que había llegado a su casa.
En la mañana siguiente fue a atender unas bestias que tenía persogadas en la boquilla del río, encontrando una yegua entre el sembradío de maíz. Después de juntar a sus animales regresó a su casa, donde le dijo su mujer que habían venido a comprarle maíz. Estando sentado en un tronco con su señora, llegaron el subdelegado municipal, el policía rural y los dos vecinos que venían investigando el robo del marrano. Le mostraron el lugar donde habían matado al animal y las huellas de los zapatos y huaraches.
Los investigadores llevaron al inculpado a la casa de don Mercedes González, donde el subdelegado Cirilo le ordenó a Cipriano González lo llevara preso a Reynosa. Pero este último decidió no ir, regresándose con el prisionero a Santa Ana donde se encontraba el subdelegado. Pasaron a la casa de Cipriano González, desde donde el subdelegado Cirilo preguntó por la Sra. Nazaria Olivares. Esta ya andaba en Reynosa poniendo su queja. El subdelegado mandó llamar a Genovevo Olivares, el hermano de la dueña del cerdo, pero las negociaciones no fueron fructíferas. En Reynosa, Fulgencio trató de convenir con la dueña del cerdo, pero fue finalmente consignado por el robo del cerdo y se le pidió nombrara a su defensor.
El extenso expediente de 1931, que resguarda en la Sección de Causas Criminales del Archivo Municipal de Reynosa, incluye un gran número de declaraciones, ratificaciones y careos del acusado con los testigos, recabados en la villa y los ranchos durante las diligencias hechas sobre este caso. El 21 de septiembre de 1931, a Fulgencio Guerra se le decretó formal prisión por el delito del robo de un cerdo pinto de negro, propiedad de la Sra. Nazaria Olivares. Fue puesto en custodia en la Cárcel Pública de Reynosa, quedando bajo la responsabilidad del Alcaide Andrés Bujanos, Jr.
“Jomate” o jícara, era el tipo de recipiente utilizado para tomar agua de las barricas en los ranchos, similar a la que utilizo la esposa del inculpado Fulgencio Guerra en esta historia. En este tipo de recipiente se tomaba el mezcal.
Presidente Municipal de Reynosa 1931-1932, Lauro Herrera Olivares. (Foto AMR)