El 68, visto desde las embajadas: Reportes confusos y tendenciosos
Según la CIA, los soldados habrían respondido al fuego de los estudiantes
Si el parámetro fuera el número de informes de inteligencia que en 1968 enviaron las agencias estadunidenses sobre el movimiento estudiantil y la matanza de Tlatelolco, el gobierno de Lyndon B. Johnson debió haber estado bien enterado de lo que ocurría en México.
Pero no fue así, porque en su mayoría eran superficiales, confusos, contradictorios, frecuentemente inexactos y no pocas veces tendenciosos a partir de la versión oficial del gobierno mexicano y la paranoia anticomunista del estadunidense.
Tanto así, que en una carta confidencial del 11 de octubre el Departamento de Estado reclamó a la embajada de Estados Unidos en México que “sus reportes sobre los acontecimientos… no se compaginan adecuadamente con los informes de prensa y de inteligencia”. Y el 14 de octubre, en un telegrama secreto, le exigió un “análisis profundo” sobre las causas de la agitación estudiantil y otros disturbios: “Se requiere y urge un riguroso análisis intelectual de esta naturaleza”.
Aparte de la embajada, eran cuatro los integrantes de la “comunidad de inteligencia” de Estados Unidos que reportaban a su gobierno: la Oficina de Inteligencia e Investigación (INR), la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA), la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Buró Federal de Investigaciones (FBI). Cada uno reportaba sobre sus áreas de competencia, pero también sobre asuntos generales, que eran donde saltaban las divergencias.
En su libro El 68. Los estudiantes, el presidente y la CIA, Sergio Aguayo, investigador de El Colegio de México, cuenta por ejemplo la estrecha relación entre el jefe de la estación de la CIA en México, Winston Scott, y los expresidentes Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, quienes ingresaron a la nómina de la agencia junto con otros 11 funcionarios del área de seguridad, en un programa de agentes secretos identificados con el nombre común de Litempo.
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“La Dirección Federal de Seguridad (DFS) ayudaba a Estados Unidos a vigilar y controlar a cubanos, soviéticos y exiliados y estadunidenses desencantados que pasaban por México; y la CIA correspondía informando cada día al presidente sobre lo que hacían los enemigos del régimen”, escribe Aguayo.
En este contexto Scott, quien se quedó más tiempo del usual en México (1958-1969) y compartía el fervor anticomunista de Díaz Ordaz, ayudó al gobierno mexicano a construir el relato de que el movimiento estudiantil del 68 era en realidad “parte de una conspiración internacional armada por soviéticos y cubanos”. Y sobre esta base convalidó la versión oficial de los hechos ocurridos la noche del 2 de octubre en Tlatelolco.
En un cable confidencial enviado en los primeros minutos del 3 de octubre, la Estación de la CIA en México expone que “los primeros disparos fueron realizados por estudiantes que habían asumido posiciones en la terraza del edificio Chihuahua… Muchos de ellos estaban armados y algunos con armas automáticas. Las tropas del ejército que después ingresaron a este edificio descubrieron una gran cantidad de armas y municiones”.
Según la agencia, los soldados sólo habrían respondido al fuego de los estudiantes, por lo que subestima las bajas, aunque reconoce la presencia de francotiradores. “Las víctimas de la noche y primeras horas de la madrugada incluyen 24 civiles muertos y 137 heridos, muchos de ellos estudiantes… también hubo bajas entre los soldados, porque estuvieron expuestos al fuego de francotiradores apostados en los pisos altos de edificios adyacentes”.
Aguayo rememora que, según fuentes de la embajada estadunidense, “Scott presentó 15 versiones diferentes y a veces contradictorias sobre lo ocurrido en Tlatelolco”. Sin embargo, alarmado por la supuesta presencia de armamento soviético, el entonces Consejero de Seguridad Nacional, Walt Rostow, pidió al jefe de la CIA en México que se lo confirmara. No pudo hacerlo. Tampoco tenía “evidencia concluyente” sobre la presencia de extranjeros ni la “verificación” de unos rifles con los números de serie supuestamente borrados. En los primeros meses de 1969, Scott fue finalmente relevado de su cargo.
Todos estos vaivenes pueden seguirse a través de los documentos confidenciales o secretos de los servicios de inteligencia estadunidenses arriba mencionados, desclasificados total o parcialmente a solicitud del National Security Archive (NSA, https://nsarchive.gwu.edu), una organización civil con sede en Washington que invocó para ello la Freedom of Information Act.
LOS ARCHIVO
El NSA empezó a trabajar sobre el movimiento estudiantil del 68 y la masacre de Tlatelolco en 1994, y publicó sus primeras pesquisas en 1998.
Luego, en 2003, la directora del Proyecto México del NSA, Kate Doyle, presentó un expediente mucho más completo, que compartió con Proceso a través de la serie Archivos Abiertos. Finalmente, en marzo de este año se liberó un paquete adicional con 11 archivos de la CIA.
Cuenta Doyle que para estos últimos la solicitud se presentó en 2008. En 2012 la CIA desclasificó algunos documentos, pero todavía muy censurados; y en 2013 unos cuantos más. Entonces se promovió un segundo amparo ante una entidad especial, el Interagency Security Classification Appeals Panel, que tardó otros cuatro años en emitir su fallo.
Diez años en total para una serie de “cables de información de inteligencia” de la CIA, muchos todavía con tachaduras, que en sí no revelan nada nuevo, ya que se basan en su mayoría en despachos de prensa, documentos públicos y acontecimientos que se dieron a la vista de todos. Es más, sobre la trágica noche del 2 de octubre no dicen nada, ya que las fechas saltan del 11 de septiembre al 14 de octubre.