Cómo crear a un Gobernador a golpes de ‘Likes’; la fórmula de Mariana Rodríguez
La esposa de Samuel García, nuevo mandatario de Nuevo León, revoluciona la forma de hacer política en México
Para entender cómo un día los celulares de los mexicanos se llenaron de bochornosos vídeos de TikTok de los candidatos, saliendo de un ataúd, bailando de forma descoordinada, haciendo el ridículo, hay que viajar al noreste del país. La megainfluencer Mariana Rodríguez, de 25 años y esposa del recién elegido gobernador de Nuevo León, Samuel García, ha logrado lo que ningún otro aparato institucional ni político en la historia de México: diseñar a un mandatario a golpe de likes. Rodríguez, a diferencia de los candidatos locales desesperados por seguir sus pasos —sin entender lo más mínimo sobre estas herramientas—, se movía ya como pez en el agua en las redes sociales, su imagen era capaz de movilizar a miles de seguidores que se transformarían en votantes, entendía la importancia de convertir la candidatura de su esposo en un reality show. Y ha sido Rodríguez, y no García, quien ha llegado para revolucionar la forma de hacer política, y ganar, en México.
El eslogan más repetido de la campaña de García, de 33 años, ha sido “hay que tumbar la vieja política”. No es que las propuestas de este candidato de Movimiento Ciudadano fueran transgresoras, pero sí lo ha sido la manera en la que miles de votantes se han metido en sus casas, en la intimidad de su hogar, han bailado reguetón con ellos en las calles y cuando ella lo ha decidido, se han reído de él. “Fosfo, fosfo”, es parte ya del habla popular en el noreste y se debe al día en que Mariana decidió ignorar a su esposo en un vídeo de Instagram para mostrar sus zapatillas de color fluorescente. Rodríguez sabía que lo importante no radicaba en las palabras de García anunciando los eventos del día, sino en mirar hacia otro lado, hacia lo banal, hacia lo absurdo, hacia el mismísimo origen del meme.
Y Nuevo León se empapeló de memes, de chistes, de eventos masivos diseñados para el público joven o millennial, que acabó por acarrear —valga el verbo priista por excelencia— a miles de seguidores más veteranos. Para muchos hacía gracia de verdad, no como el espectáculo lamentable de los que trataban de aterrizar forzosamente a los vídeos de redes sociales como alienígenas. Rodríguez, antes de concentrarse en la campaña de García, vendía cosméticos de su marca y cientos de productos a través de su cuenta, con millón y medio de seguidores en Instagram. La puntilla final era vender a su propio esposo.
El chiste se volvió una realidad aplastante para sus rivales. Samuel García pasó de tener un 13% en intención de voto, a duplicar esa proyección en apenas dos meses, según el promedio de encuestas de este diario. Le benefició la caída de la candidata de Morena, Clara Luz Flores, acusada de colaborar con la macabra secta NXIVM, cuyo líder está condenado en Estados Unidos por tráfico de personas, explotación sexual y posesión de pornografía infantil. Y aunque su único nuevo rival, Adrián de la Garza (PRI), le pisaba los talones, no ha sido suficiente. García se proclamaba el lunes vencedor y nuevo gobernador de Nuevo León, con casi 10 puntos de ventaja.
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Minimizar la potencia movilizadora de esta influencer mexicana ha sido un error del que aprenderán los políticos en el futuro, especialmente de cara a las elecciones presidenciales de 2024. Y la victoria de García le debe más al trabajo de su esposa que cualquier político llegará a reconocer en estos días. Algunos de sus rivales se percataron del riesgo cuando era ya tarde: Rodríguez fue denunciada por cuatro partidos ante el Instituto Nacional Electoral por sus stories en Instagram donde mostraba los productos de vendedores locales que le lleva la gente a la campaña. Pedían que fueran considerados gastos de campaña de su esposo y falta que un tribunal decida si detrás de esta nueva estrategia electoral sin regular existió fraude.
Ella le dio magistralmente la vuelta: “Ustedes ya saben que la vieja política tiene semanas duro y dale contra nosotros y pues ahora me tocó a mí...Y aunque estamos dando la batalla jurídica, por lo pronto ya no podré seguir ayudándolos con sus productos, me da mucho coraje, pero ya ven que a esos partidos no les importa lastimar a quien sea y como sea”, remataba en un vídeo de Instagram. El resultado: casi un millón de reproducciones y 3.000 comentarios, en su mayoría, de apoyo. La vieja política y las leyes más básicas se dieron de bruces con un escenario desconocido.
No es la primera vez que un mandatario alcanza el poder aupado por la imagen de su esposa. El gigante televisivo y cultural del país, Televisa, conocía muy bien estos mecanismos previos al auge de las redes sociales. Y en 2012 una de sus estrellas de telenovelas a quien nadie se dirigía por su nombre, sino por el de su personaje en la pequeña pantalla, La Gaviota, Angélica Rivera, impactó en la política de la mano de su esposo Enrique Peña Nieto, elegido presidente de México en ese año. En los mítines del priista costaba diferenciar quién iba a saludar a La Gaviota, protagonista de sus desvelos, o quién al próximo mandatario, que además representaba el regreso —después de un parón del PAN de 12 años— del partido oficial. Poco después de su salida de Los Pinos, en 2018, las revistas del corazón anunciaban lo inevitable: Rivera se divorciaba de Peña Nieto.
Como entonces, Rodríguez y García formaron durante meses esa dupla que sintetizaba en un matrimonio las aspiraciones de miles de electores. Tan blancos, tan ricos y tan “auténticos”, aunque fuera de manera virtual. Un producto irresistible incluso para sus detractores. Todos se rieron de García cuando en una entrevista con otro influencer señalaba el episodio más trágico de su vida: cuando su “papá” lo obligaba a jugar al golf a las seis de la mañana y no podía pasar su resaca tranquilo un sábado. Incluso recibió las peores críticas cuando en una transmisión en vivo con su esposa le exigió a Mariana que bajara la rodilla porque estaba “enseñando mucha pierna”. “El niño de papá” y “el machista” que le hubiera costado a cualquier otro candidato unos cuantos puntos en las elecciones fue capitalizado por la capacidad movilizadora de la influencer.
La pareja se conoció de vacaciones en Puerto Vallarta, en 2015. Entonces ella ya hacía sus pinitos en el mundo influencer mexicano y él era diputado local en el Congreso de Nuevo León. Rodríguez contaba en una entrevista a la revista Quién que lo que le llamó la atención de él fue que era “muy gritón”. El día que se fijó en él estaba discutiendo por teléfono porque, según Rodríguez, “querían quitarle la diputación por el tema de la paridad”. El machismo explícito del mandatario no le ha costado aparentemente un voto, sino todo lo contrario, en un Estado muy conservador. Una tarde, ella bajó con su familia y amigos a la calle a pasear a un conejo con correa, mascota de sus amigos. Y él aprovechó para acercarse con la excusa graciosa del animal y pedirle su Facebook. Unos días después la invitó a salir. Y cuatro años más tarde, se casaron en plena pandemia, con invitados sin mascarillas.
La fórmula Mariana para ganar unas elecciones ha llegado a México para transformar la política tradicional. Y todo apunta a que la utilización efectiva de las redes sociales será un arma poderosa para quienes logren dominarla de cara a las presidenciales de 2024. El intento de muchos de ellos de sumarse al boom a última hora y solo dejar una pequeña huella de ridículo —registrada para la memoria colectiva en la cuenta de Twitter Out Of Context Candidatos— ha significado solo el inicio de una nueva era. El objetivo último del marketing de los influencers, convertirse en un deseo aspiracional —parecerse a ellos, desear lo que visten, lo que comen, lo que venden—, ha catapultado a García a través de su esposa. La política como un producto, un meme o un chiste, se ha instalado en el norte del país y ha agarrado en curva al inmovilismo de los partidos tradicionales. “Tumbar a la vieja política” era esto.