La historia del ´Velázquez´

El retrato de la reina Isabel de Borbón tiene un precio estimado de casi 32 millones de euros. El cuadro, una rareza, ha estado en Madrid, París, Reino Unido, Nápoles y ahora Nueva York

El próximo febrero, la casa de subastas Sotheby´s en Nueva York pretende seguir sumando récords millonarios con la venta de un gran retrato de la reina Isabel de Borbón firmado por Diego Velázquez. 

El precio estimado es de 35 millones de dólares (casi 32 millones de euros) durante la que es conocida como la semana de los Maestros Antiguos, en la que en otras ocasiones un cuadro de Botticelli, por ejemplo, alcanzó los 40 millones de euros. Esta tela reúne una serie de características que la convierten en una rareza en el mercado del arte y que, por tanto, justifica esa cifra estratosférica para el común de los mortales. Es complicado que se venda un cuadro del español (es la obra más importante de Velázquez que sale al mercado en medio siglo, después de su retrato de Juan de Pareja). Es tal vez más difícil que se trate de un cuadro de la realeza. Esta pieza, además, salió de España en circunstancias que se desconocen durante la Guerra de Independencia y desde el siglo XIX ha completado un periplo que la ha llevado de Madrid a París, al sur del Reino Unido, pasando por Nápoles, hasta la sede neoyorquina de Sotheby´s.

Una de las primeras pistas sobre el retrato de la reina Isabel se remonta a uno de los salones donde estuvo colgado en el Casón del Buen Retiro, uno de los edificios que formaba parte del conjunto palaciego, en el que residía Felipe IV, construido por iniciativa del Conde Duque de Olivares. No se sabe exactamente cuándo llegó a este lugar. Al lado de este gran cuadro, explica Javier Portús, jefe de Conservación de Pintura Española hasta 1800 del Museo del Prado, había "una cantidad muy importante de obras por número y por su calidad". Algunas fueron creadas para este espacio, otras llegaron por aluvión. "Este cuadro, por su tipología, es anterior a cuando el palacio acabó de construirse, con lo que llegaría desde otro lugar", dice el experto sobre la obra, que data de principios de 1630. Lo que parece claro, según explica Portús, es que se trata de un encargo real porque en aquel momento el principal y más importante cliente del taller de Velázquez era la monarquía.

En el Casón del Buen Retiro estuvo colgado hasta el inicio de la Guerra de Independencia (1808-1814). Se desconoce el momento en el que el cuadro de la reina Isabel salió de este palacio camino a Francia. 

Hay varias teorías, asegura Portús, pero ninguna confirmada porque no existen documentos que lo acrediten, como sí sucede con muchas de las obras de este conjunto palaciego que ahora cuelgan en el Museo del Prado. En mitad de la guerra entre franceses y españoles "hay muchos cuadros que cambian de sitio y también de dueños", concede el experto.

El expolio se produjo de varias maneras. Por un lado, José Bonaparte seleccionó 50 obras para el Museo Bonaparte que fueron devueltas a España como consecuencia del Tratado de Viena. Luego está el que se conoce como "el equipaje del rey José". "En su salida de España, esos cuadros fueron interceptados por el duque de Wellington", recuerda Portús, "y cuando quiso devolverlos, Fernando VII decidió que el general británico se los quedara". Fernán Núñez, representante español en Inglaterra, fue el encargado de responder en nombre del rey: "Adjunto os transmito la respuesta oficial que he recibido de la Corte, y de la cual deduzco que Su Majestad, conmovido por vuestra delicadeza, no desea privaros de lo que ha llegado a vuestra posesión por cauces tan justos como honorables". Más de 80 de estas obras se exponen desde hace años en el Wellington Museum de la Apsley House de Londres. Pero ahí no estaba el retrato de la reina Isabel.

Existe otra posibilidad, que los generales y otros militares del ejército de Napoleón hicieron sus propios trapicheos. O, tal vez, tras la salida de este cuadro de Velázquez esté la mano de alguno de esos marchantes que, como recuerda Portús, deambulaban por España en busca de gangas. "De ese batiburrillo salió una cantidad importante de obras", dice el experto del Prado y pone como ejemplo El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck, un cuadro que estaba en el Palacio Real en 1814 y que ahora se expone en la National Gallery de Londres.

La siguiente vez que se pudo observar el cuadro fue en la Galería Española del rey Luis Felipe I en el Museo del Louvre, de París. El 7 de enero de 1838, cuando se inaugura este espacio, los parisinos pueden ver más de 400 cuadros de artistas españoles, la colección que había ido haciendo el monarca. 

Entre las obras, estaba el retrato de la reina Isabel de Velázquez que se subasta en febrero. Solo una década después, en 1848, se instaura la Segunda República en Francia y las piezas viajan a Gran Bretaña. Será allí, en 1853, cuando se produzca "una de las subastas más importantes del siglo", en palabras de Portús. Fue en esta venta cuando el cuadro pasa por primera vez a manos privadas. El banquero y coleccionista británico Henry Huth compró el lote 249, que estuvo en manos de su familia hasta 1950, cuando sus herederos lo vendieron.

En 1978 vuelve a cambiar de manos. No está claro lo que sucedió entre el año 50, cuando la familia de Huth lo vendió, hasta que llegó a sus actuales propietarios, los Wildenstein, la dinastía de marchantes judíos que iniciaron sus actividades en el arte en el siglo XIX. Este clan de marchantes conocido por sus problemas con la justicia —estuvieron 15 años implicados en un caso de fraude y evasión fiscal, además de ser señalados como colaboradores de un coleccionista nazi que vendía obras de arte robadas a los judíos— ha tenido en su colección tres cuadros de Velázquez. El que Sotheby´s subasta en febrero, el retrato de Ferdinando Brandani, también conocido como El barbero del Papa, y adquirido por el Estado español por 23 millones de euros en 2003, y Retrato de una muchacha (La contadina), vendido por la galería Caylus a un coleccionista estadounidense.