Cuando Manuel Seco —el llorado creador del Diccionario del español actual, fallecido el 16 de diciembre— vio en 1999 su obra impresa, culminaba un proceso que, con un equipo mínimo, había durado 30 años. Nos apresuraremos a advertir que la caracterización de ciertos lexicógrafos como Robinsones solitarios no deja de ser una licencia poética: algunos de ellos tuvieron sus Viernes, que les prestaron ayuda, y todos, sin excepción, aunque fueran innovadores en sus diccionarios concretos, se aprovecharon de la tradición precedente (aunque no fuera más que para no incurrir en sus mismos errores)… Cuatro titanes de la lexicografía hispana nos acompañarán por este recorrido lleno de trabajos y zozobras.
2. Sebastián de Covarrubias
Manuel Seco (1928-2021) concibió su diccionario en el verano de 1969. A finales de año presento su proyecto de Diccionario del español actual a la Editorial Aguilar, de Madrid, con quien firmó un contrato. 10 años después difundió su plan en un artículo: El primer diccionario sincrónico del español: características y estado actual de los trabajos. Allí anunciaba que había redactado íntegramente 16 de las 27 letras de que constaba. Este diccionario iba a ser creado no a partir de otros, que era lo habitual, sino con ejemplos directamente extraídos de la lengua escrita: prensa, obras literarias e incluso folletos y catálogos, todos españoles: la lengua de América quedaría para más adelante. El acopio de citas de fuentes diferentes (llegaron a vaciar 1.600 publicaciones, más miles de números de 800 revistas) se haría manualmente, en parte por problemas económicos, que desaconsejaban la utilización de medios informáticos, y en parte por la idea de mantener un equipo reducido (Olimpia Andrés en la redacción, y un documentalista). El trabajo empezó por las palabras más usadas, según una lista de frecuencias, y luego continuó letra tras letra, dejando para el final la “a”, porque contiene muchas palabras que dependen de otras (amoral, amotinarse…).
El filólogo Manuel Seco momentos antes de recibir el XXIX Premio Internacional Menéndez Pelayo, en un acto celebrado en el Paraninfo de La Magdalena, en 2015.Esteban Cobo (EFE)
En 1982, la editorial Aguilar, que había proporcionado una secretaria y un espacio para la redacción, quebraba, y siguieron años de zozobra hasta que en 1986 el grupo Timón compró la editorial, se instalaron las cajas de fichas en el nuevo edificio, y se pactó la informatización del trabajo ya hecho, con un equipo que seguiría la obra hasta la impresión.
En 1999 salían los dos volúmenes, 30 años después de la presentación del proyecto. En 1979, Manuel Seco agradecía a su maestro Rafael Lapesa que le hubiera dado facilidades en el horario de su trabajo, en el Diccionario histórico de la Academia, para poderse dedicar al Español actual. Estos titanes de la lexicografía, como queda dicho, trabajaban muchísimo…