El mundo del arte es un complejo sistema con multitud de capas, estructuras, redes formales y lenguajes. Se ha construido sobre siglos de poder de la clase dominante. Es una economía simbólica que opera con la moneda cambiante del prestigio y el capital cultural. Aun así, nadie en particu-lar detenta, ahora mismo, el poder de control del sistema. Está distribuido bajo una forma cada vez más intangible del poscapitalismo global —-cuya alienación acelerada del mundo elimina el arte—. Hacer arte es la forma más libre de trabajo humano, pero tiene un coste enorme en términos de sacrificio y rendición. Los artistas, a menudo, entregamos nuestra autonomía a cambio de acceso a un costoso sistema de admisión que se basa en el abandono sistemático de tal inocencia. La búsqueda de algún significado trascendente en nuestro trabajo se enfrenta a paradojas como la de que la mayoría de los artistas profesionales se ven obligados a vigilar el mercado, les guste o no, o responden a la obligación tácita de tener que enmarcar su trabajo dentro de un lenguaje crítico reconocido institucionalmente. La parcela particular de poder que corresponde al artista no está en el mercado o en el reconocimiento institucional. Se fundamenta en el desarrollo de una práctica artística transformadora e inconformista, verdadera muestra de resistencia a un modelo impuesto que pretende mantenerse con obstinación en un espacio de relaciones jerarquizado, difuso, globalizado y estandarizado, produciendo las obras que son interpretadas, exhibidas o comercializadas dentro de una estructura discursiva. Ahí es donde reside el poder ideológico real.
Los hilos del dinero
Marta Gili. Comisaria
El mundo del arte es muy amplio y heterogéneo. El tema de mandar, es decir, de gobernar a un grupo de subordinados, me parece que, por definición, no se puede aplicar en la creación artística, lugar por definición de libertad de pensamiento y de expresión. Otra cosa es quien pretende controlar o prescribir en estos espacios, que por supuesto se da muy a menudo. Pero afortunadamente, existen todavía algunas prácticas artísticas indomables, desde la literatura a las artes visuales, el diseño o la arquitectura, por ejemplo, que se inscriben en periferias y entrecruces, desde lo poético a lo político, raramente sometidas a tendencias establecidas. El rol de las instituciones y de los comisariados sería dar visibilidad y contexto, efectivamente, a esas prácticas artísticas que se encuentran fuera de los circuitos del mainstream y que analizan e investigan el mundo por medio de dispositivos que configuran un sentido.