Principio y final de la leyenda de Prince

Las memorias que el músico dejó sin terminar ven la luz en EE UU. Un periodista escogido por el artista completó una historia centrada en su juventud y en sus últimos años

Los fans no se sorprenderán: el “libro de Prince” tuvo una génesis tortuosa y se revela como un texto inclasificable. Resulta asombrosa su misma existencia. Un artista que era el paradigma del misterio anunció en 2014 que planeaba escribir sus memorias. Como es costumbre en los libros de famosos, se subastó y Random House se quedó con los derechos. Pero el camino hasta The Beautiful Ones (que publicará el 14 de noviembre Reservoir Books, sello de Penguin Random House España) ha resultado largo y tortuoso.

Editorial y artista coincidieron en que se necesitaba un negro literario para ayudar a su elaboración. De la lista de posibles candidatos, Prince eligió al más improbable: Dan Prieperbring, un fan sin obra publicada. Como principal mérito, Piepenbring trabaja en The Paris Review, publicación literaria de tronío; no consta que Prince (Minneapolis, 1958 — Chanhassen, 2016) llegara a hojearla.

Piepenbring estaba habituado a tratar con pesos pesados del mundo de la cultura, pero entrar en el universo Prince supuso un shock. Los protocolos de seguridad que dejaban en el aire la hora prevista para cualquier cita, las llamadas inesperadas desde un teléfono fijo, los juegos mentales que parecían buscar sus debilidades.

Al principio, todo eran dificultades: Prince detestaba que se usaran palabras como “alquimia” o “magia” para describir su proceso creativo. Cierto, se trata de metáforas muy sobadas, pero las objeciones de Prince obedecían a motivos religiosos: como testigo de Jehová, esos conceptos son diabólicos. Sin embargo, según iba tratando a Piepenbring, se fue animando. Su libro no sería una mera biografía de famoso: pretendía sorprender por su forma y su contenido. También aspiraba a acabar con el racismo y, ya puestos, modificar las relaciones entre los artistas y las discográficas. En un momento de entusiasmo, hasta decidió que publicaría varios libros.

Como sabemos, esos planes quedarían aplazados sine die. La muerte de Prince el 21 de abril de 2016 cambió su percepción pública: alguien que reprobaba las drogas recreativas, secretamente se había hecho adicto al fentanilo, un potente opioide que se comercializa como analgésico. Para compensar, sus herederos cambiaron su política digital: en vez de perseguir el uso de su música, sus vídeos e incluso las fotografías que subían sus fans, se permitió que todo el mundo manifestara su pesar poniendo en circulación todo tipo de material. Literalmente, de la noche a la mañana, la Red se llenó de grabaciones de Prince.

Por cuestiones de liquidez, el banco que gestionaba su legado insistió en monetizar su muy legendario archivo, que contiene centenares de horas de música inédita. Ya han salido Piano and a Microphone 1983,  el recopilatorio Originals (sus interpretaciones de composiciones que cedió a otros artistas) y la versión ampliada de Purple Rain. De rebote, se reanimó el proyecto de la autobiografía.

El problema: Prince solo había redactado 28 páginas, con su particular ortografía, que llegaban hasta mediados de los años setenta. Se invitó entonces a Dan Piepenbring para que revisara los armarios y cajones, incluso la caja fuerte, de Paisley Park Studios, el cuartel general de Prince. Y el desolado biógrafo fue hallando tesoros: dibujos, borradores de letras, documentos, fotografías y hasta una sinopsis del guion para Baby I’m a Star, luego estrenada como Purple Rain.


Portada del libro biográfico de Prince