El ‘yo acuso’ de una pionera

Para Harriet Jacobs la libertad era más valiosa que la vida. Negra, mujer y tiranizada, en 1861 publicó una autobiografía que relata el infierno del sur y el racismo sin fronteras

Está el margen. Más escorado cuelga su filo. Y algo más allá, asomado al abismo que engulle todo lo invisible y silenciado, refulge como una gema este testimonio tremendo: la voz de una esclava americana del siglo XIX que emerge de un mundo atroz de latigazos y abusos sexuales con un grito de rebeldía. 

Un alegato de dolor, denuncia e insurrección escrito en primera persona. Un j’accuse contra los verdugos y sus esbirros. 

También contra la hipocresía de los indiferentes y los cómplices, Mitläufer de todos los tiempos. Una voz desde abajo —100 años antes de la microhistoria de Edward P. Thompson o Carlo Ginzburg— capaz de componer con sus manos y su alma este monumento literario a la Libertad. 

Un libro de combate, profundamente humano, de cuyas páginas resulta imposible salir igual que se entra. Afortunadamente.

Hay niños que a los seis años se enteran de que los Reyes Magos no vienen de Oriente. A los seis años, Harriet Jacobs (1813-1897) se enteró de que era esclava. Acababa de morir su madre y pronto lo haría su padre, y ella se vio en la casa de sus amos en Carolina del Norte, el sur de Estados Unidos. No la tierra romántica donde el sol calienta la viña en flor. Otro sur. 

El infierno del sur. Donde cuatro millones de personas vivían como esclavas. Donde esa niña sería obligada a caminar descalza por la nieve, con los pies ardiendo; a ver encadenado por las calles a su hermano; a presenciar cada Año Nuevo el alquiler en masa de esclavos; a sentir el miedo en los huesos al oír las pisadas del amo que abusaba de ella, el terrorífico Doctor Flint. 

Obligada a escuchar historias como la de aquel esclavo carcomido por las ratas y enterrado como un perro, o la de aquella mujer que saltó al río para encontrar la muerte y escapar de la tortura.

Un catálogo de crueldades puebla estos Episodios en la vida de una esclava, libro que Harriet Jacobs publicó en 1861 (con seudónimo). Lo hizo después de una vida en la que superó, luchando sin desmayo, toda adversidad. 

El maltrato sistemático de su amo, el encarcelamiento de sus dos hijos, la prohibición de casarse con el hombre a quien amaba, los siete años que pasó escondida en el altillo de una cabaña —tres pies de alto, nueve pies de largo y siete pies de ancho— y su posterior huida al norte en busca de la libertad. La libertad. Ese es el motor de su vida y de este relato, paradigma de la fusión de dos géneros literarios muy americanos: la novela sentimental y la narrativa esclavista.

Muchos pasajes suenan perfectos. Eso motivó que durante más de un siglo planeara una sospecha: que el libro fuera ficticio o que hubiera sido escrito por otra persona. Una investigación disipó las dudas en 1981

Esta autobiografía con mimbres de novela late con ritmo ágil y prosa diáfana; pura poesía del desgarro. Un ejemplo largo: “Penetramos en la celda sin hacer el más mínimo ruido. (…) Se oyó un repiqueteo de cadenas. 

La luna acababa de salir y arrojaba una luz incierta que se filtraba por las rejas de la ventana. Nos arrodillamos y envolvimos las frías manos de Benjamin entre las nuestras. Ninguno dijo nada”. Tres ejemplos cortos: “Solo morimos una vez”; “La libertad es más valiosa que la vida”; “Aunque era una de las criaturas más débiles creadas por Dios, decidí que nunca nadie me conquistaría”. Así de perfectos suenan muchos pasajes. 

Eso motivó que durante más de un siglo planeara una sospecha: que el libro fuera ficticio o que hubiera sido escrito por otra persona. Sin embargo, una ardua investigación en 1981 disipó las dudas: todo era cierto y todo lo había escrito Harriet Jacobs sobreponiéndose a tres muros: el racismo, la esclavitud y el sexismo. El margen del margen del margen.

En este libro no hay lágrimas; hay nudo en la garganta y una incógnita: de dónde brota tanta resistencia. De dónde tanto orgullo y tanta voluntad, más fuertes que el látigo y férreos como las cadenas. Lo advierte la autora desde el prólogo: “Lo que deseo es abrirles los ojos a las mujeres del norte para que tomen conciencia de la situación que atraviesan en el sur dos millones de mujeres, todavía víctimas del cautiverio”. Es la denuncia de una intelectual a un sistema podrido. Concretamente, a esa Ley de Esclavos Fugitivos que obligaba a cualquier Estado a ayudar en la captura de los esclavos que habían huido. Hipocresía cómplice.

 
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