La sofocante fantasía de lo real

En ‘Volver la vista atrás’, Juan Gabriel Vásquez firma con prosa dúctil una exploración a sangre y fuego de los delirios del utopismo político y el totalitarismo moral

El maoísmo revolucionario existió: no fue el ensueño tonto de una tarde ni el pronto de un puñado de dementes. Fue mucho peor: fue una utopía práctica que arrasó la vida de multitud de personas y creció como un contagio más allá de la China de Mao, aunque hoy tendamos a evocarlo como un episodio incómodo o una furia pasajera. Entre las víctimas voluntarias de esa pasión política y solidaria, redentora y religiosa estuvo una familia a la que Juan Gabriel Vásquez buscó, interrogó, sondeó, exploró y anatomizó como un investigador enloquecido y obstinado, fuera de madre, tan incansable e insidioso como un intruso perverso. Horas y horas de grabaciones y conversaciones durante años han dado como resultado una extraordinaria novela de aventuras y pesadillas, una exploración a sangre y fuego en los delirios del utopismo político y el totalitarismo moral, una excursión al lado oscuro y sepultado de la historia cuando la historia se hace fe política.

Con Los informantes irrumpió aquí Juan Gabriel Vásquez: era una rotunda novela de madurez de un joven de 30 años. Nada detuvo ya desde ese 2004 la marcha de Vásquez en modo pánzer (como en La forma de las ruinas) o en modo más sutil y afilado (como en Las reputaciones), con novelas más o menos afortunadas, pero siempre complejas, renuentes a todo exhibicionismo y con la huella de un compromiso de fondo moral e intención política. No ha perdido ese impulso y sigue siendo el eje de su inconfundible identidad literaria: la comprensión interior, nerviosa y sensorial de las dolencias colectivas como tragedias individuales, en la estirpe de Vargas Llosa o de Javier Cercas, sin ningún complejo de epígono, y eso que es colombiano como colombiano era Gabriel García Márquez.

Pero la calidad de su literatura se explica por la forma de sus libros y no por la solvencia de sus conocimientos. Nada distingue a esta historia real de una historia de ficción: la distingue solo que Vásquez ha usado las armas de la imaginación moral y los recursos del novelista para sumergir al lector en un auténtico tanque narrativo de fantasía (porque solo puede ser de fantasía la vida de esa familia). 

El centro impávido y melancólico del libro es la peripecia del cineasta Sergio Cabrera, y su mejor virtud estructural está en el vaivén entre unos pocos días en la Barcelona de hoy, vividos por el director con su hijo tras la muerte de su padre, y los días interminables de la vida pasada en la China de Mao, en la selva colombiana y en la huida final del sueño revolucionario.

Por eso toda la inverosimilitud de lo real nutre a este libro sin ficción y una credibilidad sofocante, como sofocante es la peripecia del exilio tras la guerra española de Fausto Cabrera jovencísimo, y es sofocante la militancia abnegada en el partido comunista, facción maoísta, y es sofocante la determinación de luchar por el pueblo y con el pueblo como guardias rojos de la China de los sesenta. 

Eso hará la familia Cabrera al completo hasta meterse en lo hondo de la selva, la selva literal, la selva de los machetes y las marchas.