Alfonso XIII, moderno pero español

Campechano, mujeriego y acusado de corrupción, estaba destinado a ser el modernizador de España y terminó convertido en símbolo conservador. Murió en el exilio

En la noche del 14 de abril de 1931, Alfonso XIII escapó de Madrid en automóvil hacia Cartagena, tomó allí un barco, se dirigió a Marsella. La República se había proclamado a lo largo del día, primero en Eibar, luego en Barcelona, después en la capital. Los resultados de las elecciones del día 12 precipitaron los acontecimientos: los republicanos ganaron en buena parte de las capitales de provincia —45 de 52— y en las grandes poblaciones.

Nadie movió un dedo por el monarca, se había ido quedando cada vez más solo tras la dimisión el 28 de enero de 1930 de Primo de Rivera, el dictador al que apoyó rompiendo sus obligaciones constitucionales tras un golpe militar en 1923.

Las cosas se le fueron poniendo feas, y era tal su pérdida de prestigio que incluso un político conservador, José Sánchez-Guerra, que fue primer ministro durante su reinado, lo fulminó citando unos versos del duque de Rivas: “No más servir a señores / que en gusanos se convierten”.

SU REINADO

Su reinado había empezado en 1902 al alcanzar con 16 años la mayoría de edad. Hubo festejos en aquel momento que se prolongaron 12 días, y medio millón de madrileños, a los que se sumaron unos 100.000 forasteros, deambularon de un lado a otro celebrando de manera esplendorosa la jura de aquel muchacho que llegaba para darle bríos a un país que se arrastraba traumatizado todavía por el desastre de 1898, cuando perdió las colonias que le quedaban en América tras una guerra con Estados Unidos.

La trayectoria vital de ese monarca que empezó como un tiro y que acabó aparatosamente y sin gloria alguna la ha reconstruido el historiador Javier Moreno Luzón en El rey patriota. Alfonso XIII y la nación.

La corrupción fue una de las causas que terminaron arruinando su figura. “Es algo que deja poco rastro documental, lo que es consustancial al fenómeno, pero empezó a haber rumores a comienzos de los años veinte de que cobraba comisiones por determinados favores y ese fue un argumento fundamental de sus antagonistas, independientemente de que se pudiera demostrar”, explica Moreno Luzón durante una entrevista. “La corrupción es importante sobre todo por eso, porque tuvo efectos políticos”.

  • Alfonso XIII empezó con mucho ímpetu. España padecía a principios del siglo XX una verdadera crisis de identidad. “El rey focalizó las esperanzas y expectativas de mucha gente, de sectores católicos a la izquierda moderada, junto a todos los que se habían movilizado entonces con proyectos regeneracionistas”, explica Moreno Luzón.

“Ayudó la juventud del personaje, era un papel en blanco, pero llegó también imbuido de cierto providencialismo: creía que él tenía la misión histórica de salvar a España”.

La Constitución que imperaba en esos años era la de 1876, el régimen de la Restauración, con dos grandes partidos —el liberal y el conservador— que se turnaban pacíficamente en el poder tras celebrar elecciones amañadas y donde el papel político del monarca era todavía importante.

“No estamos hablando de una monarquía parlamentaria como la actual, que limita mucho las facultades del rey y las deja prácticamente reducidas a lo puramente ceremonial, representativo, simbólico”, explica.

El monarca intervenía como árbitro cuando se producían desacuerdos entre los partidos, “y era el rey soldado, el jefe del ejército, y actuaba como freno a cualquier intervención militar en la política”.

Moreno Luzón ha pretendido en su trabajo “abrir el objeto de su cámara historiográfica” para prestar atención también a los ceremoniales, las iniciativas culturales y propagandísticas, los discursos y las imágenes que acompañaron y marcaron el reinado de Alfonso XIII. La suya fue, como todas las de una época dominada por la efervescencia de las masas, una monarquía escénica.

En uno de los capítulos, y a propósito de una visita del rey a Barcelona, recoge una observación que Josep Pla apuntó en una de sus crónicas: “En todas partes donde hay una corte, hay también un público de héroes oscuros, capaces de hacer el sacrificio de aguantar a pie firme tres o cuatro horas para ver pasar una brillante cabalgata”.

De eso iba también la monarquía, de espectáculo, y en esas lides Alfonso XIII fue un maestro. “Era muy popular, muy simpático, le gustaba el contacto con la gente”, observa el historiador. Se la metía en el bolsillo.

Hubo temporales durante una visita que hizo a El Hierro y La Gomera, y para salvar las dificultades el rey avanzó subido a los hombros de unos marineros. Siempre daba juego.

Alfonso XIII operó durante sus primeros años de reinado como el regenerador del país, el que va a sacarlo del sumidero del desastre de 1898. Celebró a Agustina de Aragón, visitó las ruinas de Numancia, acudió a Covadonga —la cuna de la Reconquista—, realizó una ofrenda real a Santiago de Compostela, pasó por las Navas de Tolosa, viajó a Ceuta y Melilla, a las islas Canarias, a Barcelona una y otra vez.

Se volcó en la apertura de la Casa de Cervantes en Valladolid, congenió con Joaquín Sorolla y lo empujó a dar una nueva imagen de España en el mundo, recuperó la figura del Greco, y también la de Goya, buscó sintonías con América Latina, se acercó a Guinea. “Unánimemente alabado y cortejado, era difícil que no se viera a sí mismo como una pieza fundamental del sistema político y responsable de los destinos del país”, dice Moreno Luzón.

“Cuando Alfonso XIII jura como rey, tras la regencia de María Cristina, los dos partidos de la Restauración están sumidos en una crisis de liderazgo”, explica el historiador.

“Antonio Cánovas ha sido asesinado por un terrorista anarquista en 1897 y los conservadores se están reconfigurando en torno a varias tendencias. Por lo que toca a los liberales, su líder histórico, Práxedes Mateo-Sagasta, está todavía vivo pero va a durar muy poco. Hay luchas intestinas en cada fuerza y distintas ideas de lo que se tiene que hacer”.

Y el rey empieza a dar señales de que es amigo de borbonear, de influir en unos y en otros, de meter mano, y se llega a hablar de “crisis orientales”, “porque se producían en el palacio de Oriente y porque recordaban al imperio otomano, el entonces enfermo de Europa, el más atrasado, donde dominaba el despotismo”. Alfonso XIII cometió algunos errores, como forzar la dimisión de Antonio Maura en 1904.

Y, sin embargo, este terminó imponiéndose; tanto es así, que durante sus mandatos, el rey tuvo mucho menos papel y el político conservador lo puso a viajar por todas partes para hacer de él un símbolo nacional.

“Para Maura el rey era fundamental para atraer al catalanismo conservador, que fue uno de los planes estratégicos más relevantes de su Gobierno”.


El rey Alfonso XIII y sus hijos hacen gimnasia en una terraza, posiblemente en el palacio de La Magdalena, Santander (ca. 1920). Imagen cedida por la editorial Galaxia Gutenberg e incluida en el libro 'El rey patriota. Alfonso XIII y la nación'.