La espiral de autodestrucción de Capote tras traicionar a la ‘jet set’

A punto de cumplirse 40 años de su prematura muerte, la serie ‘Feud: Capote vs. The Swans’ recuerda la pendiente de drogas y alcohol en la que cayó el escritor después de hacer lo único que jamás le perdonaría la alta sociedad neoyorquina: revelar sus miserias

El día del funeral de Truman Capote (Nueva Orleans, 1924-Los Ángeles, 1984) se escenificaba en el icónico restaurante Mortimer’s de Nueva York la polarización de los dos mundos del autor de obras esenciales como A sangre fría o Desayuno en Tiffany’s: a un extremo del local, sus editores y los pocos amigos que le quedaban de la alta sociedad, con la que vivió sus días de gloria y de la que había sido expulsado; al otro, la fauna nocturna de Studio 54 y la Factory de Warhol, junto a la que se entregó a una espiral autodestructiva desde su decadencia social hasta su muerte el 25 de agosto de 1984, a un mes de cumplir los 60 años.

Ahora que está a punto de conmemorarse el 40 aniversario de su trágica pérdida, el productor Ryan Murphy (fantasioso retratista de los espantos de la vida moderna en American Horror Story o American Crime Story) y Gus Van Sant (que dirige seis de los ocho episodios) comandan Feud: Capote v. The Swans, que llega hoy a HBO Max. La miniserie retrata la traición del escritor (caracterizado por el actor Tom Hollander) a las que él llamaba sus cisnes, las damas de la alta sociedad neoyorquina que lo adoptaron como compañía, encarnadas en un casting de impacto que incluye a Naomi Watts, Diane Lane, Chloë Sevigny, Calista Flockhart y Demi Moore.


Liza Minnelli, Truman Capote y Steve Rubell, dueño de Studio 54, durante una fiesta en la discoteca neoyorquina.

Él les decía a sus esposas cómo arreglarse, qué ver, qué leer, a qué prestar atención, a quién ignorar. Trazaba un rumbo en sus agendas, otorgaba un sentido a sus aburridos días rodeadas de otra gente rica. Capote las acompañaba en sus almuerzos, en sus jets, en sus vacaciones en yate por Europa. Y acumulaba un capital aún más valioso que el que poseían todas ellas: sus intimidades. Una fortuna que le llevó a la ruina de un día para otro, cuando se sintieron traicionadas por sus revelaciones y aterradas, también, pensando en qué más destaparía el resto de la novela. En su defensa, el literato quiso justificarse ante Liz Smith, la gran dama del chisme, en la revista New York: “Quería probar que se puede hacer literatura del cotilleo”.

Bajito, redicho y con una voz estridente que le acompañó toda la vida, el sofisticado personaje que construyó de adulto jamás pudo con el niño que creció sintiéndose aislado y diferente en un pueblo perdido de Alabama. Le perseguía el complejo de chico pobre salido de los barrios blancos miserables del sur de EE UU. De su infancia decía recordar solo una amistad, con la que también se convertiría en escritora Harper Lee, que lo homenajeó basando en Capote la figura de uno de los niños de la novela Matar a un ruiseñor. Su padre biológico, Arch Persons, un negociante que vivía de pequeñas estafas, desapareció pronto del mapa. Criado por sus amorosas tías, nunca superó el abandono temporal en su niñez de su madre. Lillie Mae Faulk se marchó a probar suerte en Nueva York y lo recogió tras casarse de nuevo (Capote tomaría el apellido de su padrastro) para acabar suicidándose a los 49 años tras pasar distintas crisis por su alcoholismo. En la teleserie, su espectro lo interpreta la actriz fetiche de Ryan Murphy, Jessica Lange. Su progenitora le serviría a Capote de inspiración directa para la prostituta buscavidas de Desayuno en Tiffany’s (1958), un personaje a millas del glamour que se vendió en la película con Audrey Hepburn.

 
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