José Saramago, el Nobel que pidió dinero para comprar su primer libro

El escritor protagonizó una epopeya de crecimiento personal desde sus orígenes modestos hasta la cima de la literatura. Una obra rastrea su mundo interior y su compromiso con los desheredados del siglo XX con motivo de su centenario

El escritor que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1998 compró su primer libro a los 19 años con dinero prestado. Entre esa compra y ese Nobel, el portugués José Saramago se construyó contra las cuerdas. Unas eran personales, como su origen humilde, y otras colectivas como la dictadura de su país o las guerras del siglo XX. Hay una epopeya individual en el hecho de que un aprendiz de cerrajero acabase cenando con el rey de Suecia, pero también una idea de las convulsiones sociales del siglo pasado. El libro Saramago. Sus nombres (Alfaguara), que se ha presentado este miércoles en Casa América en Madrid, al mismo tiempo que una exposición sobre su figura, y que se publicará en Portugal en dos meses, aspira a plasmar esos mundos, el que le rodeó y el que forjó en su interior, a través de 500 imágenes y textos (la mayoría del escritor y a veces inéditos). “Una obra”, resume Pilar del Río, la presidenta de la Fundación José Saramago, “sobre un hombre y su tiempo”.

Y eso significa que el libro se detiene en lugares y gentes, ficciones y política, música y lecturas. Tan condicionantes fueron para Saramago el río Almonda de su pueblo como los macizos montañosos de Chiapas (México) que visitó después de recibir el Nobel en ese año estresante que comparó con el reinado de una miss. Los 200 nombres del libro ofrecen “una alusión al mundo, a su mundo y, por tanto, una alusión a sí mismo”, señalan los editores de la obra, Alejandro García Schnetzel y Ricardo Viel. Entre esos nombres están desde el presente rabioso (el mozambiqueño Mia Couto) al pasado cercano (Antonio Machado), también Fellini, Maria João Pires, Álvaro Siza, Rosa Parks o María Pagés. El cine, la pintura o los libros que le hicieron ser quien fue se evocan junto a los acontecimientos del siglo XX que le hicieron pensar como pensó, ya fuesen los días siniestros que se vivieron en el campo de concentración de Terezín (República Checa) o las horas de esperanza que se abrieron en Portugal en abril de 1974, que le llevaron a escribir pocos días después en un editorial de la revista Seara Nova: “La revuelta está hecha, la revolución está por hacer”.

El compromiso del escritor con su tiempo fue rotundo. Hasta el final, como muestra el intercambio de cartas que mantuvo con el escritor alemán Günter Grass en enero de 2009 y que se reproducen en el libro. Eran días de la crisis social causada por el colapso financiero internacional. El autor de El tambor de hojalata le invita a reunirse con él en Bremen en un encuentro de premios Nobel de Literatura para “discutir el desastroso estado del sistema económico capitalista”. Grass justifica la “intromisión crítica” de los escritores por la experiencia social de la creación de libros “escritos predominantemente desde la perspectiva de los vencidos”. Cuatro días después le responde Saramago: “Ya sabemos que de las opiniones de un grupo de escritores no saldrá la solución de los problemas que sufre el mundo, pero todos los esfuerzos, inclusive el de los escritores, son necesarios para ayudar a encontrar salidas para este momento desolador que estamos viviendo”.

Saramago ya estaba enfermo. Ya tenía un lugar en el Olimpo literario sueco, después de escribir ensayo, teatro, poesía, diarios y, sobre todo, una veintena de novelas donde había armado personajes como la visionaria Blimunda o el cuidador de elefantes Subhro. Un largo camino desde que, a los 25 años, salió su primera obra, La viuda (Alfaguara), que se ha traducido hace pocos meses por vez primera al español. Más largo incluso desde los días de la Escola Industrial Afonso Domingues, donde trabajó dos años como cerrajero mecánico, llevaba un peto vaquero y tenía las manos sucias. “Si puedo presentar algún curso de preparación para la vida es exactamente el de cerrajería mecánica”, afirmaría en 2000.

El Nobel que fue cerrajero es también el hombre que aprendió filosofía con Mafalda. En 1998 Saramago conoció al dibujante argentino Quino en la Feria del Libro de Fráncfort. Le dijo: “Debería ser lectura obligatoria en las escuelas, pero no en las primarias, sino en las universidades”. Faltaban apenas unas horas para que una azafata le comunicase en el aeropuerto que había ganado el primer Nobel del portugués (sigue siendo el único de un idioma hablado por 200 millones de personas y rico en literaturas) y que reaccionó al galardón así: “Ahora, mi única responsabilidad sigue siendo preguntarme qué hago aquí, en este mundo”.