Gabriel Ferrater, el mejor lector del siglo XX

El rastro del saber literario del poeta catalán quedó disperso en la conversación oral. Nunca publicó ningún libro de crítica ni de sus cursos, pero su lucidez dejó otras huellas. Este año se cumplen 100 años de su nacimiento y 50 años de su suicidio

“El lector más inteligente que haya conocido en mi vida”. Son palabras pronunciadas por Jaime Gil de Biedma en 1984. Prácticamente calcadas las escribieron José María Valverde o Josep Maria Castellet. Los tres se referían a Gabriel Ferrater. Y lo mismo podrían repetirlo muchas de las personas que lo escucharon durante sus décadas de madurez intelectual. Para él no importaba el auditorio. Podían ser intelectuales de primer nivel o amigos de una noche en un bar de copas. Desde académicos y poetas catalanes del silencio de posguerra hasta los estudiantes de la primera Universitat Autònoma, desde la élite de la edición occidental de los sesenta hasta los clientes del bar Carioca en la parte alta de Barcelona donde él acudía día sí y noche también durante los años que escribió casi toda su poesía, la reunida en Las mujeres y los días.

Para él no importaba el auditorio. Podían ser intelectuales de primer nivel o amigos de una noche en un bar de copas

Allí, en una ocasión, recitó a Apollinaire, de inmediato improvisó la traducción y luego explicó su sentido de los versos fascinando porque en un detalle formal era capaz de revelar un secreto vital. Cerraron el local, bajaron la persiana y allí siguieron todos hasta el fin de esa magistral lección informal. Un sereno, embelesado, repetía que las palabras deberían convertirse en libro. Pero Ferrater nunca lo escribió. En vida no publicó ni un libro de crítica literaria ni un volumen de sus cursos. Lo fascinante del caso es que existen rastros dispersos pero suficientes para poder redescubrir que sí, efectivamente, fue uno de los mejores lectores literarios del siglo XX. Este 2022 se cumplen 50 años de su suicidio y 100 de su nacimiento en el seno de una familia culta y singular, progresivamente en decadencia, de la burguesía ilustrada de Reus.

Fascinación por las matemáticas

A su madre, a la vez que les contaba aventis de los maquis en el Pirineo, el soldado le pedía libros. De Stendhal, uno de sus escritores más queridos. Pero también la monografía que su hermano Juan eligió para él y que compró en un puesto de lance cerca de la Universidad de Barcelona: Elementos de análisis algebraico (1917), de Julio Rey Pastor. La fascinación por la matemática la replicará 20 años después cuando en el centro de sus intereses epistemológicos sitúe la lingüística. El 24 de enero de 1966 compró Syntactic Structures, de Noam Chomsky, en la Herder de la calle de Balmes, y desde ese momento no dejaría de aumentar su deuda con la librería que le traía libros de importación. En uno y otro caso, ya fuese dibujando con las reglas del álgebra o de la lengua, vivió un periodo de obsesión por formalizar el saber abstracto, una pulsión coetánea a la de Sánchez Ferlosio y que compartió por carta con su hermano, Víctor Sánchez de Zavala o Carlos Peregrín Otero.

No acumuló libros sino saber, pero no para ser más culto, sino por entenderse mejor a él en relación con los demás

Una pulsión complementaria la vivió con máxima exigencia a través de la lectura: el afán de comprender lo esencial de la vida —el ser en el tiempo presente, el ser a través del amor y el deseo— interpretando la mejor literatura occidental. No acumuló libros (eran pocos los que tenía siempre allí donde vivía) sino saber, pero no para ser más culto, sino por entenderse mejor a él en relación con los demás y en especial en relación con las mujeres.

Saber literario para vivir una vida asediada por los miedos y atrapada por el alcohol, en un nudo que lo podría haber resuelto para ser una figura como Calvino, pero vitalmente se hermanó a Gombrowicz (lo consideró el mejor prosista de su tiempo). El saber que contrasta con la precariedad material y que está en la base de su mito. Un saber que abarcaba de Auden a Proust, pasando por Frost y Pavese, y que dispersó en la conversación oral y cuyo rastro es atípico. Puede reseguirse en notas de su archivo, cartas escritas para seducir, entradas de enciclopedia que no se publicaron, en cursos que conocemos por apuntes de estudiantes o grabaciones magnetofónicas y en informes de lectura conservados en archivos editoriales (insuperable fue su lectura de Tiempo de silencio, puede leerse en el volumen Noticia de libros).

Páginas sobre Shakespeare

Penúltimo ejemplo. Valverde le invitó a escribir su Historia de la literatura universal a cuatro manos. Ferrater, como tantas veces, se comprometió y no cumplió con el encargo, pero, en cambio, sí empezó a leer seriamente a uno de los autores que debería haber explicado: Shakespeare. Se sabía que Macbeth activó la escritura de la poesía que abre su obra, pero se perdió el rastro del impacto de la lectura de los sonetos y las tragedias. Quedó escondida en la traducción de una historia de la literatura escrita en alemán. Ferrater fue uno de los autores de la versión española y allí aparecieron unas páginas excelentes sobre Shakespeare. “No dice nada: es infinita su adaptabilidad imaginativa a la contextura del mundo, y nos lo presenta sencillamente, para que nosotros intentemos entenderlo y asignarle un sentido que, suponiendo que queramos encerrarlo en una fórmula, Shakespeare no nos la va a dar”. En esas páginas Ferrater desvelaba el sentido al conceptualizar la máquina formal y moral de sus tragedias.

Durante 1965 y 1966 Ferrater impartió un curso de Historia de la Literatura Catalana en la Universidad de Barcelona. Apenas tuvo alumnos y seguía sin estar licenciado, pero nadie era capaz de construir una explicación tan profunda y sugerente como él sobre el desarrollo de esa cultura minorizada. En una de las sesiones habló como un comparatista avant la lettre del humanista que más admiró: su amigo Carles Riba. Lo más fascinante de esas lecciones es que Ferrater, comentando poesías, no extraía energía de los versos, sino que la aumentaba al hablar de ellos y así conectaba la literatura a la vida para que esta fuera más verdadera. La vida, concluyó entonces, era la asunción plena de saberse un cuerpo animal. El mejor lector del siglo XX lo descubrió, lo sufrió y lo vivió.

Los poemas, las mujeres y los días

A finales de la década de los sesenta, un joven Arthur Terry ya era catedrático de Literatura Española en Queen’s University. Pocos como él habían leído la poesía de Gabriel Ferrater con tanta inteligencia. Lo reseñó, lo hermanó con su amigo Philip Larkin y comentó esos versos catalanes a un grupo de jóvenes letraheridos que semana tras semana se reunían informalmente en Belfast. Uno de quienes lo escuchaban era el poeta Seamus Heaney, futuro premio Nobel. Nunca lo olvidó. Y Terry, además, empezó su traducción del catalán al inglés. En 2004, Arc Publications imprimió Women and Days. El prólogo lo firmaba Heaney y, entre otros poemas, destacaba ‘La mala missió’. En sus versos descubría algunas de las mejores virtudes de Ferrater. “Su fuerza residía en su ‘impureza’, el modo, por ejemplo, en que la realidad homicida del tambor de un revólver podía cohabitar con la noción mítica de que la verdad se halla al fondo de un pozo”.

‘La mala missió’ es uno de los poemas finales de Da nuces pueris, el primer libro de Ferrater. Lo concluyó a mediados de 1959, se distribuyó dos años después y lo acaba de reeditar Peu de Mosca. En la página web de la Càtedra Màrius Torres puede verse un ejemplar excepcional de la primera edición. Pertenecía al poeta William Cliff, responsable de la edición francesa Les femmes et les jours. En los márgenes de las páginas, el hiperlector Ferrater anotó los ecos y calcos que podían rastrearse en sus versos. En el caso de este poema resonaban Marvell y Frost, Freud y Coleridge, su amigo Joan Vinyoli y un Josep Carner que defendía como el fundador de la poesía catalana moderna. Siempre entendió la imitación como el nivel cero de la escritura. La presencia de esas voces no era culturalismo, al contrario, funcionaban como materias primas que le servían para objetivar la experiencia moral sobre la que reflexionaban sus poemas.

Era una concepción de la poesía compartida con su amigo Jaime Gil de Biedma. El nombre de Jaime Gil está en más de una ocasión en ese ejemplar, y para conocer su relación literaria —sus semejanzas, sus diferencias— nada mejor que leer el notable ensayo de 2015 Gabriel Ferrater i Jaime Gil de Biedma, poetes de consciència, que escribió Carlota Casas. Por entonces ya disponíamos de la edición definitiva y en bolsillo de Les dones i els dies. En su opus magnum Ferrater reorganizó sus tres libros: el ya citado, Menja’t una cama (1962) y la catedral de la poesía amorosa de la segunda mitad del siglo XX que es Teoria dels cossos (1966). Era un mecanoscrito meticulosamente ultimado en 1968, usando el reverso de unas galeradas de La casa verde, de Mario Vargas Llosa. En esa edición definitiva, Jordi Cornudella sumó cuatro poemas abortados por la censura o escritos con posterioridad. Y en 2018 el humanista Cornudella publicó la monumental edición crítica de Les dones i els dies, cuya versión gallega acaba de publicarse en traducción de Manuel Outeiriño.