El nuevo premio Mies van der Rohe, con el que la Comunidad Europea corona la mejor arquitectura, ha galardonado en esta edición a una estructura que es un edificio singular: un inmueble circular —100% desmontable y 100% reutilizable— que desafía la idea de permanencia. Es desmontable, re-construible y construible de otra manera. Un edificio que es más un sistema constructivo que un producto final. Por eso contradice la idea de edificio acabado y la imagen icónica, visual, de alguna arquitectura.
Sus autores, Max Hacke (1986) y Gustav Düsing (1984), son los arquitectos más jóvenes que reciben el premio. Ambos trabajan en estudios colaborativos. Y hablan de cambio. Y de reto. ¿Para qué debe servir hoy una universidad? ¿Cómo compartir conocimiento desde un edificio? Su pabellón lo ilustra.
El inmueble de dos plantas es versátil, abierto. Ofrece un espacio de trabajo para los estudiantes —de cualquier facultad o escuela— sin marcar jerarquías espaciales y con la posibilidad de que el que llega reinvente la distribución espacial. Sirve para el estudio y el ocio. Y a esa convivencia confía el respeto entre los usuarios.
Así, este edificio es un contra-modelo del sistema arquitectónico habitual en el que el inmueble ofrece servicios, pero limita el tipo de distribución. En lugar de compartir el conocimiento de arriba abajo —de proyectista a usuario—, este pabellón comunitario ofrece la posibilidad de que el usuario ajuste el espacio y reconfigure, fácilmente, su distribución espacial. Explora el trabajo en equipo y la convivencia. La capacidad de los materiales y los recursos -voladizos, cortinas, terrazas- para abrir y cerrar los espacios visual y acústicamente.