El ‘big bang’ que dio origen al muralismo mexicano

Una muestra en el Colegio de San Ildefonso regresa a artistas, modelos y ayudantes que “quedaron fuera del foco” del movimiento que tiene como referentes a Rivera, Orozco y Siqueiros

El rostro de Julia Jiménez aparece una y otra vez en los murales de Diego Rivera o José Clemente Orozco y, sin embargo, la modelo está ausente en los libros de historia. Xavier Guerrero fue asistente de David Alfaro Siqueiros, y viceversa, pero el primero no es tan conocido como el segundo. Ni siquiera el nombre de Jean Charlot es el que salta al hablar de muralismo mexicano, aunque él estuvo en la primera fila cuando el movimiento artístico inició, hace un siglo. Eran los años posteriores a la Revolución mexicana, de las vanguardias en Europa y del estridentismo en México, de José Vasconcelos y su gran proyecto de educación pública. “En ese caldo de cultivo nace el muralismo”, avisa Eduardo Vázquez Martín, curador con Carmen Tostado de El espíritu del 22, una exposición que regresa a principios del siglo XX para revisar el origen del movimiento y que se muestra hasta junio en el Colegio de San Ildefonso, en Ciudad de México.

“Queremos que se deje de pensar exclusivamente en términos de los tres grandes, Rivera, Orozco y Siqueiros”, avisa Vázquez Martín, que fue secretario de Cultura de la Ciudad de México durante el Gobierno de Miguel Ángel Mancera (PRD). “Esos tres muralistas forman parte de un movimiento mucho más amplio. Son unos artistas de vanguardia, críticos, muy jóvenes, que están en un proceso de experimentación”, indica. Vázquez Martín rechaza que hayan sido “tres monstruos inmensos nacidos por obra de su propia generalidad”. En cambio, los ubica como “artistas sociales” que “entendían su trabajo como parte de un movimiento histórico” y que tuvieron su “gran laboratorio de arte moderno” en el Colegio de San Ildefonso. “Lo que a veces llamamos el big bang”, dice el curador, “estalló aquí”.

Vázquez Martín dirige ahora el Colegio de San Ildefonso, una antigua institución jesuita creada a finales del siglo XVI y que en los años veinte se convirtió en la cuna del muralismo, cuando el nuevo secretario de Educación, José Vasconcelos, invitó a siete pintores a crear murales en el edificio. Primero fueron Diego Rivera, Fernando Leal, Jean Charlot, Ramón Alva de la Canal y Fermín Revueltas, y poco después se unieron David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. “No se nos había dado ningún tema para que lo desarrolláramos. Esto nos hubiera facilitado el camino”, expresó en 1946 Alva de la Canal. Él pintó El desembarco de los españoles y la cruz plantada en tierras nuevas, un fresco que se encuentra en uno de los accesos del edificio, enfrente de Alegoría de la Virgen de Guadalupe, de Fermín Revueltas.

Pero todo había empezado a gestarse mucho antes. “La exposición comienza hablando de otra exposición”, señala Vázquez Martín en la primera sala de la muestra. Es 1910 y Porfirio Díaz ha organizado grandes celebraciones por el centenario de la Independencia. Entre los festejos, hay una exposición de arte español, pero ninguna de arte mexicano. Los pintores locales, entonces, “manifiestan su extrañeza”, explica el curador. El Gobierno acepta darles un espacio y Gerardo Murillo, conocido como Doctor Atl, organiza una exposición de pintura nacional con obras de Saturnino Herrán, Joaquín Clausell, Germán Gedovius, entre otros.

“Lo que estaba en discusión era una lucha entre estos pintores y la academia, que era europeizante. Los mexicanos plantean voltear a ver México y lo hacen”, indica Vázquez Martín. “Saturnino Herrán pintaba ya criollas que él conocía, en lugar de manolas de Zuloaga. El Doctor Atl se fue a vivir al Popocatépetl y yo me lancé a explorar los peores barrios de México”, se lee en una de las paredes de la exposición. Es una cita de José Clemente Orozco. Ya empezaban a verse en las obras sarapes rojos, nopales, rostros indígenas, overoles… “Hay una búsqueda por encontrarse con el paisaje y el ser de México. Ese año, que estallará la Revolución, México irrumpe en la pintura”, asegura Vázquez Martín.

Diez años después, consumada la Revolución, ocurre algo “sumamente radical”, señala el curador. En una nueva exposición diseñada por Doctor Atl conviven por primera vez “el arte de caballete”, es decir, el de artistas formados en Bellas Artes, y el arte popular. Una obra de Roberto Montenegro ejemplifica en la muestra la transición: un grupo de campesinos, los protagonistas del cuadro, observan un lienzo art-déco que cuelga de la pared. En los mismos años, desde Barcelona, un joven artista y militar, David Alfaro Siqueiros, escribe un manifiesto inspirado por las vanguardias artistísticas europeas. Después, vendrá el llamamiento de poetas y pintores estridentistas en México; también la creación del Sindicato de Pintores, Obreros y Escultores y el ingreso colectivo de estos artistas al Partido Comunista.

Esos son algunos de los ingredientes del “caldo de cultivo” del que hablaba el curador. Cuando José Vasconcelos invita a los artistas a pintar los murales, el Colegio de San Ildefonso era el “epicentro de la discusión político-cultural de entonces”. “Se está debatiendo qué rumbo va a tomar la Revolución y los artistas están metidos en la discusión”, señala Vázquez Martín. Los pintores convocados diseñarán, en total, una treintena de murales. Entre ellos está La creación, el primero de Diego Rivera, que pintó en 1922 recién llegado de París. “Es una instantánea de las mujeres más destacadas de aquel momento, más de vanguardia”, indica el curador. En la sala, se exponen bocetos, fotografías y grabaciones que muestran cómo se creó la obra. Un video indica que para representar a la Poesía, por ejemplo, modeló la poeta Nahui Olin, o que la Fortaleza estuvo inspirada en la pintora Lupe Marín, esposa de Rivera.


Máscaras en la exposición del Museo de San Ildefonso.