Allá por los años treinta y en París, a Ilse Bing se la conocía como la “reina de la Leica”. Pionera en el uso y dominio de la pequeña y manejable cámara —destinada a revolucionar el medio—, su fascinación por las sombras, los contrastes y el juego de las formas geométricas, a través de ángulos pronunciados y planos picados, se ajustaba al lenguaje del movimiento de la Nueva Visión, que contribuiría a definir la modernidad. La fotógrafa expuso su obra junto a la de Brassaï, Kertész y Man Ray. Su prestigio atravesó los mares y en 1932 formó parte de la exposición Modern European Photography: Twenty Photographers, en Manhattan, invitada por uno de los galeristas que más contribuyó a definir su tiempo; Julian Levy. Pero su reinado tenía los días contados y cuando en 1940 los nazis tomaron París, ella, de procedencia judía, fue deportada a un campo de concentración en el sur de Francia. Un año más tarde regresaría a Nueva York, donde no conseguiría restablecer su exitosa trayectoria. En 1959 abandonó la fotografía. Durante décadas su obra permaneció en el olvido.
La figura de la artista alemana conforma la génesis de la exposición The New Women Behind the Camera, que puede verse en el Metropolitan Museum de Nueva York hasta el 3 de octubre. Un ambicioso proyecto cuyo alcance viene a sentar las bases para una revaluación de la historia de la fotografía entre 1930 y 1950 a través de la lente de la cámara de la Nueva mujer; un ideal femenino que emergió a finales del siglo XIX y se extendió de forma global a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Una mujer fácil de reconocer, pero difícil de definir.
“Bing ejemplifica a la Nueva mujer del periodo de entreguerras”, explica en conversación telefónica Andrea Nelson, comisaria de fotografía en la National Gallery of Art de Washington, y de esta muestra, en colaboración con Mia Fineman. En su propósito de indagar sobre aquellas mujeres que al igual que Bing utilizaron la cámara como un vehículo de autodeterminación y expresión artística Nelson quiso ir más allá de la narrativa occidental que ha estructurado la historia de la fotografía, y extendió su estudio al continente asiático y al africano. Pese a los esfuerzos realizados en estos últimos años, “las mujeres fotógrafas siguen estando claramente muy poco representadas en las exposiciones y en el estudio académico del arte moderno”, asegura la comisaria.
La fotografía fue un arte democrático desde sus inicios. El hecho de ser considerado de forma habitual como una artesanía lo convirtió en un medio más accesible para las mujeres en comparación con la pintura y la escultura. ”A principios del siglo XX las mujeres podían acceder a las escuelas de oficios y especializarse en fotografía. No en cambio a las escuelas de Bellas Artes, como ocurría en Alemania, donde no fueron aceptadas hasta casi la segunda década del siglo”, observa Nelson. “Muchas aprendían a través de sus familiares, o entrando a trabajar como aprendices en algún estudio”. Que obtuvieran reconocimiento a su trayectoria no suponía que no fueran a experimentar la discriminación, como le ocurrió a Bing con algunos de los editores de fotografía para los que trabajó en las revistas. “Cuando en los años setenta la fotografía pasó a ser consideraba como un arte dentro del mercado las mujeres permanecieron infravaloradas en comparación con maestros como Walker Evans o Edward Weston. Su fotografía y la de muchos de sus contemporáneos contribuyó a afianzar el medio dentro del mercado. No ocurrió lo mismo con la obra de sus coetáneas; no fue promovida de igual forma por los marchantes y otros agentes del mundo artístico, y en consecuencia alcanzó precios más bajos”, añade la comisaria.
Son más de 120 las mujeres fotógrafas representadas en la muestra, procedentes de una veintena de países. Entre ellas encontramos a nombres consolidados, como Berenice Abbott, Lola Álvarez Bravo, Imogen Cunningham, Madame d’Ora, Lee Miller, Florence Henri, Dorothea Lange, Tina Modotti o Dora Maar y a otros más desconocidos, como Homai Vyarawalla o Niu Weiyu, Maryam Sahinyan, y Florestine Perrault Collins. “Me intrigaba la interpretación global de la idea de la Nueva mujer”, señala. “Se manifiesta de forma diferente en los distintos países, bajo distintas connotaciones culturales y distintos contextos raciales y de género. Me centré en el ideal de la Nueva mujer que surge en los años veinte. Adopta distintos nombres, pero se la distingue por su apariencia occidental: pelo corto, estilo bob, viste a la última moda; una imagen muy popularizada por las películas de Hollywood y en las revistas de la época. Un cliché que tenía una conexión muy clara con la modernización, pero también con la occidentalización. En Asia y en África existía también una definición de la nueva mujer, pero mucho más ligada a las definiciones tradicionales de la femineidad, de ahí que las mujeres que en estos países pretendían cambios más radicales debían de enfrentarse a un obstáculo más: los prejuicios y la crítica que implicaba volver la espalda a su herencia cultural”.
‘Escena de calle’, São Paulo, 1940.