Cuando una foto vale por toda una novela

Entre las novedades editoriales, destacan dos publicaciones que abordan desde distintas perspectivas la relación entre el medio fotográfico y la escritura

Que "la fotografía parece ser la más literaria de las artes gráficas", ya lo dijo Walker Evans, un artista a quien siempre fascinó tanto el poder expresivo y descriptivo del medio fotográfico como el de las letras.

Si bien su primera llamada fue la de la palabra escrita, este pionero del documentalismo fotográfico en Estados Unidos se rodeó a lo largo de su vida de escritores para afilar su elegante mirada y, consciente de la ambigüedad que acompaña a toda fotografía, trató de volcar en sus imágenes muchas de las estrategias de las que hace uso la literatura: una estructura narrativa, poesía, ironía y precisión.

  • Junto al escritor y periodista James Agee, fue autor de un clásico de la literatura americana, Elogiemos ahora a hombres famosos. Así, a lo largo de las ocho semanas que, en 1936, los autores pasaron juntos en Alabama, fotografiando a las familias de blancos pobres, cada uno tuvo libertad para experimentar libremente su quehacer artístico, sin por ello olvidar la necesidad de alcanzar un equilibrio narrativo.
PLANTEAMIENTO

El planteamiento de la publicación era realmente radical. Tanto "por lo que no hacía —iba en contra de todo lo que a uno le enseñan desde que de niño lee ´libros ilustrados´, rechazando la suposición de que las imágenes existen para representar directamente a las palabras—, como por lo que hacía, que era contar una historia en la que imágenes y palabras eran iguales, pero no tenían necesariamente una conexión literal", advierte la escritora estadounidense Rebecca Bengal.

Si bien Agee se revelaba apasionado y rapsódico en el retrato de los aparceros y se lanzó a vivir con las familias, Evans se mostraba fiel a su estilo neutro y sin concesiones.

Este tipo de colaboración entre fotógrafos y escritores inspiró a la ya desaparecida revista estadounidense DoubleTake. Una breve y decisiva iniciativa dirigida a intensificar las posibilidades y la relación que existe entre la palabra y la imagen, entre 1995 y 2004, de la cual Bengal formó parte de su redacción. De esta experiencia, procede sin duda el impulso que envuelve a Strange Hours: Photography, Memory, and the Lives of Artists, una esclarecedora colección de ensayos, a través de los cuales la escritora adentra al lector por caminos tan inesperados como rigurosamente trazados donde confluyen el pasado y el presente de la fotografía para subrayar el poder del medio.

"Las imágenes son más afortunadas, son más sueltas que las palabras", escribe Bengal. "Las palabras tienen que luchar más para organizarse, para expresar lo que en una fotografía podría ser la mezcla de orden y accidente, una extraña convergencia, una especie de gracia". Ciertamente, esta sutil observación tiene que ver con los antecedentes familiares de la autora.

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Hija de un padre sordo (característica que ha hecho de él un agudo observador), la autora alude a su propia experiencia con el lenguaje de signos en uno de los textos:

"Me resulta difícil hablar en voz alta y hacer señas simultáneamente de forma fluida, por ejemplo, cuando intento contar una historia a una persona sorda y a otra oyente en tiempo real. Cambio sin previo aviso, me sorprendo a mí misma rellenando huecos entre el habla con un signo, y viceversa", advierte.

"Como escritora, he aprendido a amar estos huecos: son los lugares de una historia, o de una película, o de un libro de fotografías y texto, donde el lector puede entrar imaginariamente, o donde las palabras y las imágenes pueden hablarse entre sí. Son las aperturas a las que todo artista debe aspirar".

"¿Se puede pensar en una forma narrativa verdaderamente fotográfica?", se preguntaba John Berger.

De este cuestionamiento surgió Iris Garden (2013), un fotolibro que combina los textos del crítico y escritor, impresos en inserciones que se desplazan sobre las fotografías de William Gedney, a quien su reconocimiento artístico llegó de forma póstuma. Un libro tan "llamativo como extraño", apunta Bengal, "funciona en sus propios términos, evocador y sugerente, más que de forma directamente literal".

Fue editado por Little Brown Mushroom, la editorial de Alec Soth, cuya colección muestra un pertinaz interés en el vínculo entre palabra e imagen. El fotógrafo servirá a la escritora de puente para introducir las letras de los grandes compositores de música americanos que resuenan en Songbooks, el fotolibro publicado por Soth en 2015.

El autor también acompañará a Bengal por los lugares que el fallecido cantante Prince, vecino del fotógrafo en Minneapolis, consideró su hogar.

De igual forma, William Eggleston, recordará en una entrevista sus días en Graceland, la mansión de Elvis en Memphis, donde pasará largas noches en espera de encontrar la toma adecuada. La serie completa acabará siendo una lección magistral sobre cómo la ausencia puede ser tan reveladora como la presencia.

Santa Barbara, el innovador relato de Diana Markosian, un híbrido entre la narración personal y la documental; los retratos de la intuitivamente reveladora Judith Joy Ross; la obra de la escritora y fotógrafa ucraniana Yevgenia Belorusets, que fotografía animales porque nunca podrá conocerlos bien; o las imágenes tomadas por Alessandra Sanguinetti, que nos acercan a la vida en la Pampa a través de la perspectiva de los animales, son algunos de los ejemplos de esta colección de ensayos que la autora va ensartando para referirse a "la ficción de la verdad y al poder de la ambigüedad" como el fundamento del que brota toda buena narración.