‘Delirio americano’: escritores y artistas al servicio del poder

Carlos Granés ha escrito un ambicioso ensayo sobre las vanguardias artísticas latinoamericanas y su interacción con las revoluciones y la política en países como Cuba, México o Venezuela

Una década después de que ganara el premio Isabel de Polanco con su ensayo El puño invisible, Carlos Granés vuelve a deslumbrarnos con un ambicioso relato sobre las vanguardias artísticas latinoamericanas y su interacción con las revoluciones y la política de aquellos países. Comienza el libro narrando la temprana muerte de Martí, libertador de Cuba, acribillado a balazos en una batalla; y lo cierra con un desabrido epílogo sobre el final predecible de Fidel Castro. “Eso era lo más extraño de todo: moría Castro y no pasaba nada”. Mientras la epopeya del poeta significó la prematura inauguración del siglo XX en la América Hispana, la discreta agonía del comandante, icono indiscutible de todas las revoluciones del subcontinente, dejaba atrás una Cuba que seguía en el pasado, “y mantenía al continente entero anclado a las diputas ideológicas y promesas averiadas de aquel siglo que se resistía a acabar para nosotros”.

Entre ambos decesos han ocurrido tal cantidad de cosas que inevitablemente nos encontramos ante una obra voluminosa, lo que anima a Granés a sugerir leerla por partes en función de los intereses particulares de cada cual. La propuesta, remedo en cierta medida de las opciones para enfrentarse a Rayuela, debe ser desestimada. La invención de Cortázar, a quien por cierto no dedica Granés mucha atención en su obra, era un guiño más del fabuloso cronopio que firmaba la novela, pero no mermaba su contenido, que en el caso que nos ocupa merece también la completa atención del lector.

Nos encontramos ante un trabajo serio, tanto que quien lo firma recurre frecuentemente al humor y al sarcasmo, por si alguien se aburriera, cosa imposible en mi opinión. Se estructura el relato en tres tiempos bien definidos del delirio permanente en que, según el autor, ha vivido aquella tierra de utopías: el delirio de las vanguardias y la búsqueda de la modernidad, con el temprano ensueño de la Madre Patria, la búsqueda de un destino común y la exaltación de los sentimientos antiyanquis y antiimperialistas; el delirio de la identidad, la explosión de los nacionalismos, la consolidación de los estados y la peligrosa deriva de muchos de ellos hacia el fascismo; y el delirio de la soberbia, el renacer de la revolución y la invención del guevarismo, que nos lleva incluso hasta Maduro. Todo ello en un permanente ajuntamiento entre el arte y la política, la poesía y el poder. Esa incestuosa relación confiere al relato un insuperable atractivo y ayuda a comprender los errores y hasta los crímenes de una sociedad en la que el genio literario y la ambición por el mando han marchado juntos con demasiada frecuencia.

Reconozco mi predilección por el primer envío. Me ha reconciliado de nuevo y como nunca con Rubén Darío, cuya espesa manipulación por los educadores franquistas hizo que muchos niños de la postguerra acabáramos extenuados por sus esdrújulas. También debe anotarse la atención prestada al futurismo del italiano Marinetti, movimiento no tan conocido entre nosotros, y la risueña descripción que el autor hace de los poetas modernistas. Cosmopolitas militantes, enamorados de las vanguardias europeas, presumían de saber más de París que lo propios parisinos. Interesante es igualmente la amistad profunda y posterior desencuentro entre el poder político y los muralistas mexicanos que siguen asombrando al mundo (Rivera, Orozco, Siqueiros). Quizás no haya existido nunca un fenómeno parejo a la hora de poner el arte al servicio de la revolución, aunque esta acabaría en la deriva dictatorial que encarnó el PRI. Granés asimila en cierto modo el priismo al APRA del peruano Haya de Latorre y al peronismo argentino. Sus coincidencias son evidentes, tanto como los distintos caminos que acabaron recorriendo. Por otro lado él mismo reconoce que hay muy pocos países que puedan competir con la especial relación que durante años los gobiernos de México establecieron con artistas y escritores, la atención que desde el poder se prestó a la cultura, y la repetida complicidad de los creadores con el régimen, aunque muchos acabaran desertando.

El delirio de la soberbia, tercera parte del ensayo, lo considera encarnado por la revolución cubana, de la que son secuelas no solo los oprobiosos regímenes de Venezuela y Nicaragua, sino las corrientes vencedoras en las últimas elecciones en Bolivia, Perú y Chile. Esta parte del libro es la más previsible, quizá porque hemos tenido oportunidad de acompañar los acontecimientos cuando menos a través de la radio, la prensa y la televisión. No estoy seguro, sin embargo, de que el autor, que nació en 1975, haya comprendido bien la fascinación que la revolución cubana suscitó entre la juventud europea, especialmente la universitaria, agitada enseguida por Mayo del 68. En cualquier caso no pudo vivirla ni experimentarla él mismo, pero sí lo hicieron muchos de los protagonistas de la Transición política española.