Con la publicación este año del último volumen de las Crónicas de los Cazalet, Todo cambia, queda completa la publicación en castellano de una de las más poderosas y seductoras series de novelas concebidas en el seno de la literatura inglesa contemporánea. Su autora, Elizabeth Jane Howard (1923-2014), se inició en la literatura en 1947, tras unos primeros intentos de ser actriz y modelo. De su amplia obra, esta pentalogía es sin duda su obra maestra, que obtuvo un éxito extraordinario de público y cuyos dos primeros volúmenes fueron adaptados a la pequeña pantalla por la BBC.
Los Cazalet son una familia que se extiende a lo largo de tres generaciones. Los conocemos en 1937, cuando comienza el primer volumen, y se despiden en la Navidad de 1958.
Lo que sucede entre esas fechas es una prodigiosa exposición del desarrollo de la sociedad inglesa a través del extenso vínculo familiar iniciado por una pareja, el Brigada y la Duquesita.
La historia empieza significativamente en Home Place, la residencia de verano de la pareja fundadora con sus cuatro hijos, esposas y nietos: un reducto de intimidad y afecto donde se han empezado a superar las dolorosas consecuencias de la I Guerra Mundial en los adultos y donde comienza inocente y alegremente a vivir la primera generación de nietos.
A lo largo de la serie iremos conociendo los cambios de mentalidad, sociales, personales y económicos, de todos los integrantes del clan y sus servidores, la dificultad de afrontar y entender las nuevas formas de vida y, sobre todo, el paso de un clan familiar a la búsqueda de la vida por parte de todos ellos, unidos por el afecto y disgregados por sus vidas personales y el signo de los tiempos.
La escritura de esa serie es una verdadera proeza en lo que tiene de reunir y construir tantas personas y vidas singulares, tantas relaciones; una verdadera comedia humana que extrae del relato de la cotidianeidad un mundo complejo de valor universal.
Y los saltos en el tiempo se asumen con la misma naturalidad con que asumimos las distancias temporales en la vida real y recuperamos la intensidad de trato con los seres que nos importan. En la recreación del grupo es decisivo el clima sentimental y emocional que la autora consigue plasmar, así como el entrecruzamiento de las conciencias de todos en el camino de sus esperanzas, engaños, fracasos y logros. Una lectura inolvidable.
Elizabeth Jane Howard pertenece a la admirable tradición narrativa inglesa procedente del siglo XX.
Es el último eslabón de un conjunto de escritoras particularmente dotadas de una calidad literaria y una tenacidad a prueba de vocación. Se sitúan en una formidable segunda línea tras los nombres excelsos de Virginia Woolf, Iris Murdoch o Edna O’Brien, y me parece obligatorio homenajearlas.
La primera en importancia y originalidad, Ivy Compton-Burnett, pertenece a una generación anterior. De aspecto severo y estética victoriana en lo personal, sus novelas, todas dialogadas, se caracterizan por sus abrasivas frases, agudas y cortantes, y un sentido del humor casi negro con las que emprende un retrato de la alta burguesía británica y su corrupción centrada en dos aspectos: la familia y el poder.
En España, Lumen publicó Una herencia y su historia y Criados y doncellas. Todos sus títulos, como su vestimenta, estaban cortados por el mismo patrón.
La menos conocida es Elizabeth Taylor, nacida Elizabeth Coles, que al adoptar el apellido de su marido añadió a su habitual discreción el opacamiento a que la redujo su coincidencia con la famosa actriz norteamericana.
Sus principales cualidades eran la fluidez narrativa y la mirada crítica que acompañaba a su entendimiento de la clase social burguesa británica de posguerra. Provienen, y se le nota en lo mejor, de Jane Austen. Su novela Angel la descubrió a los lectores.
Tiene una obra aún no valorada suficientemente y es una retratista excepcional de personajes y ambientes ingleses.