Ojalá todos fuéramos ciegos

También a veces nos hacía derramar lágrimas (al menos a mí, que desde pequeño he sido llorón) cuando había historias muy emotivas

En mi infancia me gustaba leer el "Memín Pinguín". Yo decía "Pingüín". Quienes lo leyeron tal vez recordarán que entre los primeros capítulos él explicaba que su apellido se podía pronunciar de las dos maneras.

No es por nada, pero uno aprendía muchos valores en esa historieta; sobre la amistad, la lealtad, la generosidad, la alegría y otros. Como dato curioso y al respecto de esto, es sabido que en Filipinas (una vez que la revista se empezó a vender en ese país) el Ministerio de Educación hizo obligatoria su lectura en las escuelas, porque consideró que enaltecía los valores humanos y de la familia. 

También a veces nos hacía derramar lágrimas (al menos a mí, que desde pequeño he sido llorón) cuando había historias muy emotivas.

Conmovedora historia

Recuerdo una de ellas, en la que Memín, por azares del destino, llega a vivir un tiempo a la casa de una niña ciega y de clase alta. Varios capítulos se dedicaron a describir las aventuras que corren y cómo crece el cariño entre los dos, así como la ternura con que el negrito cuida de la niña. Más adelante, ella es sometida a una operación para recuperar la vista, y llega el momento en que le van a quitar las vendas de los ojos para ver si la operación tuvo éxito.

Ella está ansiosa por conocer a Memín, al que amaba tanto, por los muchos cuidados que le había prodigado y por haberle dado tantas alegrías con sus ocurrencias durante sus días de oscuridad. En el cuarto de la niña se encuentran sus padres, un primito de ella (rubio y de buen parecer) y Memín. Cuando le quitan las vendas, la niña ve a los dos niños y, sin preguntar, se abalanza sobre su primo, diciéndole: "¡Memín, eres tal como te imaginé!". Memín se va a un rincón del cuarto haciendo "pucheros", y luego se va, sin permitir que se aclare la confusión. Sutilmente, doña Yolanda Vargas Dulché nos enseñaba aquí el valor de no juzgar a los demás por su apariencia externa. Felizmente, más adelante se aclaran las cosas y la niña va a buscar a Memín, haciéndole saber que no le importa su físico, y que lo ama tal cual es.

Verdades para recordar

Hace muchísimos años (y esto ya en un caso real), un hombre fue comisionado para buscar y ungir a quien debería ser el rey de cierto pueblo. Después de mucho buscar, llegó a la casa de un campesino que tenía varios hijos. El hombre los vio, y pensó que el más alto y apuesto de ellos era el indicado, pero al consultar con quien le había dado la comisión, éste le respondió con unas palabras que se han vuelto clásicas: "No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho...pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón", indicándole entonces que eligiera a quien con el tiempo sería conocido como el rey David, rey de los judíos, y antecesor del rey de reyes, Jesucristo.

Y ya lo decía también con sabiduría el Principito: "Lo esencial es invisible para los ojos". Cuántas veces ocurre que nos cae mal una persona sin saber por qué, solo porque lo que ven nuestros ojos en él (o ella) no nos agrada, sin darnos la oportunidad de conocer a fondo lo esencial de esa personas, es decir, su esencia, lo que lleva dentro y lo que ha vivido, sus cargas, sus alegrías, sus anhelos. Y cerramos la puerta a la posibilidad de conocerlo(a) mejor, pues asumimos que el interior de ese "Memín" es igual al exterior, desagradable a nuestra vista, sin pensar que ahí dentro, hay un corazón del mismo color y aspecto que el mío, y tal vez con muchos sentimientos nobles y buenos de los que podría aprender grandes cosas. 

Por eso, por esos ojos que en ocasiones tanto nos engañan, es que a veces pienso que ojalá todos fuéramos ciegos. Ciegos a las "fachadas" que nos pueden distraer y engañar, y prestos a apreciar a las personas no por lo que está en su rostro o en su ropa, sino por lo que está en su corazón. Ciegos a los juicios erróneos que a veces hacemos cuando la "envoltura" no es de oropel, y abiertos a entender que en ocasiones, la vida nos puede enviar grandes regalos envueltos en papel estraza, pero no por ello de menor belleza o de menor valor. Ojalá todos fuéramos ciegos, sí, para ver solamente con los ojos del corazón.

 
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