El mundo se llena de espacios de excepción sin las garantías más básicas en los que seres humanos que huyen del horror o la miseria tienen menos derechos que un preso que ha cometido un delito.
Unos días después de la entrada en vigor del acuerdo antimigratorio entre la UE y Turquía, en 2016, decenas de refugiados se agolpaban en las vallas del campo de Moria, en la isla griega de Lesbos, en busca de comida y algo de información del exterior. Las autoridades acababan de decretar que Moria se convertiría en unas instalaciones cerradas y los internos no podrían salir de allí: en protesta, las ONG que ofrecían sus servicios se marcharon y el Ejército asumió parte de sus funciones.