Aquí eso pasa a veces, dice Fidel Orozco, que mira a Lourdes, su esposa. Ella asiente. De las manos de Fidel, un hombre alto, 50 años, bigote y mirada intensa, cuelga un sobre grande como bolsa del mandado, con asas y un pliegue a modo de cierre. Lourdes Gutiérrez se agarra los codos con las manos. "58 puntadas me dieron", murmura, "tuve que dormir sentada tres meses". Mientras habla, la mujer, de 47, se aprieta los codos y su cara refleja cierta aprensión, como si fuera la vida lo que sostiene, huidiza, resbalosa.
El sobre de Fidel contiene placas y tomografías. "Todas las guardé", dice orgulloso. Sin esos estudios -el cráneo de su esposa y un proyectil dentro del cráneo, vistos de frente, de perfil, de arriba, de abajo- sería difícil creer a Lourdes. Quizá Fidel lo haría. Y los tres hijos de ambos, que aquella noche iban con ellos. Pocos más, porque su historia es verdaderamente increíble. La noche del 1 de enero de 2010, antes de entrar en casa, una bala cayó del cielo y golpeó la cabeza de la mujer, hundiéndose un par de centímetros. Pese a las pocas posibilidades de sobrevivir a un balazo en la cabeza, Lourdes lo hizo. Le sacaron la bala, siguió adelante. "El doctor me dijo que se quedó a milímetros de tocar el cerebro", dice Fidel, "si lo llega a tocar se muere". Nueve años más tarde, recuperada la movilidad perdida, el cabello cubriéndole el cráneo de nuevo, la mujer sufre de migraña tres o cuatro veces al mes. Nada más.
La bala cayó del cielo en la colonia Tepalcates, en Iztapalapa, la alcaldía más poblada de Ciudad de México con casi dos millones de habitantes. Aunque la fiscalía abrió una investigación, los agentes nunca encontraron al que apretó el gatillo. ¿Cómo hacerlo? Sí, tenían la ojiva, averiguaron el calibre, pero aquello era como buscar una aguja en un pajar. Nadie había escuchado el disparo, nadie sabía de dónde pudo haber venido. Y encima nadie había muerto, lo que mandaba el caso al último lugar en la lista de prioridades de los investigadores.
Jesús ha vivido en Meyehualco desde que se casó, hace ahora dos años, el mismo tiempo que ha dedicado a alimentar una página de Facebook que tituló Denunciómetro Santa Cruz Meyehualco. Sube información que la gente le manda o situaciones que él mismo atestigua, como hace unas semanas, cuando narró en vivo el intento de linchamiento de un hombre en el tianguis del barrio. "Dicen que era ratero, pero parece que en realidad era un policía que estaba franco [de libranza]. No se qué problema tuvo, pero parece que sacó su arma y ahí sí se le echaron encima".
Desde enero, Martínez ha subido dos casos de bala perdida en Meyehualco. Un comerciante que una mañana encontró la persiana de su negocio agujereada y una bala en el interior. Y un vecino que un día se levantó y encontró una bala en el piso de su patio y el capó de su carro abollado del impacto.
Estos casos difieren del de Aideé en algo esencial: la situación que motivó el disparo. Si en el primer caso los investigadores han filtrado a la prensa, que lo más probable apunta a que la bala perdida fue cosa de una disputa entre narcomenudistas, en el resto no se sabe. De cualquier manera, todos los casos muestran la cantidad de armas que hay en la alcaldía y la facilidad con que se disparan.