Atravesando ese valle de cenizas que es el mercado español del arte contemporáneo, más arriba, en plenos Alpes, Art Basilea (Art Basel, 2025) cerró el pasado junio otra edición de grandes ventas. Suiza es una caja fuerte para los galeristas. Transacciones seguras. Pese a la geopolítica, la guerra en Ucrania, Oriente Próximo o los aranceles de Trump. Los jets privados siguen aterrizando con los grandes coleccionistas. Pero este año hubo una diferencia: ha llegado la inteligencia artificial. Permite saber al instante el precio final de cualquier obra que se haya subastado en el mundo. Los coleccionistas la usan para conocer los valores de remanente porque los datos que recopilan proceden solo de subastas, ya que los precios de galería no se facilitan a estas plataformas. Quedan fuera, por ejemplo, los artistas emergentes. Ahí el coste se establece entre galerista y cliente cuando se quedan a solas dialogando con la gramática del dinero.
Jorge Pérez (cubanoamericano), principal promotor inmobiliario de la costa este de EE UU, y su mujer, Darlene, hepatóloga, nieta de abuela canaria, son unos de los coleccionistas y mecenas más esperados en Basilea. Compran, y mucho. Pérez lleva un teléfono, con una tapa de plástico oscuro, en el cual, ordenado por el nombre del artista, va referenciando las obras que poseen.
En ese terminal hay cientos y cientos de piezas. Si ve una que les interesa, la envía a su equipo de comisarios dirigido por Patricia Hanna (tiene un museo propio, Pérez Art Museum Miami o PAMM y también el Espacio 23). En el teléfono móvil vive una de las mayores colecciones privadas del mundo de arte contemporáneo, propiedad de unos de los latinoamericanos (2.600 millones de dólares, unos 2.200 millones de euros, acorde con la revista Forbes) más ricos del planeta.