Hallazgo arqueoastronómico: el regreso de Kukulkán

La antigua civilización maya sí fue capaz de capturar en su arquitectura el fenómeno astronómico que ocurre en las fechas en las cuales el día dura exactamente lo mismo que la noche

CAMPECHE, CAM. .- Hasta que los investigadores Pedro Francisco Sánchez Nava e Ivan Šprajc desmitificaron la teoría, se creía que el “descenso de Kukulkán” por El Castillo, la pirámide emblema de Chichén Itzá, en Yucatán, marcaba a los mayas los equinoccios. 

Ahora, tras su reciente descubrimiento de un espectáculo de luz y sombras similar en el Templo de la Serpiente Ciempiés, de la zona arqueológica Santa Rosa Xtampac, en Campeche, el arqueólogo Florentino García Cruz reformula la idea: esa antigua civilización sí fue capaz de capturar en su arquitectura el fenómeno astronómico que ocurre en las fechas en la cuales el día dura exactamente lo mismo que la noche. 

Santa Rosa Xtampac se localiza aproximadamente a 173 kilómetros de la capital campechana, en el ejido del mismo nombre, municipio de Hopelchén. Se trata de una ciudad-Estado que floreció en la región de Los Chenes, en “las tierras bajas mayas del norte”. Su ocupación data del período Clásico Tardío (600-900, d. C.) y se prolongó hasta el Clásico Terminal (900-1000, d. C.) En la actualidad es un sitio abierto al público.

En entrevista con Proceso, García Cruz, arqueólogo independiente que tiene entre sus descubrimientos previos las zonas arqueológicas de Nadzca’an y Balamkú, ambas en el municipio de Calakmul, así como el fenómeno arqueoastronómico del “descenso de Kinich Ahau” en las ruinas de Kankí, en Tenabo, los días 1, 2 y 3 de mayo, explica su reciente hallazgo en Santa Rosa Xtampac, el cual le tomó seis años de estudios y comprobaciones y cuyos resultados dio a conocer el pasado 10 de noviembre en el marco del 31 Encuentro Internacional de los Investigadores de la Cultura Maya, organizado por la Universidad Autónoma de Campeche (UAC).

El fenómeno que descubrió se presenta en un edificio anexo a la estructura 12 de la zona arqueológica. Es un templo dedicado a Kukulkán y uno de los cuatro que se tienen documentados hasta ahora en las tierras mayas bajas del norte: Chichén Itzá y Mayapán, en Yucatán; el tercero que según las crónicas de fray Diego de Landa hubo alguna vez en el islote de Champotón, pero del cual no quedan vestigios, y ahora éste de Xtampac, ambos en Campeche.

En su ensayo Astronomía en la arquitectura de Chichén Itzá: una reevaluación, publicado en Estudios de la Cultura Maya (vol. 41, marzo de 2013), Šprajc y Sánchez Nava se refieren a que año tras año en El Castillo de Chichén Itzá se reúnen miles de visitantes a observar el efecto de la luz y sombra que produce la puesta de Sol sobre la balaustrada norte de la pirámide.


García Cruz recuerda que “los mayas practicaban una astronomía basada en los aparentes movimientos del Sol vistos desde la Tierra, a la que consideraban de forma cuadrangular y con tres niveles y cuatro rumbos”, y argumenta que por eso ellos “observaron las salidas y puestas del Sol en el horizonte este y el horizonte oeste, como un péndulo, como uno de sus métodos para medir el tiempo.

Eso les fue esencial para conocer el año trópico”, es decir, el tiempo que transcurre entre dos pasos consecutivos y reales de la Tierra o aparentes del Sol por el mismo equinoccio o el mismo solsticio. Consta de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 48 segundos. 

Señala que los mayas “notaron que en el solsticio, en que el Sol sale y se oculta lo más al sur (21 de diciembre), la duración de la noche es la mayor del año, y al irse alejando de ese punto camino hacia el norte, los días van variando de manera creciente hasta llegar al punto solsticial en que se da el día más largo del año (21 de junio)”. 

El investigador señala que además de los triángulos de luz y sombras que se proyectan en la escalinata de la Escultura 12 –a la que propuso renombrar como Templo de Kukulkán–, durante el fenómeno aparece también en el piso, como saliendo de las fauces de la serpiente emplumada, la sombra de una cabeza maya similar a la iconografía de la deidad del maíz. 

“Es como si la serpiente al descender se transformara en hombre”, e interpreta el simbolismo: “Es Kulkulkán descendiendo de la montaña sagrada a la tierra para transformarse en hombre”.

Señala que, además, esa escalinata mira hacia una aguada construida artificialmente en esos tiempos y en cuya orilla sur hay una plataforma ceremonial de piedra. 

“Kukulkán está relacionado también con la tierra y el agua”, y recuerda que en Chichén Itzá está el cenote. 

“Kukulkán debió ser para la región un símbolo sagrado vinculado a la creación, el aliento vivificador, la fertilidad, la luz, la oscuridad, el agua, el jade, el maíz, la vida, la muerte… el renacimiento”, concluye.