Aunque con su personaje es un malévolo invocado del mal, el Gigante Imbo debe su máscara a una persona autista, quien le conmovió el corazón.
Cuando iba a crear su equipo, un joven que padece autismo le dijo que lo hiciera como una de sus máscaras de Halloween y él le hizo caso, por lo que le confeccionaron una máscara tenebrosa con una historia tierna por detrás y una sonrisa provocada a una persona especial.
Detrás de toda esa imagen macabra que proyecta en los cuadriláteros, el Gigante Imbo también se ha tenido que dividir entre la lucha libre y ser papá soltero, pues tiene que educar a sus hijos, trabajar para darles un futuro, sin descuidar su faceta en el pancracio donde también es profesor.