Clásico puede significar conservadurismo (¡ay, Nanita!) en el mejor de los sentidos: algo que ha prevalecido sin pasar de moda. Nada de clásicos contemporáneos: el adjetivo clásico, se asume con los años.
Justo llega la más reciente adaptación cinematográfica, de una muy famosa obra literaria: El Llamado Salvaje.
Buck es un enorme San Bernardo, quien vive consentido en una casa californiana. Pero es la plena fiebre del oro en Estados Unidos y los perros, son muy codiciados para jalar trineos.
El can se verá, de pronto, entre las nieves de Alaska, con nuevos amos y otros perros con quienes lidiar. Un Buck domesticado y pacífico, tendrá que cambiar.
Si algo distingue a la novela de Jack London, en la que está basada la película, son sus toques crudos: al igual que la naturaleza que venera, no tiene misericordia con los personajes que la habitan. Hay sangre y muerte.
SE REBAJA
Pero esa fiereza ha sido rebajada con mucha agua en la presente adaptación. Esto es quizá, entendible, al querer llegar a un público joven. Sin embargo, ese mismo público sufrirá con el ritmo, que decae a ratos.
El resultado es un filme con varios momentos cursilones: un hermoso Buck digitalizado, cuyos ojos expresivos nos recuerdan a la saga de otro San Bernardo gigante, Beethoven (1992). Así de dulcito e inocente se ve.
El resto de los personajes son periféricos. Harrison Ford, se ve cómodo en su papel de John Thornton, y es que el actor siempre fluye en papeles de hombres directos y poco sofisticados. Aquí, tiene una dimensión más vulnerable.
Lo que nos lleva a la otra estrella de la cinta, una fotografía que plasma paisajes boscosos y auroras boreales.
Esta cinta no es la mejor adaptación cinematográfica, pero acaso sirva para acercar la novela original, a nuevas generaciones. Básico, ser conservador. de clásicos.