Ciruelas de la discordia

Algunos cultivan por necesidad, pero la mayoría ‘por ambición’

A 3 mil metros sobre el nivel del mar y a unos 12 kilómetros del Popocatépetl, en un paraje conocido como San Isidro se observa que los bosques de Tetela del Volcán tienen “mordidas” de distintos tamaños que les han dado los deforestadores.

Aunque algunas familias se dedican a la tala, tanto autorizada para aprovechamiento forestal como ilegal, según los comuneros son los productores de ciruela quienes más han devorado el bosque. Algunos cultivan por necesidad, pero la mayoría “por ambición”, dicen representantes campesinos de la localidad. “Tienen cómo vivir, pero les gana la ambición; tiran árboles y luego siembran ciruela. No queremos eso”, acusa Luis Sosa Gómez, comisariado de Bienes Comunales.

Donde antes hubo pinos, oyameles, encinos y otras especies, ahora hay huertos; la mayoría son de ciruela, que luego es cosechada y enviada a la Central de Abasto de la Ciudad de México. Y aunque hay huertas de aguacate, en Tetela del Volcán proliferan las de ciruelo, que han ido mermando 20% de las 510 hectáreas del bosque mixto propio de esta zona, según estimaciones de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

La Red de Investigadores del Parque Nacional Izta-Popo, formada por académicos que realizan estudios en la zona aledaña a los volcanes, ha identificado casi un centenar de personas en Tetela del Volcán como “actores” que tienen un impacto en el lugar. Su investigación apunta que, aunque existen taladores, recolectores de hongos o tierra de monte, los campesinos que buscan espacio para colocar huertas de ciruela son quienes más consecuencias negativas traen al bosque.

Dentro de la zona, sólo en el paraje San Isidro –que consta de 75 hectáreas– han sido afectadas 15 hectáreas durante la última década, en las cuales se podrían sembrar hasta 3 mil ciruelos. Ese ritmo de deforestación se extiende en todo el municipio.

VENDEN A OTRAS COMUNIDADES

En San Isidro los campesinos no sólo cultivan huertos en medio del bosque, sino que –cobijados por anteriores comisariados de Bienes Comunales, explica Dalia González Pérez, asesora legal de los comuneros– empezaron a vender parte de la zona boscosa a personas de otras comunidades, quienes construyen o siembran maíz y leguminosas.

“Vendieron algo que no es suyo, vendieron lo que es de todos; eso no se hace. Una cosa es que a escondidas talen el bosque y luego siembren y otra cosa es que vendan a quién sabe quién y luego esta persona se cree con derechos de construir o sembrar o destruir”, afirma Sosa Gómez.

En 12 horas o menos, dos personas con motosierra pueden cercenar hasta 50 árboles y dejar un espacio de 2 mil o 3 mil metros donde se siembran 100 o 200 árboles de ciruela que producen importantes beneficios en un año y se multiplican en los siguientes, explica el comisariado. Y las afectaciones se reflejan en la disminución de la captación de agua, el aumento de la temperatura y el incremento del riesgo de deslizamiento de tierra.

La delegada de la Profepa en Morelos, Ana Margarita Romo Ortega, dijo que dependen mucho del trabajo de las autoridades estatales y municipales, pues no tienen la suficiente capacidad operativa para poder realizar una mejor vigilancia en las zonas de tala. “Existen programas de coordinación, pero es complejo abatir el problema, aunque continúan mejorando las acciones coordinadas”, expresa.