El olor a quemado invadió la Sierra Tarahumara, en el norte de México. La densa neblina causada por el humo de los incendios serpentea sobre los ríos de la región. En los cerros y barrancas se propagan hileras de fuego al pie de pinos y encinos ya chamuscados. En la carretera rumbo a Bocoyna, la humareda llegó a obstruir por completo la visibilidad de los caminos hasta alcanzar a las comunidades que han tenido que aprender a combatir incendios.
“Es la sequía”, asegura un transportista, mientras surca las barrancas de la sierra chihuahuense, afectada por el incremento de incendios desde hace al menos cinco años. “Con los vidrios de las botellas quebradas, es más fácil que se quemen los cerros con el calor intenso. O los hombres que también andan ahí, que talan y queman”, detalla, para explicar la devastación del paisaje.
El joven transportista se refiere a integrantes de los grupos delictivos que buscan apoderarse del negocio de la tala clandestina que les permite lavar dinero o sembrar droga.
A partir de 2017, los carteles de Juárez y de Sinaloa incursionaron en ese mercado que ha devastado varios predios particulares y ejidos completos, y se disputan el control de ese territorio. Por ejemplo, Panalachi es el ejido más grande de esa región que ha sufrido la tala ilegal con 447 ejidatarios.
Entre la evidente sequía y las fumarolas provocadas por los incendios, tráileres cargados de troncos gruesos no cesan de transitar entre barrancos, valles, pueblos y ciudades, ante la mirada de los habitantes de los diferentes pueblos de la Sierra Tarahumara, que sólo exclaman: “esos troncos están hermosos y enormes, lástima”.
(*) Este trabajo fue realizado por Patricia Mayorga para Proceso y CONNECTAS dentro de ARCO, con el apoyo del International Center for Journalists (ICFJ) en el marco de la iniciativa para el Periodismo de Investigación de las Américas.