En Hogar Marillac, una casa para adultos mayores ubicada al norte de la Ciudad de México, los abuelos ya no disfrutan de sus clases de danza, las visitas de familiares, el club de canto y las salidas semanales, incluso de las misas dominicales debido a la pandemia de coronavirus.
Jaime López, director de la casa, cuenta a EL UNIVERSAL que suspendió las visitas —familiares y de voluntarios— a los abuelos del asilo desde el 15 de marzo, cuando apenas se tenían detectados 40 casos de coronavirus a nivel nacional.
“Yo sé que si se me enferma uno, los 90 se pueden ver en grave peligro. La responsabilidad que tengo aquí es muy grande y las autoridades hablan mucho del cuidado al adulto mayor que está en casa, pero, ¿de los que están solos?”, señala.
La asociación civil vive de donativos de las familias de los abuelos que ahí habitan, de particulares y de personas que hacen trabajo comunitario, es decir, que acuden a laborar sin pedir sueldo a cambio.
Cerca de 40 abuelos, de los 90 que habitan en Hogar Marillac, ya no tienen familia o no la ven con frecuencia, y la mayoría no puede pagar la cuota de recuperación. Así que su estancia es nanciada con la aportación voluntaria de los vecinos de la zona. “También tuve que cancelar los donativos en especie, porque no puedo exponerme a que nos traigan juegos o ropa que venga contaminada, sobre todo porque dicen que el virus dura hasta tres días en supercies de plástico. No puedo arriesgarlos”, arma Jaime. Muy cerca de la casa hay colegios particulares, una escuela primaria ocial, el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) de Naucalpan y la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán, con quienes tienen convenio para que los niños y jóvenes visiten a los abuelos de vez en cuando y platiquen con ellos, jueguen y convivan.
La hora de la comida también sufrió cambios con la llegada a México del Covid-19. En una mesa donde antes comían cinco personas, ahora sólo se sientan tres. En el comedor hay unos letreros que precisan: “Estar separados físicamente no signica que estemos solos”. Las 60 personas que trabajan en Hogar Marillac con sueldo son las únicas que llegan en Metro y pesero. Llegan y dentro del asilo tienen que ponerse el uniforme.
Entre los abuelitos hay preocupación, pero la mayoría acató bien la disposición de no recibir visitas y no salir: “Para evitar episodios de ansiedad entre los adultos mayores me pongo a platicar con ellos, les digo lo que veo en la conferencia de las siete y los tranquilizo”, relata Jaime. En el asilo, 90% de la población son mujeres que quedaron solas o que sus hijos no pueden cuidar. Para atenderlas, Jaime intentó comprar termómetros con infrarrojo, pero se encontró con que los precios aumentaron y están agotados.