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24 años atada a la heroína

En España apenas aumenta el consumo de esta sustancia y no hay más muertes por esta causa. El año pasado falleció en todo Madrid una persona por sobredosis.

24 años atada a la heroína

Gema —48 años, un palillo con la piel rojiza surcada de arrugas— y Ángeles —40 soles, una antigua belleza ahora desdentada— bajan la calle del Rey a toda velocidad.

Han salido del albergue de San Isidro y van camino a la parada de metro de Príncipe Pío. Gema tiene ganas de cerveza. Ángeles de hablar. Cuenta a todo el que se cruza que esa misma mañana ha recibido una llamada del Ayuntamiento informándola de que su novio, el Migue, murió el pasado 6 de diciembre. “Y me llaman cuando lleva ya cinco días muerto. Mirando en sus cosas encontraron el papel en el que le puse: 'Te quiero, Migue', y mi número de móvil”. “¿De qué ha muerto?”, le pregunta alguien. “No me lo han dicho. Era yonki como yo, pero yo creo que ha sido del frío porque dormía en la calle”.

Ambas son toxicómanas. Gema no pelea contra su adicción. Todos los martes acude a un CAID a recoger su dosis semanal de metadona. Ángeles sí tiene que hacer esfuerzos por no pincharse. “Hace tres meses que no me inyecto y gracias al Migue, que me ayudó”, dice descubriendo su cuello en el que son visibles los rastros de los pinchazos. Ángeles ha perdido de nuevo a un compañero de vida. No le ha durado mucho: apenas tres meses. “Lo mío no tiene cura”, dice. “Esta vida es la que conozco. Empecé a drogarme con mi padre a los 16 años. En cuanto lo dejo y empiezo a estar bien, vuelvo. Hace unos años tenía novio, nos habíamos mudado juntos. Pero me quedé en el paro y empezaron los problemas y volví rapidito al redil”.

El aumento del control contra los narcopisos, llevó a la policía en Barcelona a encontrar el pasado 21 de noviembre 330 kilos de heroína y saltaron las alarmas. Las estadísticas de aprehensiones de drogas del último lustro no superan los 300 kilos al año: 253 kilos en 2016, 256 en 2015, 244 en 2014, 291 en 2013, 282 en 2012. Por eso, que en un solo decomiso hubiera tanta cantidad de droga, preocupó a todo el mundo. Más tras la pandemia que asola Estados Unidos, que ya ha matado a 200.000 personas desde 1999, reduciendo la esperanza de vida en el país dos meses en los hombres y un mes en las mujeres.

El origen de la adicción allí hay que buscarlo en los opiáceos sintéticos recetados por los médicos para luchar contra algún tipo de dolor. Cuando se dejaron de recetar, muchos de ellos quedaron abocados al mercado negro: a la heroína y el fentanilo.

En España, sin embargo, apenas aumenta el consumo ni las muertes por heroína. En todo Madrid solo murió una persona el año pasado por sobredosis. En 2016 el 0,2% de la población española consumía heroína. Quienes tratan a los consumidores de esta sustancia dicen que no han notado cambios ni mucho menos un repunte: son los mismos que sobrevivieron a los ochenta y noventa que van creciendo con su adicción a cuestas. Apenas hay nuevas incorporaciones. En 2016 solo entraron 181 nuevos consumidores de heroína (siempre con otras sustancias asociadas) a la red del Instituto de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid, informa Beatriz Mesías, directora del centro. Unos 5.000 consumidores de heroína acudieron a tratamiento por abuso de esta sustancia en la región. Solo el 20% se la inyectaba, frente al 74,2% que lo hacía en 1990.

Gema y Ángeles se concieron en el cole de mayores. Así llaman a la cárcel. “También Marina D´ Or, hotel Cinco estrellas”, interviene Gema. Tiene suerte de tener unos padres que la cobijan y estos han abierto sus brazos a Ángeles, que desde hace dos semanas vive en casa de su amiga. A ella su madre la echó de casa cuando murió su padre. “La madre de Gema me llama hija”, dice con lágrimas en los ojos. “Qué voy a hacer”, dice la madre de gema al teléfono. “Es mi hija y la quiero”.

Ambas conceden a hablar para ayudar a los jóvenes y que no se droguen como ellas. Llegan a la parada. Gema, que trabaja de aparcacoches en la calle, saca cinco euros del bolsillo y compra una litrona. Bajando las escaleras que llevan al metro se cruzan con otro conocido. “Tío, que se ha muerto mi Migue”, le dice Ángeles dando un trago de la botella.





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