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Ser generoso sale a cuenta

Regalar tiempo o dinero, sabiduría o afecto no solo beneficia a quien lo recibe. También favorece a quien lo da, porque ser desprendidos hace que nos sintamos más alegres, mejores personas e incluso más sanos.

La mayoría de nosotros, cuando oye hablar de generosidad, piensa inmediatamente en dinero que se regala a otros o se dona a causas sociales diversas. Sin duda, esta es tal vez la forma más universal y simple de desarrollar esta cualidad. De acuerdo con las encuestas anuales de Gallup, alrededor del 29% de la población mundial practica ese tipo de altruismo.

Ser generoso sale a cuenta

Este es el porcentaje de respuestas afirmativas a la pregunta de si se ha donado dinero para alguna causa social. Y se ha mantenido estable durante los últimos 10 años. Aunque varía mucho dependiendo de los países. Existen cifras tan altas como las de Myanmar (90%) y tan bajas como las de Georgia (4%). Un dato interesante es que entre los países con alta proporción de donaciones figuran algunos de los más pobres del mundo, como Haití (44%) y Laos (63%), lo cual sugiere que esta práctica no está determinada únicamente por la capacidad económica.

Pero existen otras formas de ser dadivosos. Una de ellas es el voluntariado, entregar parte de nuestro tiempo a causas de interés social. Las mismas encuestas mencionadas anteriormente señalan que el 20% de la población mundial hace algún tipo de voluntariado. Los números reflejan por tanto que la gente es más desprendida con su dinero que con su tiempo.

Pero las formas de demostrar generosidad son muy variadas. También existe una de tipo relacional y emocional que incluye la hospitalidad hacia los otros, la disponibilidad para ejercer de tutores, la capacidad de reconocer los logros y méritos de los demás o la de abrirse afectivamente para compartir penas y sufrimientos. Hay miles de formas de ser generosos sin tener que relacionarlo con nuestra disponibilidad económica.

Tendemos a identificar ser dadivosos con un acto de desprendimiento que significa un costo de algún tipo, normalmente de tiempo o de dinero, pero estudios de diversa índole demuestran que ser espléndidos también reporta grandes beneficios a quien lo practica. Una de estas investigaciones se recoge en un libro de reciente publicación, La paradoja de la generosidad, escrito por los sociólogos estadounidenses Christian Smith y Hilary Davidson. En él, documentan los amplios análisis que realizaron sobre una muestra de 2.000 habitantes en su país, centrándose en los efectos de quien practica la generosidad y no de quien la recibe.

Una de las conclusiones es que los norteamericanos que son más hospitalarios y desprendidos afectivamente tienden a ser más saludables, a tener una mayor sensación de crecimiento personal, a ser más alegres y felices. De la misma manera, estudios de neurociencia que examinan el comportamiento de nuestros cerebros cuando damos y cuando recibimos sugieren que la alegría de dar es mayor que la de recibir.

No se trata de restarle bondad para equipararla a un acto interesado, pero sí conviene saber, especialmente cuando existan dudas para ejercerla, que posiblemente cuesta menos de lo que creemos, porque al tener esta actitud obtenemos beneficios de los que tal vez no seamos conscientes. Al ser más espléndidos, no solo estaremos contribuyendo a construir un mundo mejor, que ya es razón suficiente, sino que además esta acción impactará positivamente en nuestro propio bienestar. Por ello tiene todo el sentido asumir el propósito de convertirnos en personas más generosas. No hay que esperar a tener más dinero o más tiempo para hacerlo, porque al final nos beneficia a nosotros mismos. Y, además, considerarlo así no implica cargo de conciencia porque, como dijo el escritor uruguayo Mario Benedetti, “la generosidad es el único egoísmo legítimo”.

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Entre los países que más donan a causas sociales figuran algunos de los más pobres del mundo, como Haití o Laos




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