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Tratado de Guadalupe-Hidalgo

El 2 de febrero de 1848 fue firmado el Tratado de Guadalupe-Hidalgo entre México y los Estados Unidos

El 2 de febrero de 1848 fue firmado el Tratado de Guadalupe-Hidalgo entre México y los Estados Unidos. Con ello se puso fin a la Guerra de Intervención Norteamericana y se estableció que México cedería casi la mitad de su territorio: los estados de California, Arizona, Nevada y Utah y partes de Colorado, Nuevo México y Wyoming. A manera de compensación, los EU pagaría 15 millones de dólares, 3 de inmediato, el resto en pagos.

A la distancia, sigue habiendo discrepancia en torno a los motivos de esta guerra y cómo México perdió la mitad de sus territorio. El general Ulysses S. Grant que luchó en ella, expresó en 1879: “No creo que haya habido una guerra más perversa que la que emprendió Estados Unidos contra México. Lo creía entonces, cuando era solo un joven, pero no tuve el suficiente valor moral para renunciar”. Desde el Congreso, Abraham Lincoln exigía que se demostrara que México había provocado la invasión de los EU.

Tratado de Guadalupe-Hidalgo

El tratado sería firmado en la villa de Guadalupe-Hidalgo, muy cercana a la Ciudad de México, el día 2 de febrero y ese mismo día se celebró misa solemne en la Colegiata de Guadalupe. El contenido del tratado le es notificado a Polk el día 19 del mismo mes que lo envía al congreso estadounidense, donde es aprobado el 10 de marzo. Paralelamente, el presidente Manuel de la Peña reúne al Congreso mexicano en Querétaro y se ratifica. 

Sin embargo, tres de los artículos originales del Tratado fueron modificados de manera substancial, dejando sin efecto las garantías de respeto a los derechos de los habitantes originales de los territorios cedidos. Estos fueron, IX: Se conservan por un año los derechos civiles de los mexicanos en los territorios cedidos, y se establece su igualdad con los derechos políticos con los otros habitantes de los Estados Unidos de América. Se conservan, asimismo, intactos los derechos y propiedades eclesiásticos. 

X: Se conservan intactas todas las concesiones de tierra hechas por el Gobierno mexicano. Los concesionarios de tierra podrán conservarlas si cumplen con las obligaciones adquiridas previamente con el Gobierno mexicano, siempre y cuando hayan tomado posesión de ellas antes de marzo de 1836 en Texas, y de mayo de 1845 en el resto del territorio; en caso contrario, el cumplimiento de las concesiones no serán obligatorias. XI: Los Estados Unidos se comprometen a controlar a las tribus indígenas en su territorio e impedir su paso a México; a no comprar o canjear prisioneros, artículos, ni ganado robados en México, ni a venderles o suministrarles armas de fuego o municiones; y a rescatar y repatriar a los prisioneros de los indios que tengan la nacionalidad mexicana.

Del texto finalmente ratificado por las partes, el artículo IX fue suprimido en su totalidad y reemplazado por uno enteramente nuevo. Así, en vez de que los mexicanos conservasen por un año sus derechos civiles en los territorios cedidos, y de establecer su igualdad con los otros habitantes de los Estados Unidos de América, el nuevo artículo permite que el Congreso norteamericano, a discreción, los admita como ciudadanos de los Estados Unidos de América. El artículo X, sobre la posesión de las concesiones otorgadas, fue suprimido y no reemplazado. En el artículo XI se elimina la restricción de venta de armas de fuego a los indios. En el artículo XII se suprime elección de la forma de pago de la compensación que debe recibir México.

Quizá no haya un documento más preciso para describir la situación, que la carta enviada por el embajador estadounidense y encargado de negociar la paz, Nicholas Trist, a Edward Thorton, el 4 de diciembre de 1847: “Si esos mexicanos hubieran podido leer mi corazón en aquel momento, se hubieran percatado que mi sentimiento de vergüenza como americano era más profundo que el suyo como mexicanos. Aunque

no podía decirlo entonces, era una cosa de la que todo bien intencionado americano estaría avergonzado y yo lo estaba, intensamente. Éste había sido mi sentimiento en todas nuestras conferencias, especialmente en momentos en que tuve que insistir en aspectos que detestaba. Si mi conducta en esos momentos hubiera estado gobernada por mi conciencia como hombre y mi sentido de justicia como americano, hubiera cedido en todas las instancias”.