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Lo que Dios da, Dios quita

En el mes de noviembre del 2012, poco antes de tomar posesión, el presidente electo de México, Enrique Peña Nieto, afirmó en Canadá que su gobierno impulsaría una mayor integración con los países de América del Norte

En el mes de noviembre del 2012, poco antes de tomar posesión, el presidente electo de México, Enrique Peña Nieto, afirmó en Canadá que su gobierno impulsaría una mayor integración con los países de América del Norte, “que permita mejorar las condiciones de competitividad para la generación de más empleos, lo que constituye uno de los retos más importantes que ambos países tienen por delante”. La integración, era la panacea.

Ahora, el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump dice que revisará el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, piedra angular de la fusión económica, y que construirá un muro fronterizo de cuatro metros de alto para impedir que lleguen a territorio norteamericano de manera ilegal los flujos de migrantes del sur, especialmente los mexicanos, a los que ha tomado como negro de feria para lograr su triunfo electoral.

Lo que Dios da, Dios quita

El gobierno de México no ha tenido argumento ni estrategia para contrarrestar las ideas de Trump, porque, en la realidad, aunque el presidente ha insistido en la integración de la América del Norte como un sólido bloque comercial, la iniciativa no es propia. Le fue impuesta por el vecino del norte luego de los consensos derivados de la geopolítica que sigue la plutocracia norteamericana, cuya mayor prueba es la desestabilización de Asia.

Por las mismas fechas en que el Lic. Peña Nieto hacía sus declaraciones en Canadá, fue publicado el informe de The Council on Foreign Relations, denominado América del Norte, El momento de un nuevo enfoque, coordinado por David H. Petraeus, jefe del comando conjunto que invadió Irak en busca de las armas químicas y de destrucción masiva que nunca existieron y jefe de la CIA; Robert B. Zoellick, magnate que fue presidente del Banco Mundial y Shannon K. O’Neil, experta en asuntos sobre la América Latina, quien fue la directora del proyecto. Un documento de valor esencial.

La conclusión, titulada: El nuevo mundo de América del Norte, expresa que: “En su día América del Norte se conocía como el Nuevo Mundo. Sus pueblos, sus ideas y los recursos del continente moldearon las historias del Viejo Mundo, tanto el oriental como el occidental. Actualmente viven en América del Norte quinientos millones de personas que tienen la fortuna y el potencial de influir en las cuestiones globales también en los próximos siglos. Para ello, los tres países deben reconocer primero que comparten culturas e intereses comunes. A menudo el anhelo de interconexión de los habitantes del continente lleva la delantera a la acción de sus Gobiernos.

Ahora es el momento de que el Gobierno de Estados Unidos rompa con los patrones de las viejas políticas de exterior y reconozca la importancia de contar con los vecinos que tiene. Una América del Norte más integrada, dinámica, segura y próspera afianzará la base continental estadounidense y potenciará su influencia global”.

Los tres talentosos representantes del poder en Norteamérica: militar, financiero y político, no buscaban una integración que fuera provechosa para todos, mediante un trato justo en cada uno de los aspectos de la actividad humana; como textualmente lo reconocen, se buscaba fortalecer la presencia de los Estados Unidos en el planeta, lo que es encomiable, pues es obligación fundamental de los gobiernos y de los mejores hombres y mujeres de cada país buscar el bienestar de sus pueblos. Ojalá así fuera aquí.

Finalmente, tanto el Tratado de Libre Comercio, como los intentos de integración no han mejorado la calidad de vida de los quinientos millones de personas que señala el informe; por el contrario, se ha precarizado el trabajo y se ha concentrado la riqueza. Cuando se suprimen los aranceles y se liberalizan las normas de protección comercial, los países dejan de recibir recursos que son indispensables para llevar a cabo programas de bienestar social y de impulso al desarrollo de sus comunidades. No hay ingresos.

Trump tiene razón cuando dice que son los mexicanos los que han ocasionado la fuga de empleos de los Estados Unidos y el declive de los salarios. Es cierto, con una mano de obra pagada tan miserablemente como 73 pesos por jornada laboral de 8 horas diarias en condiciones deplorables, lo demás viene por añadidura. 

Quizá es hora de acabar con las mentiras y levantar la cabeza. ¡Dios da, Dios quita!