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La paradoja de la democracia

Aunque formalmente existen en el mundo más países con gobiernos democráticos, la realidad es que las naciones han perdido poder de decisión a su interior; están impedidas de atender las demandas de sus ciudadanos, para poder cumplir los compromisos que han contraído con instancias supranacionales.

Aunque formalmente existen en el mundo más países con gobiernos democráticos, la realidad es que las naciones han perdido poder de decisión a su interior; están impedidas de atender las demandas de sus ciudadanos, para poder cumplir los compromisos que han contraído con instancias supranacionales. Los gobiernos ya no están para servir a la gente; sino, como los capataces, para hacer que se atiendan demandas de las potencias.

La globalización, impuesta a rajatabla o aceptada mansamente, como ha ocurrido en México, vuelve al ejercicio democrático menos relevante, pues cada día son menos las decisiones importantes que se toman dentro del ámbito de los Estados nacionales. En ese sentido, lo que se llama democracia es una mera simulación, que sostiene arcaicos e inoperantes andamiajes, tragicómico sainete y ridículas parafernalias que nada implican.

La paradojade la democracia

El poder de las empresas trasnacionales y su peso dentro de los pueblos, ha venido a transformar a los ciudadanos en simples consumidores. Ni siquiera importa lo que crea, piense o necesite la gente, sino las posibilidades de consumir lo que se le manda a través de los ‘mass media’, especialmente la televisión y ahora las redes sociales, en las que se ofrecen ‘consejos gratuitos’ para crear avidez de bienes y servicios de los más absurdo.

Para convencer al ciudadano de que vive en democracia y de que su voto cuenta, se ha inventado la ‘democracia representativa’, por medio de la cual las castas privilegiadas evitan al ciudadano la molestia de tomar decisiones sobre los asuntos torales de su propia existencia. Ellos, en ‘petit comité’ determinan el futuro de la gente, de los pueblos y de las naciones, siempre atendiendo el interés superior de las trasnacionales o de los poderes supranacionales que, constituidos en una plutocracia universal, dominan todo.

Ante los embates de la gente de carne y hueso que quiere ver atendidos sus problemas y demandas, han resurgido en varios países, especialmente de América Latina, voces que claman por el retorno a la democracia directa, donde sean los ciudadanos, de viva voz, los que asuman las decisiones comunitarias que tienen que ver con su forma de vida personal y social. Para contrarrestarlos, se han inventado peligros inimaginables.

Los partidos políticos que debían ser organizaciones de la sociedad civil, han devenido en camarillas mercenarias al servicio de los poderes internos y externos. Han perdido la mística del servicio para ponerse al servicio de los poderosos, siempre en contra de las masas cada vez más hambrientas y depauperadas. Su deterioro es tal, que tienen que echar mano de trucos fantásticos para poder mantenerse en el poder y en la simulación.

En los Estados Unidos, país que se asume como líder de la democracia, el 73 por ciento de las personas con derecho a voto están a favor de la regulación de la producción y comercialización de las armas de fuego; pero, una sola organización, la Asociación Nacional del Rifle, con su poder económico y político (financia las campañas de varios congresistas), impide que haya un consenso suficientemente amplio para que ello pase.

También en ese país, una inmensa mayoría de sus habitantes, incluyendo a notables consorcios empresariales, están a favor de una reforma migratoria que regularice la estancia de millones de extranjeros que ahí viven y trabajan sin tener la documentación oficial necesaria; pero, un grupo de políticos conservadores se opone y nada ocurre.

En México, las reformas constitucionales tuvieron un rechazo generalizado; pero, los congresistas, más preocupados ‘por cumplirle al presidente’ que a sus supuestos representados, las sacaron a rajatabla, con los resultados que son tangibles e innegables. Igual ha pasado con otras decisiones torales, especialmente las que tienen que ver con la obra pública: “Les construiré un puente”, -pero no hay río- “También les pondré un río”.

Esta democracia simulada va agotándose y puede volver a sus orígenes en la medida de que los ciudadanos tomen conciencia y se hagan cargo de los asuntos que les competen.