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La importancia de Günter Grass

Para quienes tenían la convicción de que el siglo XXI sería el siglo de las luces, la voz de Günter Grass fue un balde de agua fría que no había posibilidad de negar. Como él mismo señaló: “Y lo increíble es que Alemania es una historia sin terminar, porque el Holocausto y el genocidio, estos horribles crímenes, constituyen una historia que no acaba nunca”. Ahora lo ven los ilusos y, aunque tardaron en asimilarlo, lo ven a diario.

Grass, soldado de la SS de Hitler a los 16 años, tuvo una activa participación política durante toda su vida. Criticó con dureza la represión de obreros en la Alemania del Este a comienzos de los años 1950. De hecho se mantuvo siempre muy cercano al Partido Socialdemócrata y ayudó entre otros a Willy Brandt en sus campañas, en las que fue decisivo para el cambio alemán. En 1990, su breve ensayo sobre los campos, Escribir después de Auschwitz, fue muy comentado. Se opuso a una reunificación apresurada de las dos Alemanias, luego de la caída del Muro de Berlín, el 10 de noviembre de 1989.

La importancia de Günter Grass

En la recepción del Nobel, no dejó de echar su cuarto de espadas y señaló que: “Yo soy del país de las quemas de libros. Sabemos que el placer de aniquilar el libro odiado de una forma u otra sigue siendo o vuelve a ser concorde con el espíritu del siglo y, ocasionalmente, encuentra su expresión telegénica, es decir, espectadores. Mucho peor es, sin embargo, la persecución de escritores, de forma que sus asesinatos, amenazados o consumados, aumentan en todo el mundo, y todo el mundo se ha acostumbrado ya a ese terror incesante. Es cierto que la parte del mundo que se llama a sí mismo libre levanta la voz indignada cuando en Nigeria, como ocurrió en 1995, el escritor Ken Saro-Wiwa, que denunciaba la contaminación de su patria, fue condenado a muerte con sus compañeros de lucha y se ejecutó la sentencia, pero luego vuelve a la normalidad, porque una protesta de base ecológica podría estorbar los negocios de la Shell, ese gigante del petróleo que reina en el mundo”. Magnífica alocución que terminó franca.

“El norte y el oeste opulentos, ansiosos de seguridad, pueden seguir queriendo protegerse y afirmarse como fortaleza contra el sur pobre; las corrientes de refugiados los alcanzarán, sin embargo y ninguna reja podrá contener la afluencia de hambrientos. De eso habrá que hablar en el futuro. En definitiva, la novela de todos nosotros debe continuar. E incluso, aunque un día no se escriba o pueda escribirse o imprimirse ya, cuando no se disponga ya de libros como medios de supervivencia, habrá narradores que nos hablarán al oído, devanando otra vez las viejas historias: en voz alta o baja, jadeante o demorada, a veces próxima a la risa y a veces próxima al llanto”. ¿Realidad?

Günter Grass falleció ayer; pero, sus últimas palabras aún están por publicarse. Últimas palabras en las que señala que: “Ahora tenemos por un lado a Ucrania, cuya situación no mejora nada; en Israel y en Palestina es cada vez peor; el desastre que los americanos nos dejaron en Irak, las atrocidades del Ejército islámico y el problema de Siria, donde la gente se sigue matando pero casi ha desaparecido de los informativos… Hay guerra por todas partes; corremos el peligro de volver a cometer los mismos errores que antes; así que sin darnos cuenta nos podemos meter en una guerra mundial como si anduviéramos sonámbulos…” Últimas palabras que no suenan a paz, sino a guerra.

La guerra es injusta e inhumana, aunque haya quien la defienda. Según el Instituto de Investigación de la Paz Internacional de Suecia, se define a la guerra como todo aquel conflicto armado que cumple dos requisitos: enfrentar al menos una fuerza militar, ya sea contra otro u otros ejércitos o contra una fuerza insurgente y haber muerto mil o más personas. Muchos conflictos que no se reconocen como guerra han acabado no con mil, sino con cien mil o más personas, como la atroz guerra del becario de ingrata memoria. 

La guerra, enseñó Grass, es la constante, no la paz, de ahí la importancia de sus textos.