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Fidel, más allá de la pasión

La observación es un principio fundamental de la investigación científica

La observación es un principio fundamental de la investigación científica; no se puede juzgar lo que no se ve. Para hablar de la Cuba de Fidel, habría que estar ahí. Ver a un pueblo alegre, amable, laborioso, generoso, con muchas carencias; pero sin la miseria atroz que padecen otros pueblos de la América indiana, incluyendo a México. Que a la Bodeguita del Medio, que a La Floridita; pero, también a la gran biblioteca, la Unión de Escritores, el Capitolio, los muelles, la estación del tren.

Cuando se han recorrido capitales importantes, incluyendo a la gran Ciudad de México, no puede dejar de admirarse a La Habana; la Habana vieja y la que construyó la revolución; la obra de Fidel, en la que las dos figuras estelares no eran él, sino José Martí con su singular y magnífico mausoleo y el Che Guevara con su gran efigie. No se dio la entrevista; pero, no importó tanto. Ya la tenía.

Fidel, más allá de la pasión

La primera parte con su discurso ante las Naciones Unidas como presidente de la Sexta Conferencia de Jefes de Estado o de Gobierno del Movimiento de los Países No Alineados, 1979.

“…Los Países No Alineados insistimos en que es necesario eliminar la abismal desigualdad que separa a los países desarrollados y a los países en vías de desarrollo. Luchamos por ello para suprimir la pobreza, el hambre, la enfermedad y el analfabetismo que padecen todavía cientos de millones de seres humanos. Aspiramos a un nuevo orden mundial, basado en la justicia, la equidad y la paz, que sustituya al sistema injusto y desigual que hoy prevalece, en el que, según se proclamó en la Declaración de La Habana, “la riqueza sigue concentrada en las manos de unas cuantas potencias cuyas economías, fundadas en el despilfarro, son mantenidas gracias a la explotación de los trabajadores y a la transferencia y el saqueo de los recursos naturales y otros recursos de los pueblos de África, América Latina, Asia y demás regiones del mundo”.  Los países desarrollados de economía de mercado absorben hoy más del 85% de la producción manufacturera mundial, entre ella la producción industrial de más alta tecnología. Controlan también más del 83% de las exportaciones industriales. El 26% de esas exportaciones va hacia los países en vías de desarrollo, cuyos mercados monopolizan. Lo más grave de esa estructura dependiente es que aquello que importamos, es decir, no solo los bienes de capital sino también los artículos de consumo, está elaborado según las exigencias, las necesidades y la tecnología de los países de mayor desarrollo industrial y los patrones de la sociedad de consumo, que de ese modo se introduce por los resquicios de nuestro comercio, infecta nuestras propias sociedades y añade así un nuevo elemento a la ya permanente crisis estructural. Como resultado de todo esto, según lo constataron los jefes de Estado o de gobierno en La Habana, la brecha existente entre los países desarrollados y los países en desarrollo no solo subsisten sino se ha ampliado sustancialmente.

La participación relativa de los países en desarrollo en la producción mundial descendió considerablemente durante las dos últimas décadas, lo que tiene consecuencias aún más desastrosas en fenómenos como la malnutrición, el analfabetismo y la insalubridad. Condenamos allí la persistente desviación de recursos humanos y materiales hacia una carrera de armamentos improductiva, derrochadora y peligrosa para la humanidad. Y exigimos que parte considerable de los recursos que ahora se emplean en armamentos, en particular por las principales potencias, sean destinados al desarrollo económico y social.

Se habla con frecuencia de los derechos humanos, pero hay que hablar también de los derechos de la humanidad.

¿Por qué unos pueblos han de andar descalzos para que otros viajen en lujosos automóviles? ¿Por qué unos han de vivir 35 años para que otros vivan 70? ¿Por qué unos han de ser míseramente pobres para que otros sean exageradamente ricos?

Hablo en nombre de los niños que en el mundo no tienen un pedazo de pan; hablo en nombre de los enfermos que no tienen medicinas; hablo en nombre de aquellos a los que se les ha negado el derecho a la vida y la dignidad humana.

El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se puedan resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos y en el holocausto morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo.

Digamos adiós a las armas y consagrémonos civilizadamente a los problemas más agobiantes de nuestra era. Esa es la responsabilidad y el deber más sagrado de todos los estadistas del mundo. Esa es, además, la premisa indispensable de la supervivencia humana.

¡Muchas gracias!”. El resto fue ver la alegría del pueblo cubano.

¡Adiós a un gigante en época de gigantes!