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Estrés por aprender

A Sumitoshi y Santiago Fidalgo, de corazón

El estrés. Si viajas en avión la regla es clara, tú pagas el boleto y alguien más decide cómo y a qué hora te lleva, por la ruta de sus caprichos o de sus conocimientos. Lo que está claro es que por principio nunca quieres ver al piloto, no vaya a ser que te des cuenta que bebió más que tú, que se está durmiendo o que de plano tiene un gafete pegado al pecho que dice becario.

Para evitar en parte el estrés de volar, de poner temporalmente tu destino probablemente fatal en las manos ajenas del transportista, quisieras pensar que el director de la compañía de aviación no nombró capitán de la aeronave a su compadre por el simple hecho de ser un buen compadre, menos si ese compadre es conocido por haber entrado recientemente por la fuerza a una cabina de pilotos y haber dado “volantazos” en pleno trance de aterrizaje, muy a pesar de la resistencia del capitán en turno. Saber que ese es tu nuevo piloto, es estrés, del bueno.

Estrés por aprender

Dicen los que saben que el estrés es una de esas enfermedades malignas que en cualquier momento puede tomar el control de la salud o de la mente. Un flagelo silencioso que, así como la saturación de colesterol en las arterias, se encuentra presente en nuestro organismo acechando el momento más inoportuno para hacer de nosotros, nuestros sueños y ambiciones, un amasijo de carne y huesos a la deriva de las corrientes de la incertidumbre del destino final. El estrés, convertido en una constante de la vida cotidiana, especialmente en ciudades complicadas, histéricas y desquiciadas. Así las cosas.

La intensidad es diversa, y depende de las circunstancias físicas y emocionales de cada individuo, pues hay desde los que padecen jaquecas, hasta los que sufren enfermedades gástricas, dermatitis, ansiedad, dolores musculares, asfixia. Hay quien genera dependencia a las fibras naturales tranquilizantes, a los ansiolíticos de manufactura, a la pastillita azul en todo caso o para lo que pudiera ofrecerse.

Psicológicamente, el estrés es un extraño agente que se puede apoderar –como en novela de ficción- de nuestra voluntad. Hay hombres y mujeres que se vuelven insufribles y amargos. Otros más se hacen intolerantes y agresivos, y hay hasta quien pierde a su familia o trabajo preso del estrés.

La apoteosis se presenta en situaciones extremas de crisis emocional, en las que el individuo pierde el control de la razón de tal forma, que en una regresión vertiginosa, es incapaz de resolver con ideas y, de manera primitiva, emplea la fuerza física para defender una posición, hacer valer un derecho u obligar a otro. Imagínate en pleno vuelo con el capitán de ¿y dónde está el piloto lo que podría ser tu crisis de estrés?

Si a esta combinación explosiva individual agregamos el desquiciamiento social, la pérdida de aprecio por valores como integridad, vida y justicia, endiosamos a la impunidad, entonces podemos encontrar verdaderas máquinas de lastimar, violentar, asesinar, pues los golpes e insultos son insuficientes para la desesperada mente incapaz de racionalizar.

Es cosa hoy de contemplar el país. No es el consabido gasolinazo, no, es la cuesta que parece cada vez mayor al ciudadano que monta su changarro, que se levanta a las cinco de la mañana a trabajar, que estira el gasto y se hace delgadito para no engrosar la estadística de los cadáveres urbanos y suburbanos que yacen en el pavimento merced a la impunidad, a la guerra civil negada sistemáticamente por el sistema.

No es el gasolinazo, es la circunstancia de estar nuevamente en la parte más delgada de la cuerda, esa que siempre se rompe y nos deja caer al abismo del abandono mientras los que ocupan la función pública de salvarlos, se ocupan de sus vanidades, sus voraces ambiciones, sus insaciables billeteras y su ignorancia supina.

No soy yo, no eres tú, son ellos y también nosotros. Quien no denuncia, quien presume a su compadre político, quien obtiene beneficios con el cargo del vecino y el compañero de la facultad. Quien se regodea por ser amigo de un secretario o senador. Quien se siente realizada por ser la esposa de quien ya con hueso podrá cumplir los caprichos de señora de sociedad, de quien nombra a su hija en un puesto no con cargo a su chequera, sino a la del contribuyente. Estrés de tener que cambiar. Estrés de tener que trabajar. Estrés de no salirte con la tuya entregando un billete al policía, al inspector, al director de compras...

Dicen que a las autoridades compete mantener orden y legalidad, pero a nosotros corresponde impedir que nuestra sociedad decaiga en niveles de locura semejantes, y comience a producir habitualmente asesinos en serie, saqueadores mercenarios de los arrebatos del poder, o psicópatas que delirantes y manipulados incendien los andamios de la comunidad. Ellos han declarado que no saben y que vienen a aprender, y aun así los sigue nombrando el Presidente, por razones de su propio interés.

Nosotros podemos decidir hoy mediante el fortalecimiento de las instituciones, nuestra denuncia a los abusos, tolerancia cero a la corrupción de la que somos parte, que quien deba de gobernar sea quien sepa, quien no improvise y que cuando lo haga sea por un servicio público y no por su propia ambición patrimonial. Eso, y quizá solo eso, pueda liberarnos de ser víctimas del estrés, y en pleno vuelo...

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