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El Síndrome del Pachuco

Ayer circuló profusamente por las redes cibernéticas el artículo de Bernardo Graue Toussaint

Ayer circuló profusamente por las redes cibernéticas el artículo de Bernardo Graue Toussaint, un panista recalcitrante al que el Senado rechazara su propuesta de ser cónsul en Barcelona (¿qué tendrá Barcelona, que todos los pillos corren hacia allá?), en que increpa abiertamente al presidente Enrique Peña Nieto.

El párrafo substancial del artículo publicado en Visión Peninsular, dice: “Le escribo porque los niveles de cinismo que está ejerciendo -en estos duros momentos de nuestra realidad nacional- resultan ofensivos para millones de mexicanos. Sus discursos, Sr. Presidente, más que generar calma, incrementan la incertidumbre y preocupación sobre el presente y futuro del país”. Luego hila un rosario de observaciones reales y precisas.

El Síndrome del Pachuco

El texto está cargado de animadversión partidista; pero, no deja de responder a la idea que se han hecho los mexicanos acerca del presidente y de su permanente presencia en la televisión (a muy alto costo). Ciertamente, Peña Nieto da la impresión de burlarse de los aborígenes con ideas, actitudes y palabras que resultan insultantes para quienes están padeciendo los desaciertos de su gobierno. Es el Síndrome del Pachuco que señaló Paz.

Octavio Paz, estudioso profundo y certero del alma mexicana, en su obra singular El Laberinto de la Soledad, señala cómo el mexicano busca su redención en la provocación y el rechazo de los que considera diferentes y envidia y odia al mismo tiempo. Trae a la escena al ‘pachuco’, el mexicano estrafalario que vive en los Estados Unidos y, al mismo tiempo que desea ser reconocido y aceptado, busca redimirse a través del desafío.

El Laberinto de la Soledad no tiene desperdicio en su descarnado examen de la forma de ser del mexicano; pero, quizá uno de los párrafos mas interesantes sea: “El lenguaje popular refleja esta dualidad al identificar la soledad con la pena. Las penas de amor son penas de soledad. Comunión y soledad, deseo de amor, se oponen y complementan. Y el poder redentor de la soledad transparenta una oscura, pero viva, noción de culpa: el hombre solo ‘está dejado de la mano de Dios’. La soledad es una pena, esto es, una condena y una expiación. Es un castigo, pero también una promesa del fin de nuestro exilio. Toda vida está habitada por esta dialéctica”. La pena de Peña es súplica de amor.

Está provocando la ira de la gente como una forma de expiación de las culpas que han venido a marcar su desastrosa administración; está buscando ser el cordero inmolado en la pira de la absolución. Está pidiendo a sus víctimas que lo reconozcan como víctima también y, como tal, le otorguen la gracia de la oveja perdida; que no lo dejen solo, que lo reconozcan a pesar de sus graves desaciertos o, quizá, por ellos. ¡Que lo reconozcan!

Antes que Octavio Paz, Salvador Díaz Mirón había hecho referencia a esta circunstancia cuando dijo, aunque con un sentido muy diferente y adverso: “¡Deja que me persigan los abyectos!/ ¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume!/ La flor en que se posan los insectos/ es rica de matiz y de perfume”. La provocación es el misma; pero, desde una posición vigorosa de certidumbre.

El presidente ya no puede atraer la envidia, ¿quién podría envidiarlo? Por más lujos y extravagancias, no pasa de ser el solitario del palacio, que puede convocar a su corte, sabiendo que ya ni con ellos puede contar. También en la red circula el audio de una conversación entre Alfredo del Mazo, exsecretario de Energía y el exvocero de la Presidencia y diputado federal, David López, en el que se hace una severa crítica a su incapacidad para escuchar y para entender.

Dice López: “Ya no da para más, aunque salga todas las noches en la pantallita. Sale con planes, programas y buenos deseos… ¡Resultados, cabrones, es lo que necesitamos; que la gente sienta que estamos respondiendo!”. 

Casi al final del Laberinto, dice Paz: “Y le pedimos al amor -que, siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer- que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten”.