Editoriales > ANÁLISIS

Colorín, colorado…

La toma de posesión del tetragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, marca el fin de una era aciaga e inicua

La toma de posesión del tetragésimo quinto presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, marca el fin de una era aciaga e inicua: el neoliberalismo y la globalización, que tanto daño físico, mental y espiritual, hicieron a la humanidad. Los medios masivos, tan supeditados al capitalismo salvaje, dan una imagen distorsionada del  personaje por su estilo escandaloso e irreverente; nada mejor que un magnate acotando a la plutocracia.

Tenía que ser uno de la misma camada, porque los intentos de limitar los excesos de los adalides del neoliberalismo extendido sobre la faz de la tierra que hicieron gobernantes de izquierda, fueron frustrados por los embates de la política al servicio del capital. Bien sabida se tiene la tarea de la secretaria de Estado, Hillary Clinton en la desestabilización de gobiernos progresistas del cono sur: Brasil, Argentina, Chile, Venezuela y Colombia.

Colorín, colorado…

Desde el 20 de enero de 1981, cuando tomó posesión de la presidencia Ronald Reagan, aliado de Margaret Thatcher en la imposición del neoliberalismo, todo ha sido un juego en que la política se ha olvidado del ser humano para servir al becerro de oro: George H. Bush, Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama. La opción de la plutocracia era: Jeb Bush o Hillary Clinton; les ganó un empresario que denunció mentiras y corrupción.

Las ideas sembradas de que es un xenófobo, son absurdas; igual las que lo tildan de ser antimexicano o populista. Su propuesta es la revaloración del trabajo, sometiendo a las empresas trasnacionales que van por el mundo como la langosta, engullendo la riqueza de los pueblos cuyos gobiernos se han sometido a cambio de las migajas gran del pastel. Revalorar al trabajo y con ello, propiciar una relación más justa entre capital y trabajo.

Quienes más abonan en la animadversión en contra del presidente que hoy habrá de tomar posesión, son los beneficiarios del Tratados de Libre Comercio de Norteamérica: políticos y empresarios que han visto aumentar sus fortunas hasta llegar a niveles que no se habían visto en ningún lugar del mundo en ninguna época de la historia. Son los que no permiten la racionalización de los salarios ni cobran impuestos de exportación, a fin de atraer más empresas maquiladoras que generan problemas sociales sin solución.

Se le tacha de populista y quizá lo sea; pero, eso no es un baldón, sino un orgullo. Los rasgos esenciales del populismo, según Juan Santiago Ylarri en su articulo: Populismo, crisis de representación y democracia, publicado en Foro, Nueva época, vol. 18, son: Rechazo a los profesionales de la política; Desconfianza en las instituciones públicas existentes; Diálogo directo entre la dirección del movimiento y la base social; Fuerte voluntad de movilización y participación; Retórica nacionalista y Liderazgo caudillista. 

En la elección de Trump, fue claro el rechazo de la sociedad americana a la propuesta de continuismo Hillary-Jeb; el candidato puso en evidencia la perversión de instituciones públicas, incluyendo los medios, principalmente electrónicos, que jugaron en favor del sistema neoliberal; Trump fue directamente a las masas haciendo propuestas concretas y deseables para la mayoría; pudo suscitar una fuerte movilización y se convirtió en líder.

La mejor evidencia del poder popular con que llega, es la atención que han puesto a sus demandas las empresas automotrices que han decidido volver a crear fuentes de empleo bien pagado en su país. Con las potencias, ha marcado su territorio y ha señalado que cada quien tendrá que hacer lo debido para resolver sus problemas, porque la aventura de la globalización acaba este día. Para que no haya dudas, su equipo es de gente dura.

Como ofrenda de buena voluntad, el gobierno mexicano le brindó anoche la extradición de Joaquín ‘‘El Chapo’’ Guzmán, a ver si se olvida del muro; no se ha entendido que el muro no es una valla contra los mexicanos; sino, una muralla en contra de la simulación y la explotación del ser humano; es la restauración del Estado de Derecho; es la vuelta a la vigencia de la máxima de que “quien no trabaja, no come”, menos se hace potentado.