Editoriales > ALFONSO VILLALVA

Chale, a leer

Para aprender a leer, por encima de la pueril acción de “ler”, se necesita mucho más que cifras y estadísticas

Para aprender a leer, por encima de la pueril acción de “ler”, se necesita mucho más que cifras y estadísticas, mucho más que pose de galán de telenovela, mirada de águila y discursos artificialmente adaptados de textos extranjeros, o feroces pensadores de nuestra guerra civil del siglo pasado comúnmente denominada “Revolución Mexicana”.

Dice el lugar común que si piensas que la educación es cara, intentes con la ignorancia… Los resultados saltan a la vista si analizas tu entorno creado por aquellos que debimos educarnos apropiadamente en este País durante los años 70, 80 y 90. Una mala inversión da pésimos resultados. 

Chale, a leer

Y claro, entre más profunda sea la grieta de la ignorancia, con mayor docilidad nos conformamos con la estadística que estridente confirma que cada vez hay menos analfabetas en esta Nación, que prácticamente todos ya sabemos leer y escribir, sin reparar, los promotores de tanto logro -atribuido desde luego a su asertiva y audaz gestión-, en el hecho de que no sirve para maldita la cosa ser capaz de “ler” un texto sin comprenderlo, sin tener la habilidad de hilar una palabra con la otra, inconscientes, sin saber quien diablos fue Paz, Neruda, Gutiérrez Nájera, Acuña o Fuentes, ya para no hablar de los clásicos o los extranjeros.

“Ira”, o mira; “oi”, o escucha, que da igual, en esta cotidianeidad en que los vacíos de significado se roban virtual e impunemente nuestra oportunidad de entendernos, de comunicarnos, de superar nuestro estado consciente de las cosas y aspirar a mejores condiciones de vida. “No, mira, si estoy leyendo, leyendo, leyendo” –declaramos todos-, pero cada vez más próximos al caló pachuco que conminaba, por ejemplo, a “wachar al ñero que tenía jale en el gabacho”. Chale, es igual que hace ochenta años.

Quizá sea solamente que el inconsciente colectivo ha decidido ya no dar la pelea y nos ha condicionado para aceptar como ciertas todas las reafirmaciones que recibimos en los medios de comunicación, emitidas por un algoritmo pernicioso que solamente te envía las noticias y los mensajes que confirman tu parecer o el mío, nunca los que nos cuestionan, nos retan; jamás aquellos que van en contra de ese mundo perfecto que existe solo en nuestra mente, nuestras palabras, en lo que escasamente comprendemos ya de ellas.

El signo por el significado, la imagen por el texto, las acepciones del vocabulario por significados privados, adivinados o inferidos. El hambre de millones, la barrera lingüística de más de sesenta lenguas legalmente reconocidas pero carentes de literatura propia escrita o traducida, el estigma social al adolescente que estudia, analiza y discurre conocimiento, en fin. Hasta donde has llegado hoy ¿acaso ya te lo preguntaste? Hasta donde hemos sucumbido a la autocomplacencia de repetir frente al espejo lo “cool” que somos, lo “fashion” que andamos, lo “caring” que hemos sido porque usamos “emoticones” junto a imágenes de personas en desgracia, totalmente ya desvinculados del verbo y el predicado, del análisis, el debate, la oratoria y el silogismo.

Desconectados de nuestra propia posibilidad de confrontar a Kant, Schopenhauer, Spinoza, Descartes o Nietzsche, para construir una idea propia a partir de sus cenizas y comprender mejor las oportunidades que tenemos de modelar el mundo que nos toca vivir, en la práctica, con menos evasivas o antidepresivos.

Por qué conformarnos hoy, y seguir ignorando todo el potencial que los terrícolas mexicanos somos capaces de desarrollar. ¿“Ler”, así porque sí, o comprender, interpretar, identificar, reaccionar, crear, emprender, cuestionar, retar, debatir y finalmente triunfar? Dice que sí, por ejemplo, la gran Martha Sarmiento cuando explica, con su lucidez y pasión acostumbradas, el proyecto en el que encausa todas sus energías actualmente, e invita a hacerlo nuestro, para abatir el analfabetismo funcional. Sí, leíste bien lector querido, analfabetismo alarmante, tuyo y mío, en un país donde millones de personas no somos capaces de comprender un texto y mucho menos interpretarlo (incluyendo, entre otros, el de las garantías individuales de nuestra Constitución, las leyes que regulan los actos de autoridad, las inenarrables promesas de campaña, la vil retórica populista carente de sentido y de valor, un contrato de trabajo, una oferta de Buen Fin).

Leer hoy para progresar mañana, para reafirmar valores individuales y colectivos, para construir plataformas comunes incluyentes y vivir en la libertar y la riqueza que otorgan nuestras diferencias especificas. Leer hoy y siempre, para que las mujeres dejen de ser objeto de nuestra ira y pequeñez; para que las religiones sean una elección espiritual personal y no una divisa social; para que el arte inunde todos nuestros sentidos y podamos elegir cada quien en lo que quiere convertirse dándole valor al grupo social al que pertenezca; para que la salud no sea moda “fitness”; y la realización personal deje de ser una quimera tasada en las frivolidades del consumismo. 

La revolución de las masas ya se hizo indispensable y solamente podrás encabezarla en la medida en que te encuentres valiente ante ese espejo matutino y resuelvas cambiar todas las circunstancias, construyendo una nueva forma de relacionarte con el mundo, sus retos y flagelos, pero en particular sus activos que radican escondidos en el miedo de cada quien a dar un primer paso a vivir diferente, en paz, a promover el progreso, a tender la mano e influenciar la vida de alguien cambiando las condiciones de todo un grupo social, a asociarse. Una acción así.

Una educación que te diga vive de corrido, pero sin prisa. Haz poesía con tu vida, enorgullécete de quien eres, de donde vienes y de quienes vengan de ti. Ama, respeta. Persigue tus sueños hasta el último aliento. Crea, innova, ayuda. Pregunta cuando no comprendas y explica a aquellos que no entiendan. Incluye a gente en tu éxito. Aprende a perder y reconocerlo. Procura a tus mayores. Cuida a los niños. Nunca te alejes del Rock & Roll. Cuídate de aquellos que hablan mucho y prometen demasiado. Mantén tu honor a toda costa. Canta, baila. Trabaja fuerte, como nunca. 

Debate ideas, discute información, no descalifiques con el ardor de la ignorancia y la temeridad de tu propio analfabetismo, promueve el consenso en el respeto y la frontalidad. Una educación así, si tú quieres, si todos queremos, para que en los años por venir, sepas algo más que leer y escribir, y ni tus gobernantes ni quienes generen influencia sean el “chicho” ni el “chido” que presume de “pegar duro” y “tener viejas de a montón”. “Pica, lica y califica”. Decídelo tú.

Twitter: @avillalva_

Facebook: Alfonso Villalva P.