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México y el valor del cero

La gran nación mexicana, producto de la fusión de dos culturas notables que no se aniquilaron ni se excluyeron, sino que se fundieron en lo que Amado Nervo llamó la raza de bronce y José Vasconcelos confirmó en su magnífico ensayo La Raza Cósmica, en la que asegura que los habitantes de Iberoamérica de hecho multimestizos poseen los factores territoriales, raciales y espirituales para iniciar la era universal de la humanidad.

Así ocurrió en las ápocas gloriosas de la historia, cuando México, en la Independencia, abolió la esclavitud, decretando que todo ser humano sometido a la infamia de la explotación, recobraba su condición de hombre libre con sólo pisar territorio mexicano; y la libertad de imprenta, primer paso para la libertad de expresión que sería uno de los grandes blasones de la nación que ha ido forjándose a golpe de maza y de teponaxtle.

México y el valor del cero

Así ocurrió en la Reforma, cuando Juárez y su generación de gigantes recuperaron para los mexicanos su condición de seres racionales que les permitieron transitar con acierto por los tres grandes campos de la cultura humana, dejando atrás el oscurantismo del fanatismo aberrante; y cuando recuperaron la República, hoyada por las botas del que entonces era el ejército más poderoso del mundo; pero, que no pudo con el fervor patrio.

Y con el estruendo de los cañones cuando los mexicanos se alzaron contra la injusticia y la explotación del porfirismo y sus científicos, que ahorcajaron el progreso de las gentes decentes sobre los descarnados espinazos de quienes no tenían más que sus manos para ganar la gorda dura. Brilló, entonces, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, el documento más avanzado de la época con la proclama de Justicia Social.

Ahora, cumplido el ciclo histórico del neoliberalismo, que no es otra cosa que el eterno retorno a la esclavitud; a la explotación del hombre por el hombre, en ese enfermizo afán de acumular enormes cantidades de riqueza en una cuantas manos estériles, de las que jamás podrá brotar un gesto de generosidad, y que, finalmente conducen al amargo sabor de una vida inútil, aparecen los vientos de cambio; los vientos que, como el otoño, habrán de arrastrar con lo improductivo, con lo inservible, con los despojos estorbosos.

Hasta ahora, el gobierno percibe a sus gobernados como ceros, sin peso, sin voluntad, sin valor; por ello actúa con irresponsabilidad y desparpajo. Las desgracias se suceden unas a otras; los yerros, las pifias, las corruptelas son el pan de cada día. Pero, que no surja un líder honesto, confiable, ejemplar, porque sería un dígito colocado a la izquierda de los muchos ceros habrá de generar un ejército de ciudadanos agraviados, dispuestos a todo.

Las culturas primitivas, los hindúes y los indios, conocieron el cero. Para los primeros fue la nada; para los segundos fue el todo. Ambos conceptos tienen que ver con lo que ocurre actualmente en este país: los seres humanos son ceros, no cuentan nada ante la voluntad de los poderosos que deciden todo, sea por la buena, por la mala o con un tiro; pero, como en el tiempo circular de los mayas, ha llegado el tiempo de que un número, quizá el uno o dos o el tres, se meta a la izquierda de los ceros y les dé contenido, les dé personalidad.

Ese uno, que tiene que ser claro, firme, sólido, ejemplar; quizá sea Andrés Manuel López Obrador, que a lo largo de los años ha mantenido un discurso congruente, de propuestas, de denuncias, de confrontación con los que se han dedicado a robar al país y entregarlo en las manos del capitalismo salvaje y predador. López Obrador puede ser ese uno a la izquierda, que es la única posición en que el cero logra encontrar sentido matemático que tenga valor. 

Para los pueblos de la gran nación mexicana y otras culturas mesoamericanas, el tiempo no era lineal, sino circular, y coincidía con el espacio; así que el cero que ellos usaron no era realmente un símbolo que significara la nada. “Era algo tangible”, dice Laura Laurencich-Minelli, de la Universidad de Bolonia, Italia. “Es un colgante sin nudos para los incas, es un caracol para los mayas y una mazorca para los aztecas.” ¿O una vindicación?